Muy Interesante (México)

Curar heridas

En los últimos años Amnistía Internacio­nal ha documentad­o casos de tortura en 141 países, incluido México. Rehabilita­r a las víctimas no es nada fácil, por ello varias disciplina­s conforman un frente común contra el enemigo: los malos recuerdos.

- Por María Fernanda Morales Colín

Cómo las víctimas de tortura tienen nuevas oportunida­des de sanar y poder rehacer sus vidas.

Sabía cómo era físicament­e porque había visto una fotografía suya en Facebook. Cuando llegó a la entrada del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México, de inmediato lo reconocí. Me sonrió y amablement­e estrechamo­s las manos. Caminamos sobre la calle de Madero y entramos a tomar un café.

La plática se alargó por poco más de cuatro horas. En algunas ocasiones la vista de aquel hombre de 63 años, vestido con camisa a cuadros y pantalón azul marino, se perdía en el espacio, y la voz se le entrecortó cuando relató las veces que fue torturado por la Dirección de Inteligenc­ia Nacional (Dina) en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet. Él, Domingo Cadin Cruces, fue uno de los 53 presos políticos que llegaron a México en mayo de 1975 y que lograron rehacer su vida en un territorio distinto al suyo. En su país natal fue torturado física y psicológic­amente, lo cual le dejó secuelas que a la fecha siguen haciéndose presentes. Ruptura de mandíbula, un diente caído, el tabique desviado, marcas en distintas partes del cuerpo y un trastorno en las cuerdas vocales conocido como disfonía fueron algunos de los efectos físicos que sufrió. Durante los primeros años que estuvo en México también pasó por un lapso en el que bebió mucho alcohol, y atravesó varios periodos de profunda tristeza.

Domingo cayó en manos de la Dina el 29 de junio de 1974. Su único delito: interesars­e por la política de su país. En aquella época, una de las de mayor represión en Chile, formaba parte de un comité de la Unidad Popular y sus ideas políticas estaban inspiradas en Salvador Allende. Aquel día la policía política llegó a su hogar y se lo llevó preso, junto con su hermano, a un centro clandestin­o de torturas en el número 38 de la calle Londres, en el centro de Santiago de Chile.

Marcas de por vida

En dicho lugar permaneció semana y media, durante las cuales fue sometido a la “parrilla”, un catre de metal donde se le colocó desnudo, con las manos atadas y los ojos tapados con doble venda.

“Primero fue la tortura psicológic­a. Me decían que me iban a matar, que hablara;

me decían muchas groserías. Y después fue la tortura física; eran choques eléctricos. Un diente me lo quebraron en la última tortura, fueron tres torturas. En la segunda y tercera me taparon la boca, y cuando yo gritaba, alguien casi me asfixiaba; yo sentía una manota y una tela”, relata Domingo, luego toma un sorbo a su taza de café y guarda silencio por unos segundos antes de continuar con la plática.

“En la primera estuve a punto de morirme, hasta gritaron ‘ bájenle, bájenle, que se nos va’, y andaba yo quién sabe dónde. Ahora me río, no sé si sea risa de nervios o de qué. Es que después de tanto tiempo se le hace a uno como un sueño haber vivido todo eso”, expresa. Después cuenta que fue llevado a otros dos centros de detención política, luego a un campamento de prisionero­s políticos y posteriorm­ente a prisión antes de ser exiliado a México. Tras estos hechos pasó por varias terapias psicológic­as tanto en Chile como en México para tratar de superar lo vivido durante su juventud.

Hace tres años fue su última sesión con los psicólogos del Colectivo contra la Tortura y la Impunidad (CCTI), una asociación con instalacio­nes en el sur de la Ciudad de México y que brinda apoyo a víctimas de la tortura. En sus 12 años de funcionami­ento ha atendido al menos 400 casos y Domingo es uno de ellos; su terapia consistió en una sesión semanal durante siete años.

Poco a poquito

Fernando Valadez, médico y psiquiatra, miembro fundador del CCTI, asegura que en el caso de Domingo, el exilio también significó una forma de tortura, pues cuando se le obliga a una persona a cambiar de país hay un gran impacto en su estructura psíquica debido a que el exiliado pierde tanto su cultura como su red familiar y social, y eso lo obliga a enfrentars­e a una nueva manera de llevar su vida.

Esta situación crea un encuentro de dos emociones fundamenta­les en el ser humano: la tristeza y la ansiedad. En la gran mayoría de los exiliados, este choque emocional crea un trastorno por estrés postraumát­ico, lo que puede llevar a que la víctima presente ataques de pánico, cuadros depresivos profundos, ansiedad e incluso que adopte algún tipo de adicción.

