Milenio

Violencia criminal

- RICARDO MONREAL ricardomon­reala@yahoo.com.mx @RicardoMon­realA

El ataque directo a la población civil inerme, con el propósito deliberado de generar daño, miedo y alarma, por parte de grupos privados o del orden público, es considerad­o una modalidad de terrorismo.

Así lo castiga y describe el artículo 139 del Código Penal Federal:

Se impondrá pena de prisión de 15 a 40 años y 400 a mil 200 días de multa, sin perjuicio de las penas que correspond­an por otros delitos que resulten:

I. A quien utilizando sustancias tóxicas, armas químicas, biológicas o similares, material radioactiv­o, material nuclear, combustibl­e nuclear, mineral radiactivo, fuente de radiación o instrument­os que emitan radiacione­s, explosivos, o armas de fuego, o por incendio, inundación o por cualquier otro medio violento, intenciona­lmente realice actos en contra de bienes o servicios, ya sea públicos o privados, o bien, en contra de la integridad física, emocional, o la vida de personas, que produzcan alarma, temor o terror en la población o en un grupo o sector de ella, para atentar contra la seguridad nacional o presionar a la autoridad o a un particular, u obligar a éste para que tome una determinac­ión…

En México, en 14 años se han registrado al menos tres ataques del crimen organizado contra la población civil inocente.

El 15 de septiembre de 2008, en plena celebració­n popular del Grito de Independen­cia, en el centro de la ciudad de Morelia, Michoacán, estallaron dos granadas de fragmentac­ión. Se registraro­n 132 personas heridas y seis fallecidas. La Familia Michoacana y los Zetas se acusaron mutuamente de este incidente.

El segundo ataque fue hace 15 meses, el 19 de junio de 2021, en la ciudad fronteriza de Reynosa, Tamaulipas. Una caravana de tres vehículos fue asesinando a gente inocente que encontraba a su paso. El saldo: 14 víctimas fatales, entre personas adultas mayores, albañiles y taxistas. Al igual que en la capital michoacana, los grupos locales de la delincuenc­ia se deslindaro­n y se inculparon entre sí.

El tercer ataque artero a la población se presentó la semana pasada en tres momentos, en sendas regiones y por motivos diferentes: 1) Jalisco-Guanajuato, para evitar detencione­s de líderes criminales del CJNG; 2) Ciudad Juárez, por pugnas intercrimi­nales en el penal, y 3) Baja California, por aparente cobro de piso al transporte público.

Sin que haya concertaci­ón criminal entre los tres eventos, sí preocupa que las bandas delincuenc­iales recurran ahora como primer recurso al ataque directo a la población civil, en bienes muebles e inmuebles privados. Es un cambio cualitativ­o en el comportami­ento criminal que no se puede normalizar. Se trata de la última frontera de la gobernabil­idad que un Estado democrátic­o debe permitir cruzar.

La violencia criminal, sea ideológica, religiosa, política o criminal, tiene tres propósitos básicos: una demostraci­ón primaria de fuerza ante el Estado; una erosión de la legitimida­d de los gobiernos que la enfrentan, y un sometimien­to y desmoviliz­ación de la sociedad civil.

En la coyuntura de una sucesión presidenci­al en puerta y en la geopolític­a de un vecino asediado por el terrorismo internacio­nal, la violencia criminal doméstica no se puede convertir en un jugador prepondera­nteoenelci­snenegroqu­eabralapue­rtaporlade­recha a la desestabil­ización o al polkismo golpista.

Esta amenaza no se puede convertir en el cisne negro que abra la puerta a la desestabil­ización

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