Apagar el sol
Todo empieza en las estrellas. Pero no sólo porque el universo entero, con nosotros incluidos, está hecho con los mismos materiales; también porque observando el cielo y sus ciclos nuestra especie logró desarrollar eso que con los siglos se llamaría la civilización. Platón escribe: “La visión del día y la noche y el paso de los meses y los años han creado el número y nos han regalado el concepto de tiempo y el poder de inquirir la naturaleza del universo”.
A partir de la observación de las estrellas, comenzando por nuestro sol, la vida comenzó a ordenarse en el planeta.
Alguien hubo en el origen que observando el cielo supo interpretar el mensaje, alguien con el oído tan fino que consiguió escuchar la música de las estrellas.
Anaxágoras decía que el auténtico objetivo de nuestra especie es la contemplación, que vendría a ser una observación sin la atadura intelectual. Seguramente Anaxágoras exageraba, o será que en el siglo XXI ya no se sabe cuál es nuestro auténtico objetivo, pero se entiende perfectamente su intención: sin ese loco que supo escuchar la música de las estrellas nuestra historia sería muy distinta.
El filósofo David Fideler propone que al contemplar las estrellas participamos “de su coro, rozamos un misterio ancestral y sentimos de manera palpable la música y los ritmos eternos de los que hemos surgido”.
Este misterio ancestral, que es el nuestro, sólo aflora en la oscuridad, en ausencia de nuestra estrella indispensable, que es el sol. Una ausencia que llega en cuanto cerramos los ojos y apagamos el sol, y entonces quedamos situados frente a un tapiz oscuro en el que, paulatinamente, irán apareciendo las estrellas de las que está hecha nuestra vida personal, una tras otra van apareciendo hasta conformar una bóveda celeste simétrica a la que observaban Platón
_ y Anaxágoras. Así como ellos, instalados en nuestra noche interior, podríamos ponernos, igual que aquel loco originario, a descifrar la música de nuestras propias estrellas.