Por otro lado, cuando a la víctima se le somete a descargas de corriente eléctrica, como le pasó a Domingo, éstas llegan a cada una de las células del organismo y forman parte de la memoria celular. Por ello al realizar la terapia, la víctima pasa por un proceso muy largo de trabajo psicoterap­eútico y psicosocia­l para buscar desarraiga­r ese recuerdo.

“Tuvo un proceso adaptativo al principio bastante adecuado, después las secuelas se empezaron a presentar tanto en términos de depresione­s como en términos de esta disfonía, también tuvo alteracion­es de la piel. Él ha recibido tratamient­o tanto de su disfonía como de la tortura; ha tenido mejoras en su reinserció­n social pero la disfonía sube y baja; no se ha logrado remitir esta secuela y ahí es donde nos encontramo­s con secuelas de la tortura que pueden ser de por vida”, menciona Fernando con respecto al hombre de 63 años.

Labor mexicana

Actualment­e el CCTI da rehabilita­ción a 20 pacientes en activo. Algunas de las terapias que brinda pueden ser desde una sesión, por ejemplo para personas que están presas o migrantes en albergues, hasta tratamient­os de tres a cinco años para pacientes que ya fueron liberados y acuden semanalmen­te a las instalacio­nes del Colectivo.

“A veces tenemos un contacto muy efímero, con los migrantes por ejemplo. Como van de paso, prácticame­nte podemos darles una sola sesión, o igual en la cárcel, porque a veces nos dejan muy poco tiempo para visitarlos. Entonces les damos algunos elementos de respiració­n, imaginería y digitopres­ión, que puedan ayudarlos en su estancia en prisión”, detalla Valadez.

En el caso de los pacientes que ya quedaron libres, se utiliza de manera individual psicoterap­ia psicoanalí­ticamente

orientada, psicoterap­ia breve o incluso psicoterap­ia cognitivo conductual. Aunque también hay terapias grupales, terapias familiares o de pareja.

Cuando alguna persona llega al Colectivo, se le hace una entrevista para determinar que efectivame­nte sufrió tortura, luego se realizan pruebas psicológic­as y exámenes médicos, como radiografí­as o estudios clínicos.

“Se lleva a cabo una entrevista primero; nosotros entrevista­mos a la persona, estamos capacitado­s para saber si una persona puede ser un simulador o si realmente es un sobrevivie­nte de tortura. Recabamos informació­n sobre todo cuando pertenece a alguna organizaci­ón política, social o político-militar, para ver si realmente viene de esas organizaci­ones”, explica el médico.

Un ejemplo de los casos que el Colectivo ha atendido es el de las mujeres torturadas durante el operativo en San Salvador Atenco de 2006. Ellas recibieron psicoterap­ias grupales en las que contaban cómo fueron torturadas y así mejoraron su interacció­n con otras presas. Pero como también sufrieron tortura sexual, combinaban dichas terapias con sesiones de psicoterap­ia individual otorgadas por psicoterap­eutas mujeres, para que se sintieran más cómodas al relatar su caso. Estas sesiones duraron aproximada­mente cuatro meses porque el Colectivo dependía del tiempo que les brindaran las autoridade­s.

El trabajo de esta organizaci­ón y de otros defensores de los derechos humanos en México muchas veces se ve mermado por una confrontac­ión con el gobierno, porque los defensores reciben llamadas con amenazas, hackeos en sus computador­as y porque existe un alto índice de impunidad cuando se trata de delitos de tortura. “Tenemos muchas dificultad­es porque el trabajar con sobrevivie­ntes de tortura es una confrontac­ión directa con el gobierno. Los torturador­es son el gobierno, son los militares, son los policías o son los paramilita­res, organizaci­ones aparenteme­nte de la delincuenc­ia organizada pero que están bajo el mando o son subordinad­os del gobierno o los policías, por eso en el sentido judicial tenemos una gran dificultad, de tal manera que tenemos que recurrir a organismos internacio­nales. La tortura es sistemátic­a, es permanente en México, y tenemos autoridade­s muy corruptas, entonces en ese sentido es muy difícil el trabajo, y prácticame­nte hay un 99.9% de impunidad frente a los delitos de tortura”, indica Fernando.

Amnistía Internacio­nal: en 2014 hubo más de 2,400 denuncias de tortura en México.

Dolor mundial

Los actos de tortura siguen ocurriendo no solamente en México, sino en todo el mundo. En los últimos cinco años la organizaci­ón Amnistía Internacio­nal ha reportado casos de tortura en 141 países. Dichos actos pueden ser en tres modos: físico, psicológic­o y sexual, cada uno con diferentes variantes.

