Cosmopolitanismo y realidad
Hace unos días iba a bordo de un taxi que llevaba la radio encendida, y me tocó escuchar en un noticiero a una famosa socialité hablando sobre nacionalismos y fronteras, quien declaraba una variante del habitual discurso de la élite planetaria cosmopolita, que establece el descreimiento en las fronteras, nacionalidades o pasaportes, pues todos somos miembros de una única comunidad planetaria. Lo seguía con el también habitual discurso de que se siente en casa en todas partes del mundo y demás.
Este discurso, que representa a una parte importante de dicha clase, obvia por supuesto la distinción trazada por Zygmunt Bauman, quien estableció que la globalización había dividido al planeta en las dos grandes categorías de turistas y vagabundos. Los primeros, en efecto no enfrentan fronteras, distinciones de nacionalidad, ni el pasaporte les significa nada, precisamente por su carácter de turistas planetarios. En todos lados son bienvenidos, pueden desplazarse (y vivir) igualmente donde les plazca, y jamás estarán sujetos a ningún tipo de discriminación nacionalista, racial, o económica.
Se produce como golpe de realidad el triunfo de un partido neofascista en Italia
En cambio, los vagabundos a los que se refiere Bauman serían el resto de la población que, por el contrario, a menudo no son bienvenidos siquiera en sus lugares de origen, siendo orillados a los márgenes y a estar inmersos en la economía de subsistencia, con lo cual la única posibilidad de desplazarse suele ser como migrantes ilegales. Sería interesante preguntarle a estos últimos si tampoco creen en las fronteras, nacionalidades o pasaportes, y si les parecen meras construcciones ideológicas que atentan contra la idea de una reluciente hermandad planetaria.
Entretanto, se produce como brutal golpe de realidad el triunfo de un partido abiertamente neofascista en Italia, con casi 50% de los votos. Es decir, que la mitad de los italianos que votaron (el alto abstencionismo puede interpretarse asimismo como otro comentario de las opciones políticas) se decantaron por una opción ultranacionalista, racista, xenófoba y demás. Y si bien por supuesto ambos discursos, el de la socialité y el de los neofascistas italianos, parecerían encontrarse justamente en las antípodas, como ya han señalado pensadores como Thomas Frank o Morris Berman (a propósito de Donald Trump), existe una conexión bastante causal entre ambos fenómenos. Pues entre varias cosas, precisamente lo que la élite de turistas cosmopolitas no alcanza a observar es que es casi más insultante decirle a la mayoría de la población que no hay que pensar en términos de fronteras o nacionalidades o pasaportes, porque precisamente son estas categorías algunas de las que más pesada vuelven la existencia cotidiana de la enorme mayoría de la población. Y en parte por eso, estas opciones políticas extremas que por lo menos en discurso conectan mucho más con las realidades y preocupaciones de amplios sectores de la población, continúan alcanzando posiciones de poder que parecerían impensables, como la presidencia de Italia. Pero en el fondo la socialité estará contenta, pues le dará oportunidad de comentar su honda preocupación por el avance del fascismo en Italia, y con ello su línea de productos tendrá el aura de buenaondismo tan necesario en la actualidad para alcanzar el éxito de cualquier tipo.