No existen los ‘genios solitarios’, pues todos han tenido intercambio de ideas con mentes afines.
El culto a las figuras históricas que han sido calificadas como ‘genios’ es bien conocido. La fotografía de Albert Einstein al momento de sacar la lengua decora miles de cuartos, salones de clase y laboratorios en el mundo, por hablar del caso más emblemático. Pero aunque sus importantes logros cambiaron la historia, muchas veces se pasa por alto que fueron alcanzados no sólo por su intelecto, sino también por una serie de elementos circunstanciales favorables, ambientales, de relaciones familiares, sociales, económicos, etcétera. De hecho, en el caso de Einstein, hay quienes suelen citar únicamente su coeficiente intelectual (CI) para explicar su notable desempeño, aunque esto sea en realidad mera especulación, pues el eminente físico nunca en su vida se realizó pruebas formales que lo midieran. Quienes lo afirman se apoyan en meros cálculos basados en algunos rasgos biográficos, lo cual es muy subjetivo. Además ignoran por completo la influencia de otras tantas mentes notables con las que el físico alemán tuvo contacto y que influyeron en su trabajo, y por supuesto sobreestiman su determinación y esfuerzo. Pero vivimos inmersos en una cultura que gusta de recetas maravillosas e inspiradoras de superación personal e iniciativa empresarial, donde la narrativa de éxito de muchos personajes importantes es vista sólo de manera superficial para motivar a las personas. La realidad es que no existen ‘genios’ que consiguieron grandes inventos por sí mismos, en solitario, mucho menos lo lograron de la noche a la mañana, sino después de años de trabajo, y una buena cantidad de fracasos. Todos estuvieron apoyados ‘en hombros de gigantes’, rodeados por personas tan competentes como ellos, o quizá con mejores habilidades. No pudo existir un Einstein sin el ingeniero italiano Michele Besso; un Steve Jobs sin un Steve Wozniak; un Bill Gates sin un Paul Allen; un Picasso sin un Georges Braque; un John Lennon sin un Paul McCartney. “Nadie triunfa por sí solo: ni las estrellas de rock, ni los atletas profesionales, ni los magnates informáticos”, afirma el ensayista Malcolm Gladwell. “A estas alturas de la historia –escribe la profesora Marjorie Garber, de la Universidad de Harvard, experta en temas culturales– el genio se ha convertido en una mercancía, una ambición, e incluso un estilo de vida. Biógrafos, académicos, críticos y aficionados pasan incontables horas tratando de concretar un concepto –que no puede terminar de establecerse– para identificar una prueba o un marcador de la misma manera que los científicos identifican los genes. Al mismo tiempo, buscan ‘humanizar’ o ‘personalizar’