En todo el carisma
En los albores de la Segunda Guerra Mundial, Churchill definió al Kremlin como “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”, y la misma descripción le viene al dedo al Vaticano. Porque allí todo es parabólico y oblicuo, como sus cúpulas; una buena parte del golpe blando de Benedicto XVI contra la Legión de Cristo en realidad fue contra Angelo Sodano, cardenal a sueldo de Maciel y eterno cadillo en sus teutonas sentaderas en la corte del papa polaco.
Con el documento de este pasado 4 de agosto el papa Francisco le lanzó al Opus Dei seis disposiciones, dos particularmente significativas: que la dirección de la orden, declarada prelatura personal hace 40 años por Juan Pablo II, deje de formar parte del dicasterio de los obispos para de nuevo obedecer al dicasterio del clero, como hacen casi todas las demás agrupaciones religiosas; la única otra prelatura personal, es decir, donde la orden religiosa no está adscrita a las sedes episcopales sino que le responde solamente a su director general, y éste a su vez al papa, es la de los ya nombrados Legionarios, cuyo fundador, como tantas otras cosas, plagió la estructura de los Opus para su rama secular.
El director general del Opus es tradicionalmente consagrado obispo para que la orden funja, digamos, como su propia diócesis, en este caso no definida por poblaciones o geografías sino por jerarquías. Tras la muerte del fundador Josemaría Escrivá de Balaguer, canonizado en express por Juan Pablo II, fueron obispos Álvaro del Portillo y Javier Echevarría. Pero Fernando Ocáriz Braña, el sucesor desde 2017, no lo fue, y hoy queda claro que nunca lo será. El documento papal explica que la medida es para “Acercarse a una forma de gobierno basada en el carisma más que en la autoridad jerárquica”. En traducción del vaticanés al español, eso quiere decir que es para que dejen de sentirse un corporativo bordado a mano y exento de supervisión;
El Opus Dei tendrá que compartir ahora reportes de abusos y transparentar sus finanzas
uno de los pilares del Opus Dei es la obediencia ciega de sus miembros a la orden, más que al mismo Vaticano.
Si antes el Opus le enviaba al papa cada cinco años un reporte protocolario, hoy tendrá que explicarle al dicasterio anualmente, entre otros asuntos, la conducción de sus escuelas, compartir reportes de abusos y transparentar sus finanzas, además de necesitar pedir humildemente la venia de los obispos locales para ordenar sacerdotes y otros oficios mayores. Ocáriz ha dejado claro que acepta “filialmente” las disposiciones. Lo que no me queda claro es por qué se tomaron éstas ahora; el Opus llevaba 40 prósperos años sin mayores contratiempos, y sus tratos con Francisco aparentaban ser amigables, aunque no se pueden descartar viejos agravios; es conocida la maligna gestión del Opus en las dictaduras fascistas de Hispanoamérica, desde la de Franco en España hasta la de Pinochet en Chile y, sin duda, la de Videla en la Argentina de Bergoglio; el Opus enseñaba que el pañuelo blanco de las madres de la Plaza de Mayo era como el de las mujeres rusas “rojillas”, y la sede de la orden en Buenos Aires se construyó gracias a un generoso decreto de Videla.
Al tiempo.