Ácido acetilsalicílico
Sabíamos poco del futbol alemán, tampoco sabíamos mucho del inglés, pero sí del italiano que transmitía el Canal 7 de Imevisión los domingos de siete a nueve de la mañana y, sobre todo, sabíamos del español que escuchábamos por radio de onda corta los fines de semana hasta que empezaron a transmitirse en vivo algunos partidos del Atlético con Hugo Sánchez y después todas sus temporadas con Real Madrid, siempre por los canales de Televisa el cinco o el dos.
Pero de la Bundesliga no había seguimiento porque sus mejores futbolistas jugaban en Italia
y España y porque a través de su clásica selección conocíamos al resto y eso era todo lo que necesitabas para entenderlo: fuerte, competitivo y ganador.
Así que el futbol alemán de mi niñez, más que una Liga, era un conjunto de nombres propios que en el ocaso de Maier, Netzer, Müller y Beckenbauer, empezaba por Stielike y Breitner, dos bigotones muy buenos, pero de muy mal carácter; destacaba también Bernd Schuster, el mejor jugador de su generación y el primer rebelde de la selección alemana a la que renunció con 24 años; había dos hermanos, los Rummenigge, Karl mejor que Michael y junto a ellos un todoterreno de bolsillo como Littbarski y una aplanadora de patente como Briegel; completaban la colección los cromos de Schumacher, Förster, Fischer, Allofs y Magath, y con la era satelital llegaron Matthäus, Bremhe, Völler y Klinsmann.
Antes de la gran apertura de señales las eventuales transmisiones abiertas de las Copas de Europa nos permitían ver al conocido Bayern Münich y a un poco conocido equipo de apellido impronunciable, el Borussia Mönchengladbach que, junto al Bremen, el Hamburgo y el Stuttgart le competían al
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Bayern que muchos confundían con el desconocido Bayer, a quien identificábamos mejor por la aspirina.
Pues bien, el ácido acetilsalicílico ha ganado su primera Liga en 119 años de historia: si es Bayer, es bueno.