¿Queremos Pemex o escuelas para nuestros niños?
“El Estado de México quiere un cambio, porque a la entidad le falló Morena, esa esperanza que habían vendido… no hay dinero, hay una crisis en el país”
L os gobiernos son impopulares a lo largo y anchodelplaneta.Losciudadanosresienten la ineficacia —real o percibida— de un aparato que confisca los dineros generados en las actividades productivas para gastarlo a su aire y sin rendir demasiadas cuentas, sobre todo en países, como el nuestro, con una institucionalidad muy endeble.
El gobierno puede ser guarida de individuos inescrupulosos que, al cobijo del poder, se apropian de los recursos destinados a programas y proyectos. Los impuestos pagados por la gente no se utilizan así para mejorar los bienes públicos y contribuir al desarrollo global de una nación sino que son acaparados por una minoría tan rapaz como nociva.
Más allá de la corrupción, la anquilosada armazón gubernamental no propicia tampoco la eficacia en los quehaceres que emprende la Administración, ni mucho menos. El término “burocracia” es casi una palabrota en lo que tiene de negativo y poco prestigioso. En las oficinas gubernamentales suelen anidar sujetos amparados por la cultura corporativista, demandantes perpetuos de prebendas y muy poco dispuestos a los cumplimientos. Al mismo tiempo, el funcionario público mexicano labora una cantidad demencial de horas al día, teniendo que estar siempre a las órdenes del superior caprichoso, respondiendo, las más de las veces, a ocurrencias de última hora y, sobre todo, atendiendo asuntos que se vuelven urgentes y perentorios justamente por no haber sido tramitados en su momento, cuando tocaba darles solución.
Pero está igualmente el tema de los proyectos decididos y la posterior asignación de recursos para implementarlos. Muchos de los programas emprendidos son absurdos, poco rentables, nada realistas y, en ocasiones, meros pretextos para que el miserable de turno se embolse comisiones o le asigne los trabajos al compadre. Así, los recursos de la nación son desperdiciados criminalmente —no olvidemos que son dineros aportados por los contribuyentes, severamente fiscalizados por doña Hacienda— y eso es todavía más calamitoso en estos pagos, por no decir funesto, siendo que las finanzas públicas, crónicamente insuficientes, no alcanzan siquiera para cubrir las obligaciones más inmediatas del Estado.
Nos encontramos, ahora mismo, en una muy extraña circunstancia: hay una brutal restricción de fondos del erario en lo que toca al simple sostenimiento de la estructura pública y la aplicación del gasto corriente. Al mismo tiempo, colosales cantidades de dinero están siendo utilizadas para subsidiar la gasolina (la estrategia más entendible de todas, tal vez, en tanto que se mitiga así el proceso inflacionario), para apuntalar a Pemex y para cubrir las pérdidas de CFE. ¿No sería más sensato olvidarnos de doctrinas y utilizar esos miles de millones en la reparación de las ruinosas escuelas donde estudian nuestros niños?
Ahora mismo, colosales cantidades de dinero están siendo utilizadas para subsidiar la gasolina