Milenio

El gobierno y las salchichas

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Célebremen­te dijo Bismarck, el canciller alemán: “Al que le gusten las salchichas y las leyes que no vaya a ver cómo se hacen”.

Quería decir que el proceso de la negociació­n política está lleno de mezclas groseras y que la superficie tersa que muestra el producto final trae adentro cualquier cantidad de vísceras, pellejos, sobras y cartílagos machacados.

El arte de vender salchichas consiste en esconder el proceso a los ojos del público y mostrar sólo el resultado, sin su impresenta­ble gestación.

No recuerdo una época de la política mexicana en que hayan quedado tan a la vista del público las miserias de la máquina de hacer salchichas.

El gobierno y su partido no tienen ningún escrúpulo en mostrar a los legos de qué se trata ese lado duro de la política, y de qué desnuda manera lo practican.

La variedad de salchichas procesadas en este gobierno es rica y de altos registros: un ministro de la Corte, un presidente de la Comisión Reguladora de Energía, un aspirante a la Presidenci­a de la República, una antigua colaborado­ra del jefe de Estado, un ex senador, un ex director de Pemex, un cogollo de empresario­s obligados a pagar impuestos que estaban en litigio, un póker de gobernador­es que entregaron electoralm­ente su estado, un presidente del PRI que se mudó de la oposición a la sumisión.

La lista podría extenderse mucho porque no hay pudor en el uso de la máquina salchicher­a, como ha sido claro estos días en el Senado. Por el contrario, la máquina se usa con un propósito de visibilida­d, como castigo para unos y como advertenci­a para todos.

La máquina de hacer salchichas se llama politizaci­ón personaliz­ada de la justicia. Su mecanismo es el siguiente: se acusa a alguien de un delito que exige prisión forzosa, con familiares incluidos; se ofrece al imputado rendición o cárcel; la rendición se premia con impunidad; la resistenci­a se castiga con cárcel.

No hay en esto novedad salvo por aquello de que la cantidad importa. Unas cuantas salchichas son mancha “normal” de cualquier gobierno. Pero cuando las salchichas se vuelven legión, el gobierno parece sólo una impresenta­ble salchichon­ería.

No hay pudor en el uso de la máquina salchicher­a

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