La piel está sobrevalorada
Sexo, rechazo, aceptación, castigo, dinero, amor, soledad, trabajo, tortura, placer, oportunidad, privilegio, discriminación; prácticamente todo lo humano atraviesa nuestra piel.
Mintió Aristóteles cuando dijo que éramos animales racionales, somos animales esencialmente cutáneos. Nada nos determina con mayor énfasis que ese órgano, el más grande, el que más pesa.
El cerebro o el corazón son una coartada para hacernos sentir mejor, pero en la jerarquía de lo que importa la dermis suele ir primero.
Vivimos obsesionados con la piel porque en sus pliegues se escribe cotidianamente nuestra biografía. Para lo bueno y también para lo malo en esos dos metros cuadrados de tejido celular pueden leerse los signos de nuestra identidad.
En la piel se fijan las expresiones más sinceras de nuestro ser, pero también los peores estigmas y los prejuicios. Ella comunica lo que nos estimula, excita o ruboriza. Transpira si estamos nerviosos, cambia de tono según nuestro ánimo, se enferma si algo va mal por dentro, se eriza cuando tenemos miedo y se alegra cuando nos visita la suerte.
La temperatura se vive en la piel. El tacto –quizá el más importante de los sentidos– depende por entero de ella.
No es azaroso que nuestro lenguaje esté habitado por metáforas epidérmicas. La piel se nos pone de gallina cuando algo aterroriza, o de elefante cuando somos insensibles. Decimos que alguien tiene piel de porcelana cuando queremos chulear, o piel de bebé, cuando despierta ternura; poseemos la piel gruesa cuando somos capaces de soportar o piel delgada cuando las cosas nos rebasan.
La edad redacta su discurso sobre esta misma página y el sexo biológico se aferra a ella con necedad. Después de los veinte, cuando el colágeno va haciéndose paulatinamente escaso, se nos multiplican los puntos y las comas, los signos de admiración y también de interrogación. En efecto, mientras más sabios somos, mayor densidad va logrando la redacción sobre el pergamino de la piel.
Los hombres tienen la piel más robusta en comparación con las mujeres, alrededor de un 20 por ciento. Por eso tardan más en arrugarse, pero cuando sucede, sus surcos, montes y valles se hacen más profundos.
En el lienzo de la piel también se narra el origen continental de nuestros antepasados. Es resultado de una relación íntima con el sol que, a través de generaciones, vuelve cómplice al pigmento que se hereda.
En la historia de la maldad humana la piel también ha tenido un papel protagónico. Los tratos degradantes e inhumanos comienzan y terminan con ella. La tortura poco haría para destruir la dignidad si no hincara sus garras contra la piel y las cicatrices son la delación del cuerpo que sufrió una guerra.
Pero no todo daño contra ese órgano es físico, porque nos hemos esmerado en utilizar el argumento sicológico que igual se sirve de la piel para maltratar. Entre otras arbitrariedades habla del retraso civilizatorio de nuestra especie el que un accidente como el pigmento siga siendo utilizado para descartar, desclasar y desposeer entre seres humanos.
En los mercados de la política, el entretenimiento, la moda, los servicios, la academia, los medios o las noticias “el colorismo” se cotiza con exageración. En todo el mundo las pieles humanas, mientras más pálidas, más caras. Por eso el negocio del blanqueo obtiene tantos ceros, incluso por encima del dedicado al falso rejuvenecimiento.
El negocio de las cremas blanqueadoras ronda globalmente los 23 mil millones de dólares anuales y el de la toxina botulínica (mejor conocida como botox) alcanzará a mediados de esta década los 8 mil millones.
No existe una medición similar para calcular el valor monetario de la industria del tatuaje, pero es un sector en constante expansión, lo mismo que el negocio de la cirugía estética, el cual duplica su tamaño cada cinco años.
El rey del pop, Michael Jackson, murió blanco y botoxeado, no porque tuviera alguna enfermedad cutánea grave, sino porque para ser rey y popular condensó
En la historia de la maldad tiene un papel protagónico, tratos inhumanos comienzan y terminan con ella
si al terminar de leer estos párrafos usted fuese visitado por un ser con atributos mágicos, el cual tuviera el poder para ofrecerle mejoras en uno solo de los órganos de su cuerpo, ¿cuál escogería, el corazón, el cerebro o la piel?