Tres lugares para pasar Día de Muertos el
Los mexicanos podemos celebrar el Día de Muertos en cada esquina, pero en estos sitios la celebración crece cada año y es digna de visitarse.
Lo más interesante de la celebración del Día de Muertos mexicana es que no parece necesitar la pureza para ser significativa: cada año, dependiendo de la región, estas fiestas añaden nuevos elementos a sus ofrendas. Se trata de una tradición nacional que se mantiene viva precisamente porque fluye con el tiempo presente de cada zona y se actualiza cada vez. En algunas regiones el satén blanco de los manteles se ha intercambiado por plástico más barato, por ejemplo; en otras el pan de muerto de pronto trae relleno, y en varias más, las canciones dedicadas al “muertito” han renovado su solemnidad por algo más bailable.
Aquí presentamos algunas opciones que quizá no son tan populares como el hiperfamoso Mixquic o el lago de Pátzcuaro, pero sin duda vale la pena explorar este año.
Los altares monumentales
En todos lados ponen altares, pero los monumentales de Huaquechula, en el suroeste del estado de Puebla, son dignos de verse al menos una vez en la vida. Cada año a finales de octubre el pueblo entero cuenta a sus muertos recientes –fallecidos antes del 1 de noviembre– y es colocada una ofrenda de tres pisos a cada uno. Les llaman “altares de cabo de año” y son construidos en estructuras de madera que alcanzan los tres metros de altura. Tienen tres niveles (imaginemos una cosa parecida a un monumental pastel de bodas con merengue blanco), uno por cada plano de la existencia: el primer nivel es el mundo terrenal, donde se colocan la comida que le gustaba al muerto y su fotografía, la cual mira hacia un espejo, con lo que se simboliza su entrada a la eternidad; junto a esta imagen se ponen “los lloroncitos” (figurines de niños llorando), que representan a los familiares afectados. El segundo nivel es la conjunción de lo divino con el hombre; ahí se ponen ángeles que interceden ante el cielo, rebosados de satén blanco que representa a las nubes. El tercer nivel se reserva para lo divino y regularmente es un gran crucifijo que corona las ofrendas, ubicadas en las casas de los deudos –aunque también son colocadas ofrendas en espacios públicos para las “ánimas solas”, aquellos que no tuvieron la suerte de un familiar que los recuerde–. Es una gran fiesta con sabor agridulce pues si bien algunos aún estarán lamentando la muerte de su ser querido, también pueden gastar un promedio de 3,000 a 10,000 pesos por ofrenda, esto para poder recibir a todo aquel que quiera acercarse a rezarle al muerto y dejarle algún regalo: entre los vivos se comparte el pan, pero también el mole, los tamales, el atole, el café o alguna vela, mientras el ambiente se sahúma