Aeropuerto de Toluca
Ilesas, nueve personas tras aterrizaje de emergencia
Ya con Merino en brazos, desde el alivio de tenerlo a salvo, la mujer soltó el primer reproche
El perro escapó de la casa a las 11 y media de la noche. Aprovechó que el hombre con quien vive abrió la puerta de entrada para salir corriendo y bajar por Zacatépetl con dirección Bosque de Tlalpan. El hombre gritó “¡se escapó Merino!”, y salió tras él en pijama. Un minuto después, de la casa salió una mujer en bata blanca. Volteó a derecha e izquierda, agitada, y se dirigió hacia el lugar donde, a lo lejos, vio una figura humana. No había coches e intermitentes rachas de viento tibio agitaban las lechosas luces de las farolas de un lado al otro en un arrítmico vaivén que sobre el pavimento distorsionaba sombras de árboles y fachadas. La mujer alcanzó al hombre en la esquina de Santa Teresa, al lado del Colegio de Ingenieros, y le preguntó: “¿Dónde está?”.
“No tengo ni puta idea”.
“Tú ve por allá”, dijo ella mientras señalaba Insurgentes, que al fondo se vislumbraba como un difuso panorama urbano con tren rojo de Metrobús estacionado, “y yo por allá”, pero apuntar ya no fue necesario: tres ladridos (dos agudos y cortos; uno grave suspendido) guiaron los pasos de la pareja hacia un camellón donde encontraron a Merino (blanco, peludo, pequeño y su placa verde de identificación con forma de hueso tintineando en el cuello) al lado de un mediano perro gris, que cuando vio a las personas se escondió entre arbustos.
“¿Por qué abriste la puerta de entrada?, ¿qué hacías afuera?”.
Ya con Merino en brazos, desde el alivio de tenerlo a salvo con ella, la mujer soltó el primer reproche y la respuesta de él fue primero poética: “Quería ver la luna” y luego confrontativa: “Pero si Merino pudo escapar es porque tú tenías la puerta del cuarto abierta”.
Ella se defendió con un argumento de higiene: “Salí al baño para lavarme los dientes”.
Y de pronto ambos brincaron del susto porque el perro gris salió abruptamente de los arbustos.
Lo que después aconteció fue la consagración de una amistad a primera vista:
Merino, contento, movió el rabo y a cada paso que ella daba con Merino en brazos, el perro gris los seguía a corta distancia. El hombre intentó ahuyentarlo débilmente con un “úshcale” desganado, pero dejó de insistir y cuando regresaron a su casa, nadie dijo nada y tampoco nadie hizo nada cuando al cerrar la puerta de entrada descubrieron que el perro gris estaba a su lado.
A la medianoche lo bautizaron. Bajo la intensa luz artificial de la sala percibieron, mientras jugaba con Merino a morderse por turnos el cuello, que el nuevo perro constantemente adoptaba una lúdica postura en la que entre sus hombros se formaba una protuberancia a manera de joroba.
El hombre propuso Cuauhtémoc, pero al final decidieron más entrañable el nombre que sugirió ella: Camello.