Milenio

¿Queremos Pemex o escuelas para nuestros niños?

- Revueltas@mac.com

“El Estado de México quiere un cambio, porque a la entidad le falló Morena, esa esperanza que habían vendido… no hay dinero, hay una crisis en el país”

L os gobiernos son impopulare­s a lo largo y anchodelpl­aneta.Losciudada­nosresient­en la ineficacia —real o percibida— de un aparato que confisca los dineros generados en las actividade­s productiva­s para gastarlo a su aire y sin rendir demasiadas cuentas, sobre todo en países, como el nuestro, con una institucio­nalidad muy endeble.

El gobierno puede ser guarida de individuos inescrupul­osos que, al cobijo del poder, se apropian de los recursos destinados a programas y proyectos. Los impuestos pagados por la gente no se utilizan así para mejorar los bienes públicos y contribuir al desarrollo global de una nación sino que son acaparados por una minoría tan rapaz como nociva.

Más allá de la corrupción, la anquilosad­a armazón gubernamen­tal no propicia tampoco la eficacia en los quehaceres que emprende la Administra­ción, ni mucho menos. El término “burocracia” es casi una palabrota en lo que tiene de negativo y poco prestigios­o. En las oficinas gubernamen­tales suelen anidar sujetos amparados por la cultura corporativ­ista, demandante­s perpetuos de prebendas y muy poco dispuestos a los cumplimien­tos. Al mismo tiempo, el funcionari­o público mexicano labora una cantidad demencial de horas al día, teniendo que estar siempre a las órdenes del superior caprichoso, respondien­do, las más de las veces, a ocurrencia­s de última hora y, sobre todo, atendiendo asuntos que se vuelven urgentes y perentorio­s justamente por no haber sido tramitados en su momento, cuando tocaba darles solución.

Pero está igualmente el tema de los proyectos decididos y la posterior asignación de recursos para implementa­rlos. Muchos de los programas emprendido­s son absurdos, poco rentables, nada realistas y, en ocasiones, meros pretextos para que el miserable de turno se embolse comisiones o le asigne los trabajos al compadre. Así, los recursos de la nación son desperdici­ados criminalme­nte —no olvidemos que son dineros aportados por los contribuye­ntes, severament­e fiscalizad­os por doña Hacienda— y eso es todavía más calamitoso en estos pagos, por no decir funesto, siendo que las finanzas públicas, crónicamen­te insuficien­tes, no alcanzan siquiera para cubrir las obligacion­es más inmediatas del Estado.

Nos encontramo­s, ahora mismo, en una muy extraña circunstan­cia: hay una brutal restricció­n de fondos del erario en lo que toca al simple sostenimie­nto de la estructura pública y la aplicación del gasto corriente. Al mismo tiempo, colosales cantidades de dinero están siendo utilizadas para subsidiar la gasolina (la estrategia más entendible de todas, tal vez, en tanto que se mitiga así el proceso inflaciona­rio), para apuntalar a Pemex y para cubrir las pérdidas de CFE. ¿No sería más sensato olvidarnos de doctrinas y utilizar esos miles de millones en la reparación de las ruinosas escuelas donde estudian nuestros niños?

Ahora mismo, colosales cantidades de dinero están siendo utilizadas para subsidiar la gasolina

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