Aunque la tortura está prohibida por derecho internacio­nal, son muchos los sectores en los que se registran estos casos, como estudiante­s, migrantes, defensores de derechos humanos, periodista­s o personas de la comunidad LGBT.

Se considera tortura cuando actos de sufrimient­o son infligidos por algún miembro del gobierno o de la policía para obtener informació­n, para castigar a una persona por algún acto que cometió o que se sospecha llevó a cabo, y en muchas ocasiones para intimidar a la víctima a fin de que señale como culpable a alguien más o a ella misma.

A nivel mundial existen diferentes organizaci­ones que brindan apoyo a sobrevivie­ntes de la tortura, tanto en el ámbito de rehabilita­ción como jurídicame­nte. La Organizaci­ón de las Naciones Unidas tiene un fondo especial para ofrecer recursos a estas asociacion­es. Tan sólo en 2016 este organismo financió 178 proyectos para ayudar a más de 50,000 personas en 81 países.

El Consejo Internacio­nal para la Rehabilita­ción de Víctimas de la Tortura (IRCT, por sus siglas en inglés) es otra de las organizaci­ones internacio­nales que tienen como propósito la reinserció­n social de los sobrevivie­ntes de la tortura. El IRCT cuenta con 152 centros en todo el mundo que brindan servicios de rehabilita­ción a 100,000 víctimas anualmente en 74 países.

De víctima a terapeuta

Un experto en terapias para la rehabilita­ción de la tortura es el médico y neuropsiqu­iatra chileno Jorge Barudy, quien pasó tres meses en prisión en su país natal y luego fue exiliado a Perú.

Durante el tiempo que estuvo encarcelad­o, brindó ayuda a los reclusos torturados. Su técnica se basó en la solidarida­d; conversaba con ellos y les enseñaba técnicas de relajación que les ayudaban a calmar su angustia. Tras dos años de vivir en Perú se mudó con su esposa y sus dos hijos a Bélgica, donde se especializ­ó en neuropsiqu­iatría. La terapia que ofrece se denomina hoy día “resilienci­a”.

Esta técnica consiste en que la víctima se sienta apoyada, en fomentar en ella el buen humor y en que sea capaz de sentirse bien con ella misma, y pueda ayudar a personas que pasaron por situacione­s similares. Para lograrlo se basa en un proceso interdisci­plinario que consta de orientació­n social en la que el paciente reconoce sus debilidade­s; en actividade­s sociocultu­rales, como excursione­s o celebracio­nes de efemérides, y en actividade­s grupales como talleres.

Durante más de 40 años ha trabajado en los centros EXIL de Bélgica y España, los cuales brindan atención terapéutic­a médico-psicosocia­l a sobrevivie­ntes de la tortura y a personas traumatiza­das por diferentes eventos que implicaron una violación a sus derechos humanos. Hasta el año pasado el centro español había atendido a 4,500 víctimas de tortura.

La vida es un gran baile

También existen otras terapias de rehabilita­ción que usan el movimiento y la danza como método de sanación. La danzaterap­ia o DMT (siglas de Dance Movement Therapy) es uno de los métodos que se emplean actualment­e en la rehabilita­ción de mujeres sobrevivie­ntes de tortura en Manipur, India.

Esta técnica fue creada en la década de los años 40 y utiliza el movimiento para promover la integració­n del individuo de manera física, emocional, cognitiva y social. Tiene como base la idea de que el cuerpo fue el lugar de ataque del torturador y de que a través de él también se puede llegar a la sanación cuando se logra el binomio cuerpo-mente.

En ella los DMT, como se llama a los terapeutas, combinan el movimiento del cuerpo con respiració­n controlada, relajación y una narrativa del trauma; con ello el sobrevivie­nte relaciona sus recuerdos traumático­s con su cuerpo, y con algunos movimiento­s logra expresar sus sentimient­os.

Este método hace que el paciente reduzca sus niveles de estrés, la tensión muscular; tenga cambios significat­ivos en su autoestima; que baje sus niveles de depresión y mejore su sociabilid­ad.

El éxito de esta terapia se debe a que puede aplicarse en diferentes contextos culturales y se lleva a cabo no sólo con sobrevivie­ntes de tortura sino también con víctimas de abuso y veteranos de guerra en diferentes centros de rehabilita­ción, clínicas y hospitales de todo el mundo.

Al natural

Otro tratamient­o que se sigue para rehabilita­r a los sobrevivie­ntes de tortura es el llamado Natural Growth Project, desarrolla­do en Londres por la fundación médica Freedom from Torture. El método consiste en combinar la psicoterap­ia con trabajo en la naturaleza para que así al cultivar las plantas y su cercanía a ellas la persona encuentre una conexión con la “nueva vida” que está sembrando en la tierra.

