Muy Interesante (México)

Sabías que...

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de 1913). Ahí está, por ejemplo, Serapio Rendón, diputado opositor a Victoriano Huerta que fue muerto por órdenes del usurpador; también se encuentran, en esa zona, las antiguas tumbas de los hermanos Madero (Gustavo y Francisco Ignacio), y de José María Pino Suárez. Sin embargo, ninguno reposa ahí en la actualidad, pues luego de su reivindica­ción histórica, al trío de personajes los exhumaron para llevarlos al Monumento a la Revolución. Actualment­e en esas tumbas sencillas y grises descansan un hijo de Gustavo Madero, y Sara Pérez Romero, la melancólic­a viuda del Apóstol de la Democracia.

Muchos de los residentes del Panteón Francés de la Piedad son figuras históricas ‘de segundo orden’, lo suficiente­mente notables para no ser olvidados, pero no tan importante­s como para merecer la Rotonda de las Personas Ilustres. Ahí reposan Emilio Portes Gil y Manuel Ávila Camacho, presidente­s de México; Luis N. Morones, líder obrero de la época de Plutarco Elías Calles y uno de los políticos más cínicos de los que se tenga memoria; Francisco Serrano, opositor a Calles, quien fuera masacrado junto con sus seguidores en la matanza de Huitzilac, el 3 de octubre de 1927; Miguel Ángel de Quevedo, el Apóstol del Árbol, filántropo y protoecolo­gista. También están luminarias de la farándula tales como la bella y trágica Miroslava Stern; María Félix y su hijo Enrique Álvarez Félix, Mauricio Garcés, el mismísimo Zorro Plateado, y Roberto Gómez Bolaños (Chespirito). Sin embargo, la tumba que más conmueve es la del escritor José Revueltas (1914-1976), conocido por sus inclinacio­nes marxistas, y cuya sencilla lápida muestra un epitafio que bien puede ser también síntesis de su vida, y en el fondo, de la vida de todos los hombres: “Gris es toda teoría. Verde es el árbol de oro de la vida”.

Tumbas entre las nubes

El cementerio del Tepeyac, situado en el punto más alto del cerro del mismo nombre, es considerad­o el más antiguo en funciones de la Ciudad de México.

—Vea las cuatro figuras que están en los ángulos –comenta la guía al tiempo que señala las estatuas que están en lo alto de la capilla–, se les llama pleurantes y representa­n el duelo por el recién fallecido.

Observo a las cuatro mujeres de granito que, desde lo alto, vigilan a quienes se acercan al mausoleo de la familia Mier, una de las más prósperas de principios del siglo XX. Las estatuas, también llamadas dolientes, están dispuestas alrededor de un sarcófago de roca en lo alto del monumento. Fueron esculpidas con tal detalle que parecen estar a punto de saltar sobre cualquiera que se atreva a perturbar el sueño eterno de los difuntos que lloran.

—Estatuas como éstas son frecuentes en las tumbas de la época, aunque en ninguna están hechas con esa delicadeza.

Ya desde el siglo XVII se efectuaban enterramie­ntos alrededor de la antigua ermita de la virgen, construida por la fe y los dineros del panadero Cristóbal Aguirre en 1666. Al principio, los difuntos eran inhumados dentro del atrio de la capillita y en los alrededore­s. Estos primeros cadáveres eran lo mismo benefactor­es adinerados que contribuye­ron a la construcci­ón del santuario que humildes habitantes del poblado de Guadalupe. Sin embargo, la creciente devoción a la Virgen morena hizo que más personas quisieran reposar el sueño eterno bajo sus faldas. Por ello, el canónigo Juan María García Quintana y Roda lo fundó de manera oficial en 1865. El cementerio del Tepeyac, además de su cercanía con el santuario católico más importante del país, poseía otras caracterís­ticas que lo hacían Durante el siglo XIX los panteones de la Ciudad de México, como Campo Florido –en la colonia Doctores– o Santa Paula –en la colonia Guerrero–, eran utilizados por la población para realizar paseos dominicale­s y como lugares de comidas campestres.

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