El cromosoma y la urna
Mi cara de funeral no tiene nada que ver con el entierro de hoy en Inglaterra. Uno puede tener esta cara y no contar con una sola corona de flores en la sala, ningún cirio ardiente y ni siquiera un rezo. Es más, uno puede estar comiéndose un pozole o escuchando a Los Tigres del Norte abrir su concierto del 15 de septiembre en el Zócalo con “Jefe de Jefes”, la famosa canción supuestamente inspirada en el poderoso narco y asesino que después de 33 años está a punto de salir de la cárcel y al que nuestro Presidente dijo esta misma semana que de ahora en adelante llamaría “señor”, y tener esta misma cara de tristeza, cara de entierro.
Hoy será sepultada la reina Isabel II, un evento singular y sobresaliente en nuestro tiempo. Imposible no tener una reacción frente a ello. Todo el mundo la tiene. Bueno, casi, 99.6 por ciento de los miles de millones que habitamos hoy nuestro planeta nacimos después que ella. Ella es la reina de nuestra vida. Pero no, este no es un texto en defensa de la monarquía. Imposible hacerlo. Un sistema al que después de grandes vueltas se le pueden encontrar algunos beneficios, pero que, de no existir, nadie propondría.
¿Busquemos un rey para que nosotros los plebeyos seamos sus súbditos? Imposible. ¿O no? Curioso que el primero en la lista de primeros ministros del Reino Unido al que conoció la reina Isabel II, Winston Churchill, sea autor de la frase:
“La democracia es el peor sistema de gobierno a excepción de todos los demás”.
Puente de Londres es el nombre clave del operativo que explica punto por punto y minuto a minuto qué se debe hacer a la muerte de la reina, así como Operación Esperemos que no lo establecía en el caso de Churchill. Desde la década de los 60 se ha planeado y pulido el funeral que hoy terminará. Establecido en papel está en qué momento se debían poner las corbatas negras en la BBC, hasta el puño de tierra roja sacado de una urna de plata que el rey Carlos III arrojará en el último instante en la tumba de su madre. No se trata tan
La gran diferencia entre monarquías y democracias: hay una urna para quitar gobernantes
solo de un funeral, es la transmisión de la confianza con la que el reino demuestra que, aún en los peores momentos, sabe qué hacer: es la esencia de la transmisión del poder. Es por esta certeza, esa roca de la que cualquiera se puede asir, que no puedo dejar de pensar en esa maldita frase del historiador francés Maurice Druon, comparando las monarquías con las democracias. “¿Acaso los pueblos se ven beneficiados más a menudo por la lotería de las urnas que por la de los cromosomas? Las multitudes […] no se equivocan menos que la naturaleza”.
Sí, se equivocan. Como la salvadoreña al elegir a Bukele, hoy que el presidente anunció su reelección, o la venezolana al elegir a Chávez y a Maduro o la nicaragüense a Ortega. Como la multitud estadunidense que se equivocó al elegir a Trump y cuatro años después corrigió su error en la votación más grande de su historia. Todo lo cual demuestra que la urna no hace mejor al gobernante.
Y sí, también nos equivocamos los mexicanos al elegir al peor presidente de nuestra historia, el que usted crea que lo es, para el punto que quiero hacer, no importa.
La gran diferencia entre las monarquías y las democracias es que hay una urna cuyo mayor valor no es que sirva para poner a nuestros gobernantes, sino que sirve para quitarlos.