Los mundos deJúpiter
Los astrónomos esperan que la misión Juno de la NASA permita conocer mejor la naturaleza de este planeta que con su inmensa masa y su constelación de lunas domina el Sistema Solar.
La madrugada del 4 de julio pasado, el motor de la sonda espacial Juno de la NASA dejó su largo letargo y se encendió durante 35 minutos: su objetivo fue situarse en órbita polar en torno al planeta Júpiter. Significó la maniobra más complicada y peligrosa a la que se enfrentaba esta nave después de casi cinco años de viaje por el Sistema Solar. Y no será la última: está previsto que el próximo 19 de octubre se coloque a poco más de 4,000 kilómetros de la capa exterior de nubes del gigante gaseoso; esto reducirá su periodo orbital a catorce días. Nunca antes un vehículo espacial se había acercado tanto al quinto planeta, lo cual resulta bastante problemático.
Una armadura de partículas
Y es que, de esta manera, el aparato se encontrará sumergido de lleno en uno de los lugares más peligrosos de nuestro barrio galáctico, la magnetósfera de Júpiter, que se extiende hasta siete millones de kilómetros en dirección al astro rey y casi llega a la órbita de Saturno en la dirección contraria. El estudio de esta estructura, que es la segunda más grande de nuestro Sistema después de la heliosfera –una enorme región parecida a una burbuja por la que se extiende el viento solar– es, precisamente, uno de los objetivos de Juno.
Al parecer el origen de este envoltorio magnético con forma de dona deformada se encuentra a pocos miles de kilómetros bajo la vaporosa cubierta del planeta, en un punto donde la presión es tan increíble que el hidrógeno se encuentra en un estado en el cual es capaz de conducir la electricidad; se conoce como hidrógeno metálico. Los planetólogos creen que esta fase degenerada del hidrógeno, en combinación con la rápida rotación del gigante de gas –los días en Júpiter duran poco menos de diez horas–, genera un potente campo magnético a su alrededor, miles de veces más intenso que el de la Tierra.
Ahora bien, el riesgo para Juno no es ese campo, sino lo que se mueve en su interior: electrones, protones e iones que viajan alrededor del planeta a velocidades cercanas a la de la luz. Es este anillo de partículas cargadas aceleradas a velocidades relativistas lo que puede destruir a una astronave.
Por eso, los ingenieros de la NASA se han esmerado en lo que implica proteger los delicados instrumentos científicos que lleva consigo Juno. Entre todos, el componente más sensible es la computadora de a bordo, que se encuentra encerrada en una caja fuerte de titanio de 172 kilos capaz de reducir en un factor 800 la radiación que pueda llegarle del exterior.
La sonda cuenta con un sistema especialmente ideado para estudiar la magnetósfera, cuyo nombre parece tomado de la saga Star Wars. Se trata del JEDI, acrónimo de Jupiter Energetic Particle Detector Instrument, el cual consta de tres pequeños detectores situados en ángulo a 120º uno de otro, con lo que cubren todo el cielo que rodea a la nave. Gracias a ellos, los científicos obtendrán información muy valiosa sobre las partículas de alta energía que circulan cerca del planeta y crean las auroras polares de este gigante de gas, uno de los fenómenos más impresionantes del Sistema Solar. El instrumento JADE (acrónimo de Jovian Auroral Distributions Experiment), que estudiará las partículas de baja energía que contribuyen a este proceso, añadirá más información.