Sin educación no tenemos futuro
El asunto de gobernar es tener una visión de las cosas que pueda materializarse en beneficios concretos, en logros y, al final, en un mayor bienestar para los ciudadanos. Es una cuestión de diseñar buenas políticas públicas pero esto, tan evidente, parece no serlo cuando contrastas los resultados —malos— de tantos y tantos países.
En México, para mayores señas, llevamos ya dos siglos como nación independiente y las cosas no han salido nada bien: hay una descomunal disparidad en los niveles de desarrollo de las distintas poblaciones y eso no sólo se advierte en las diferencias regionales —el sureste sumido en la marginación en oposición a un norte mucho más pujante— sino en las propias ciudades y al interior de las mismas entidades federativas.
Podemos comenzar a repartir culpas y buscar entonces al gran responsable de la pobreza de millones de mexicanos: en el discurso del oficialismo aparecen, en efecto, algunos acusados entre los que se encuentran los mentados “conservadores”, los
“fifís” y los promotores del satanizado neoliberalismo, reducidos, cada uno, a la categoría de adversarios —cuando no de declarados enemigos o, de plano, traidores a la patria— porque estarían intentando preservar meramente sus privilegios de siempre y nada más.
El objetivo, sin embargo, no es señalar a quienes ejercen el pensamiento crítico ni tampoco llevar un meticuloso registro de los mexicanos que cuestionan las disposiciones adoptadas por el actual régimen. La tarea verdaderamente sustantiva es implementar acciones para cambiar de fondo la realidad de este país. A partir de este punto, uno pensaría que las prioridades nacionales deberían de estar clarísimas para nuestros gobernantes y que de su perspectiva del entorno resultarían los proyectos para transformar, ahí sí, el paisaje de la nación.
No vemos eso, desafortunadamente, porque se está descuidando criminalmente la primerísima de las asignaturas pendientes, a saber, la educación de los niños y jóvenes de México. Circula en las redes un video del Foro Económico Mundial en el que se destaca que Estonia, la pequeña república báltica, tiene uno de los mejores programas educativos del mundo y a los “niños más inteligentes”. ¿No podríamos aspirar nosotros a alcanzar ese hermoso logro?
Se está descuidando la primerísima de las asignaturas pendientes