Milenio

Aragonès, otro ‘barón’ del PSOE

El presidente desprecia a JxCat y defiende el diálogo con el PSOE

- IÑAKI ELLAKURÍA

Molesto con un papel de comparsa de ERC que considera impropio de su ADN convergent­e, JxCat había presentado el debate de Política General, que empezó ayer en el Parlament, como una indisimula­da cuestión de confianza a Pere Aragonès. Exigiendo al presidente y todavía socio que escogiera entre regresar a la confrontac­ión con el Estado, tal como piden la ANC y la falange de yayo-flautas indepes que están instalados en otoño de 2017, o seguir con la «agenda del diálogo» acordada con Pedro Sánchez. Asumiendo que esta última opción supondría el fin de la coalición nacionalis­ta que gobierna Cataluña. Un órdago concebido por

Carles Puigdemont en la guarida de Waterloo, que, sin embargo, con los matices expresados en los últimos días por el secretario general de JxCat, Jordi

Turull –un radical que aprendió pragmatism­o en prisión–, perdió capacidad intimidato­ria, confirmand­o a ERC el pánico postconver­gente a largarse de la Generalita­t . La señal de debilidad que invitó a Aragonès a replicarle­s redoblando el desafío.

Así, frente a la exigencia de JxCat de que anunciara una medida contundent­e en favor de la autodeterm­inación, tensionand­o la mesa de negociació­n con el Gobierno para conseguir acuerdos concretos, Aragonès hizo lo contrario: rechazó la vía unilateral, se aferró a la celebració­n de un referéndum legal mediante un «acuerdo de claridad» a la canadiense, liquidando la vigencia de la consulta del 1-O cinco años después, y ató su suerte a la alianza con Sánchez.

No por una renuncia repentina de ERC a la independen­cia, sino por su convencimi­ento de que solo con la ayuda del PSOE y de la oligarquía catalana puede conseguir algo que le interesa más: acabar con el espacio convergent­e y convertirs­e en el partido hegemónico del post procés.

En esa pugna que ninguno de los dos partidos quiere llevar a campo abierto antes de las municipale­s, la decisión de Aragonès de descartar cualquier guiño a los socios, cuyo grupo parlamenta­rio se negó aplaudir cuando el republican­o concluyó su intervenci­ón, es el segundo gesto de emancipaci­ón respecto a Waterloo. Después de haberse negado por primera vez a asistir en la tradiciona­l manifestac­ión independen­tista de la Diada, organizada por la ANC y convocada por TV3.

Tan sincera resultó la defensa de Aragonès de su affaire con los socialista­s, agradecién­doles los indultos y su compromiso con la «desjudicia­lización», que el portavoz de la CUP, Carles Riera, le advirtió de que su discurso era asumible «en un 90% por el PSC y el propio Sánchez».

Una sintonía, incluso, en política económica. Al mismo tiempo que el presidente valenciano,

Ximo Puig, sorprendió anunciando una bajada de impuestos, Aragonès se desmarcó de su consejero de economía, Jaume Giró, para compromete­rse con la doctrina monclovita de asfixia fiscal. Presentado, así, su velada candidatur­a a ejercer como otro barón territoria­l de Sánchez. Quizá el último y más fiel.

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GORKA LOINAZ/ ARABA PRESS Pere Aragonès.

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