“Desilusionados, el grupo de ciudadanos que más crece”
Uno se hace ilusiones porque no hay manera de detener la esperanza cuando ésta se echa a andar. Una palabra o un gesto es suficiente para completar algo más grande que jamás estuvo ahí, pero que nuestras ganas querían que ahí estuviera. Por eso un borrón en el pavimento es una virgen, por eso hay cristos en los mosaicos y animales en las nubes y en las montañas. Nos ilusionamos, depositando en el otro lo que anhelamos: ilusos, pero bien intencionados. Hasta que cambiamos la posición de la cabeza y con ello, la de la mirada y, en lugar de la figura, encontramos tan solo la mancha. Estos son los desilusionados, el grupo de electores que más crece hoy en México.
Se trata de los que votaron en 2018 por este gobierno, genuinamente ilusionados por algunos signos esperanzadores. A partir de ello, completaron la posibilidad de un gobierno moderno que se comprometiera con los valores de la izquierda más actual y sensata; esa en donde las mujeres ocuparían el lugar por el que tanto habían luchado; pero no las dejaron llegar, porque en el camino les pusieron una valla negra que ellas llenaron con sus muertas, sus flores, su rabia y su desilusión. Los artistas pensaron que el arte sería impulsado como un poder suave capaz de llevar a nuestro país por el mundo y hacer patria en el corazón de todo aquel al que deslumbra; pero los artistas se encontraron con que esta no era la izquierda culta que esperaban, sino la que los veía como algo caro y superfluo, por lo que les quitaron fideicomisos, instituciones e impulsos, y fue entonces cuando los artistas se desilusionaron. Y a los médicos privados, los de ficha y los del gran consultorio, que atendieron y atienden la pandemia a costa de la propia vida, les dijeron que habían hecho muy poco y que se esperaran, que para ellos no había vacunas a pesar de tener cinco millones guardadas, y entonces ellos, junto con todos los trabajadores de la salud privados, siguieron trabajando, pero ahora con mucha mayor desilusión que miedo. Lo mismo pasó con todos los dueños de algún negocio a los que por falta de apoyo —un impuesto postergado, un servicio con descuento, nada— tuvieron que cerrar, haciendo que su angustia y su desilusión se desbordaran. Y los demócratas, que están convencidos que la democracia es el bien político más preciado; los que piensan que el poder nunca debe ser absoluto, sino fragmentado y vigilado; los que creen en la voz de la mayoría, pero también en el de las minorías y en la voz de cada uno; que no les gusta que se hayan puesto gran parte de los negocios del país en manos de los militares, ni el golpeteo desproporcional al INE, ni los manejos de los diputados, ni las encuestas oscuras, ni lo inconstitucional, ni lo que ha pasado en la CNDH, ni lo que va a pasar en la Suprema Corte, ni los insultos a los críticos y a los periodistas, porque saben que hay algunos que no son sinceros, pero también saben que es una mentira el que absolutamente todos sean corruptos rapaces; esos demócratas, están también desilusionados.
Y para estos desilusionados de nada sirve el argumento de que antes también pasaban estas cosas y nadie decía nada, por lo que resulta sospechoso que ahora sí lo digan. Y no sirve, porque es precisamente por eso que estaban ilusionados, porque ya no fuera así.
(CONTINUARÁ).
Son los que votaron en 2018 por este gobierno gracias a signos esperanzadores