Milenio

Pharoah Sanders

- XAVIER QUIRARTE

En una época de gran espiritual­idad en el

jazz, impulsada por John Coltrane y otros músicos, Albert Ayler declaró sobre la importanci­a de esta tendencia después de la muerte del saxofonist­a: “Trane (como le apodaban) era el Padre. Pharoah Sanders era el Hijo. Yo era el Espíritu Santo”. Fallecido el sábado pasado a los 81 años, Sanders fue el último y longevo sobrevivie­nte de esta Divina Trinidad, pues Coltrane y Ayler murieron a los 40 y 34 años, respectiva­mente, cuando todavía tenían mucho camino por recorrer.

Además de unirse al grupo de Coltrane en 1965, Sanders comenzaría su ascendente carrera con su primer disco para Impulse!, el sello para quien grababa quien se había convertido en su mentor musical y espiritual. Su actitud, diría en una entrevista para The New Yorker en 2020, “me recordaba la de un sacerdote. No actuaba como muchos de los músicos que he conocido. John era extremadam­ente callado. No decía nada a menos que le preguntara­s algo. Siempre tenía cierta forma de ver hacia el futuro, como un caleidosco­pio”.

Poco dado a definicion­es sobre su música, Sanders declaró en la misma entrevista: “Soy una persona que empieza a tocar lo que quiero y sucede que tal vez se convierta en música hermosa. Muchas veces no sé lo que quiero tocar, así que solo empiezo y trato de hacerlo bien y que se agregue otro tipo de sentimient­o. Por ejemplo: toco una nota, tal vez esa nota podría significar amor. Y luego otra nota podría significar otra cosa. Y así seguir adelante hasta que se desarrolle, tal vez, hacia algo hermoso”.

Luego de sus grabacione­s con Coltrane, comenzó a descollar con sus discos como líder, entre los que destacan Tauhid, Karma o Jewels of Thought. Desde entonces forjó ese estilo pasional que buscaba despertar las emociones más internas de sus escuchas y sembrar en ellos la semilla de la fraternida­d. Para el saxofonist­a Pierre Crépon, “la música de Sanders adquirió resonancia cultural más allá de lo que la mayoría de los músicos de jazz de esa era podían presumir. Algunos eran atraídos por su mística y sus ecos orientales. Otros buscaban algo del trabajo sin terminar de Coltrane, mientras había quienes escuchaban un paisaje sonoro del futuro. En su historia sobre el poder negro,

New Day In Babylon, William L Van Deburg escribió sobre las visiones de un mundo posrevoluc­ionario de la época: un lugar espléndido _ que sería presidido por nuevos estándares éticos y estéticos, en los que las palabras de Amiri Baraka y la música de Sanders hablaran sobre los cambios forjados por la revolución”.

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