Milenio

Primeras lluvias, nube negra

- EMILIANO PÉREZ CRUZ*

El atontejami­ento que el calor del naciente verano provoca a los monstruopo­litanos, se disipa un poco gracias al viento que trae consigo las nubes y con ellas la esperanza de un chubasco que refresque la atmósfera caliginosa, derritient­e. Esmediatar­de,findeseman­aaloriente­delamonstr­uopoli. Los rayos solares reblandece­n el asfalto y crean espejismos: charcos, lagos que desaparece­n cuando el semáforo reactiva el tránsito vehicular.

Atirantado­s a la sombra de un alcanfor, los perros duermenypo­rsusemperr­adaspesadi­llasgimen,algolesang­ustia; el sopor domina y los desguangui­la hasta el desmayo.

–Voyadentro,Lore:porunaguad­elimónconh­artos hielos y tantito azúcar nomás pa que no nos pegue el díabetis –dice Joaquín a Coquito, su mujer.

Coquitonor­esponde:elsueñolav­encióenlas­illade lona multicolor que su viejo le regaló en su cumpleaños.Suropónbla­ncolucehum­edadyelsud­ortambién le empapa la nuca.

Enlacocina­donJoaquis­tomaunjito­mate,lomuerde y agrega azúcar y unas gotas de limón. Llena una jarra con agua de garrafón, del refri extrae lo cubitos de hielo y los agrega al agua.

Prueba la limonada. De la alacena baja el tequila, desenrosca la tapa y bebé a pico de botella. Carraspea. Siente como el calor invade su vientre. Da otro sorbo y vuelve el frasco a su lugar. Sandi, su hija, salió al mercado y no tarda en volver con fruta y la leche para la merienda. Es la más chica de sus tres hijas y se encarga de sus ancianos padres al volver del trabajo.

Joaquis busca una charola, en ella coloca la jarra, dos vasos y algunas galletas de animalitos. Inspirado, del florero saca un clavel rojo y lo agrega a la charola. No olvida un par de servilleta­s. Ni dar otro sorbo al tequila. Uno más grande que el anterior. Del dulcero toma una perita de menta y la mastica para que Coquito no perciba el aroma del chinguere y se enfade:

–Tan viejo y tan vicioso, se te va a quemar el hígado: lo que no hiciste de joven, ahora andas de viejo teporocho. Allá tú si te enfermas, a ver quién va a cuidarte – acostumbra decirle Coquito.

–Fue nomás un probete, viejita, pa quitarme el antojo:nipacuándo­mevierasll­egarbebido­desdelacha­mba. Invitacion­es no faltaban, pero la chamba hay que respetarla y no llegar crudo al otro día, darle a la manejada era riesgoso, ni pa qué enredarse la vida por un gustito…

Un gustito gusta más, dice y hace don Joaquis. Coge la charola y enfila rumbo al patio; sobre la mesita la dejayacerc­asusilla.Coquitodor­mita.Prefiereno­despertarl­a. Se despacha un vaso de agua y con el paliacate seca el sudor de la nuca y del cuello. De soslayo ve a su mujer dormitando, se anima y encamina, sin hacer ruido,hastalaala­cena.Cogeunvaso­yvierteeld­oblede un trago. Hasta el fondo. Y vuelve al patio, se repatinga alladodeCo­quito,ahoramáspá­lidaquedec­ostumbre.

Joaquis._ Unanubeneg­radestaca.Enelazulci­eloblancas­nubes de desplazan. Joaquis escucha el largo suspiro de Coquito y siente un vuelco de estómago. Prefiere dejarlaenp­az,letomaunam­anoyserela­ja.Deimprovis­o el perro despierta y se aleja con la cola entre las patas.

–Así estuvo mejor –dice para sí

* ESCRITOR. CRONISTA DE NEZA

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