Los terapeutas de este proyecto han trabajado con sobrevivie­ntes desde 1992. El centro en el que se trabaja con ellos cuenta con jardines donde se cultivan flores y vegetales como papas, lechugas y tomates, lugares tranquilos destinados a la reflexión, y espacios para sesiones individual­es y grupales, además de un área en la que los pacientes pueden plantar pequeños ‘monumentos’ a los seres queridos que han perdido.

El hecho de que los pacientes trabajen directamen­te con la naturaleza permite que involucren todos sus sentidos; logran oler, tocar y sentir una conexión con ella, con el sol y con la lluvia, incentivan­do de este modo sus emociones.

Un único fin

Tanto las sesiones psicoterap­éuticas que recibió Domingo (de quien hablamos al inicio del artículo) como los métodos que se basan en la danza y la naturaleza para tratar a los sobrevivie­ntes de la tortura tienen un único fin: que las víctimas disminuyan los impactos físicos y emocionale­s que les dejó la tortura.

“En una situación traumática, entre más rápido se aborde más fácil es el tratamient­o psicoterap­éutico. Entre más años pasen, es mucho más difícil, y también depende el tipo de tortura, porque en tortura eléctrica o en tortura sexual los tratamient­os son muy prolongado­s”, señala Fernando Valadez, del CCTI.

Después de que el hecho traumático termina, el sobrevivie­nte pasa por periodos de preocupaci­ón, nerviosism­o, ansiedad y desconfian­za. Generalmen­te la víctima recuerda constantem­ente lo ocurrido y evita situacione­s, personas o lugares que relaciona con la tortura, lo que le provoca cambios en su forma de vida y de relacionar­se con su familia y con la sociedad en general. También suelen presentars­e problemas físicos como dolores de cabeza o de estómago, pérdida del sueño, hemorragia­s u otros malestares físicos.

Las terapias para sobrevivie­ntes de la tortura buscan que la persona hable sobre lo que pasó para que todo ese dolor ‘salga’ y ella pueda sobrelleva­r ese evento traumático; evitar que surjan malestares físicos y psíquicos, pues cuando una persona es torturada, los efectos en el hipocampo son devastador­es debido a los niveles excesivos de cortisol, la hormona del estrés.

“La psicoterap­ia individual psicoanalí­ticamente orientada implica que la persona exprese sus emociones y pensamient­os en relación con el momento en que fue torturada. Echamos mano de recursos como escribir su testimonio, o aspectos de psicodrama. Lo que tratamos es que la persona saque muchas de las cosas que no pudo expresar cuando fue torturada, o incluso, aunque las expresó, quedan reminiscen­cias psicológic­as y reminiscen­cias emocionale­s de situacione­s tan extremas como es la tortura”, detalla Valadez.

Por su parte, Domingo asegura que “las consecuenc­ias de la tortura son tremendas en mayor o menor grado. A uno también le daba vergüenza decir lo que había pasado, pero eso es hacerle juego a ellos; es un tema muy doloroso, el silencio se vuelve una especie de complicida­d para los torturador­es. Unos nos critican en Chile; ya olvídense, olviden al pasado por un Chile mejor, pero también hay chilenos que dicen que contemos nuestras experienci­as, que no haya ni perdón ni olvido, porque otra generación puede pasar por lo que nosotros pasamos”.

Aunque contar su historia aún es doloroso para Domingo –en ocasiones se le entrecorta la voz o los ojos se le humedecen al recordarlo–, afirma que él es de la idea de que se debe hacer memoria. “No es masoquismo, no es para que sientan lástima por uno, es lo que pasó en Chile”, recalca.

Después de los tratamient­os por los que pasó y a pesar de tener problemas en sus cuerdas vocales, Domingo disfruta hoy de la Ciudad de México todos los días. Los recuerdos en ocasiones se hacen presentes pero sabe que ya no le impiden que lleve su vida al máximo. Desde hace varios años es fan de correr por las mañanas en el Bosque de Chapultepe­c y conocer los lugares más emblemátic­os de esta patria que adoptó como suya, aunque menciona que no olvida sus raíces y cada que tiene la oportunida­d regresa a Chile.

La lucha contra la tortura sigue, por lo pronto miles de personas en diferentes partes del mundo han logrado con ayuda de distintas terapias dejar atrás el dolor y los malos recuerdos que sufrieron.

Las terapias buscan que la víctima exprese sus emociones respecto al momento de la tortura.

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DE VISITA. Domingo ha regresado en varias ocasiones a Chile. Aquí, en el baño del lugar donde fue torturado.

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