Milenio

La dulzura

- JAIME CHABAUD MAGNUS

Compartir el mismo espacio vital con Laura Almela, fuera o dentro de un teatro, es un privilegio, una constante sorpresa y un aprendizaj­e. El gran monstruo escénico que es, con los años, se ha llenado de una sabiduría escénica difícil de encontrar en el teatro mexicano en general. Podemos presumir de enormes actrices quizá más que actores. Poseemos una lista de actrices de unas capacidade­s artísticas inmensas, estupendas. Pero algo me pasa cuando veo a Laura Almela en el escenario que acorta el listado de inmediato. Me sucede cuando veo, por ejemplo, a Susan Sarandon, a Catherine Deneuve, pero, sobre todo, a Meryl Streep; con esta última el lenguaje de lo dicho (los diálogos, digamos) se convierte en una punta porosa y llena de oquedades. Este tipo de actores tiene la capacidad enorme de llenar subtextos, de crear un tren de pensamient­o que parece pastel mil hojas en donde cada capa se vuelve más y más compleja y apasionant­e de descifrar por parte del espectador.

¿Y qué se puede decir del lenguaje de lo NO dicho? Los actores de la talla de la Almela (se me viene a la cabeza el austriaco Klaus Maria Brandauer) entienden las pausas y los silencios como un territorio de infinitas posibilida­des de construcci­ón discursiva y complejida­d. Y los usan al máximo para darnos personajes insondable­s que pueden mantener a un espectador aguzado (“emancipado” diría Ranciére) en vilo y cocreando conjeturas mil.

La dulzura es un nuevo texto del impecable dramaturgo David Olguín, compañero de vida de Laura Almela, además, con quien ha hecho un recorrido por varias obsesiones. En esta ocasión le acompaña en la escena la joven Daphne Keller que se mide con la maestra Almela en un duelo del que no sale mal parada. Esta obra explora las complejas relaciones madre-hija donde un

Un recurso que me parece apasionant­e en la escritura dramática es el del “personaje ausente”. Elemento que puede ser un catalizado­r o referente anecdótico; o bien, como en una influencia determinan­te o motor del drama. En este caso, su ausencia física es mero recurso, pues sigue torciendo el destino de los dos personajes femeninos. marido-padre ha tenido la oportunida­d de contar su versión pero la madre ha callado. No se la pierdan (Teatro El Milagro, chequen cartelera).

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