Milenio

La Gran Logia

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com @RPerezGay

La imagen y la idea le pertenecen a ese gran escritor que se llama António Lobo Antunes. Siempre llegando tarde, me dije, mientras leía Tercer libro de crónicas, un prodigio, y dentro un misterio: “El hueso”: “Hay veces en que me pregunto por qué razón, cada vez con más frecuencia, vuelvo a la Beira Alta, y la única respuesta es que me siento un perro que dejó por aquí, no sé bien dónde, un hueso enterrado, no sé dónde, un hueso enterrado, me acuerdo del hueso sin estar seguro de qué hueso era ni de dónde lo escondí, sin embargo necesito encontrarl­o como si el hueso fuese una cuestión vital para mí”.

No hace falta agregar, pero agrego que para mí, la figura del perro y el hueso no son para nada despectivo­s, al contrario. Allá iba de nuevo: Parque España. Por aquí escondí un hueso, ¿dónde?

Un amigo de toda la vida me envió una fotografía de una página de La Vanguardia del año de 1915, en esa hoja amarillent­a, Herminio Pérez Abreu, mi abuelo, escribió una defensa de Venustiano Carranza. Abreu conoció a Pino Suárez en Mérida y se convirtió en un activo maderista; más tarde, se afilió a las fuerzas carrancist­as. Don Venustiano lo nombró embajador de México, un solo representa­nte para todos los países de América Central.

No olvidemos el hueso que buscaba en el Parque España. Una noche un joven se acercó después de una presentaci­ón de uno de mis libros y me dijo:

Las familias son surtidoras inagotable­s de sorpresas

tengo todo el expediente de tu abuelo cuando pidió ser aceptado en la Gran Logia masónica. El hueso, pensé.

Días después me encontré con el joven masón y me entregó los documentos, un fajo de unos treinta folios. La Gran Logia del Valle de México, Unión número 6 examinaba a mi abuelo mediante documentos fechados en enero de 1918. Lo aceptaron en una ceremonia solemne: un cuarto iluminado solamente por una vela, un papel en blanco y un lápiz con el cual debía escribir quién era, a qué se dedicaba y para qué estaba en este mundo.

En otra página contaré la historia completa, sólo añadiré que cuando le preguntaro­n a mi abuelo a qué se dedicaba, él respondió, por escrito, de su puño y letra: escritor. Herminio

_ nunca publicó un libro. Las familias son surtidoras inagotable­s de sorpresas: el abuelo Herminio quiso ser escritor. No me olvido del hueso, lo dejé por aquí, tal vez cerca de un ahuehuete. No sé. Busco.

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