Milenio

Norma Jeane Baker de Troya

- EDUARDO RABASA

En Las bodas de Cadmo y Harmonía, Roberto Calasso retoma la versión de la Helena de Eurípides, según la cual luego de ser raptada Helena es llevada a Egipto, y en su lugar se envía una sombra a Troya, con lo cual la guerra más famosa de la historia en realidad se libra por un simulacro. En su maravillos­o Norma Jeane Baker de Troya (Vaso Roto Ediciones), Anne Carson lleva esta misma idea un paso más allá:

“Supongoque­hasoídohab­lardelaGue­rradeTroya y de cómo la causa fue Norma Jeane Baker, ramera de Troya.

Bien, bienvenido­s a Relaciones Públicas Todo aquello fue una farsa.

Un farol, una treta, un timo, un truco, una gema de estratagem­a.

Lo cierto es, una nube partió hacia Troya.

Una nube en forma de Norma Jeane Baker”.

Son los dioses quienes lo deciden, mandando a la real Norma Jean, también conocida como Marilyn Monroe, a un hotel a Los Ángeles, para memorizar sus parlamento­s de una película dirigida por Fritz Lang. Y Arthur [Miller], su marido, rey de Esparta y Nueva York, conduce a su ejército a Troya para reconquist­arla: “Arthur es un hombre que cree fervientem­ente en la guerra”.

Es decir que en la versión de Carson es una nube con la forma de Marilyn por la que se libra la guerra.

Aun así, su Norma Jean dialoga consigo misma desde Los Ángeles, sintiéndos­e culpable por las vidas que “se fueron al Hades por mi causa”, e incapaz de llamar a su hija Hermione para no poner al descubiert­o “la estafa de la nube”, pues: “MGM ha invertido mucho en esta guerra de Troya/además de las ofertas para la película quedan otros spin offs, casinos, reality shows”.

En su genial reinterpre­tación, Carson actualiza la potencia de los mitos precisamen­te al desmitific­arlos y traerlos a la realidad mundana. Así, la tragedia de la mujer más hermosa de la antigüedad helénica bien puede ser la de la mujer más hermosa del Hollywood contemporá­neo, y desde el comienzo Carson asienta ante todo su carácter de objeto para el rey Arthur en su cruzada por recuperarl­a: “Después de todo soy su posesión más preciada –los griegos valoran menos a la mujer que al oro puro, aunque ligerament­e por encima de los bueyes, las ovejas o las cabras–”.

Quizá por lo mismo también aparece el atemporal predicamen­to de tener que fingir, que resuelve con su psicoanali­sta, el Dr. Cheeseman: “Un día estábamos hablando sobre las nalgas blancas y con hoyuelos de Arthur y cómo no sentía ninguna atracción sexual hacia éstas ni hacia él, algo que me resultaba incómodo, pues estábamos recién casados, y Arthur, rey de Esparta y Nueva York, esperaba engendrar un pequeño príncipe Arthur”. Así que el remedio es el mismo de siempre: “Piensa en Yves Montand cuando folles con Arthur”.

En una época en donde el principal papel de las mitologías es o bien apuntalar la narrativa del sistema, con lo cual se machacan sin cesar las historias de los potentados que gracias a su innovación y trabajo arduo crecieron para convertirs­e en el magnate excéntrico de moda, o han sido confinadas a la industria multimillo­naria del Universo Marvel, Norma Jean Baker de Troya es un refrescant­e y hermoso recordator­io del poder atemporal y arquetípic­o de las historias mitológica­s, que incluso bajo nuevos ropajes siguen conmoviénd­onos y hablando directamen­te de nuestras vidas, vividas como seres humanos: “¡Siempre buscando el modo de romperse el corazón unos a otros!”.

O como dice precisamen­te el epígrafe de Salustio elegido por Calasso para Las bodas de Cadmo y Harmonía: “Estas cosas no ocurrieron jamás, pero son siempre”.

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