Peligro en el aire
La exposición a los contaminantes del aire no sólo trae consigo problemas respiratorios. Algunos estudios sugieren que estas partículas minúsculas se alojan en el cerebro y podrían ser un factor para desarrollar graves enfermedades neurodegenerativas.
La contaminación ambiental puede afectarnos en maneras que quizá no habíamos imaginado, y tenemos que vivir con ella todos los días.
Rosa Emilia tiene una manera de saber –incluso antes de que se lo diga una alerta en Twitter o el reporte televisivo– el momento en que la ciudad se vuelve ‘tóxica’; cuando el aire que entra a los pulmones hace más daño que bien. Es un aire pesado, de esos que raspan la garganta como el humo que desprenden los chiles al ser asados. Así es su suplicio: “Empiezo a estornudar. Se me congestiona la nariz y no me deja respirar bien; tengo que hacerlo por la boca. Luego sigue la tos. Debo ir a urgencias a que me limpien las fosas nasales, me drenen y me den nebulizaciones”, cuenta mientras estornuda de tanto en tanto.
Rosa Emilia es un caso extremo de entre los casi nueve millones de habitantes que día tras día conviven con el esmog en la Ciudad de México. Tiene rinitis alérgica, un padecimiento crónico e inflamatorio de la mucosa nasal. Ya está acostumbrada a decirlo, como si fuera parte de lo que la define: “Tengo diferentes alergias: al polvo, a la tierra, a algunas plantas, árboles y al pasto”. Para ella, al igual que para los alrededor de 17 millones de mexicanos que padecen algún tipo de alergia respiratoria (15% de la población), el aire ‘malo’ es su peor enemigo. Hay días, dice, en los que casi la asfixia, y para no perder la batalla siempre carga en su bolsa las armas para defenderse: “un cubrebocas, un respirador y un spray para la nariz”.
Cuando suceden los cambios de estaciones, le da una especie de alergia estacional. Por eso, dos semanas antes de que inicie la nueva temporada, a su dosis diaria de loratadina –medicamento antialérgico– previa al desayuno, agrega otras dos pastillas más. También el limpiar su nariz con solución salina se vuelve parte de su ‘rutina de belleza’ para descongestionar. Pero con la contaminación sus síntomas se agravan: “Las vías respiratorias se me empiezan a cerrar”, explica. Al igual que al resto de las personas alérgicas en la ciudad, su médico le recomienda no salir. Pero eso es imposible. En la mayoría de los trabajos no se puede simplemente decir: “Usted jefe no lo sabe, pero la ciudad está muy contaminada; si salgo, me ahogo”. No queda de otra que exponerse.
Daño compartido
Unas tres décadas atrás, la Ciudad de México era considerada una de las metrópolis con el cielo más sucio del orbe. En los años noventa el promedio de días que rebasaban los 150 puntos Imeca (Índice Metropolitano de Calidad del Aire, en el que a partir de 100 se considera ‘malo’ para respirar) era de unos 220 anuales. Es decir, más de la mitad del año los habitantes de la urbe llenaban sus pulmones con aire contaminado, casi tres veces por encima de los estándares recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Con la implementación de medidas impulsadas desde el gobierno, como el programa “Hoy no circula” y el uso de gasolinas sin plomo, los niveles de polución se han reducido mucho: de 2004 a 2015 el número de días que superaron los 150 puntos Imeca no fue mayor a 80. La megalópolis incluso ha dejado su posición de ciudad más contaminada del mundo. Ni siquiera ostenta ya ese título en nuestro país: Monterrey, la Sultana del Norte, le ha quitado tan ‘honorable’ lugar.
Sin embargo, pese a estas mejoras, la calidad del aire en el centro de México continúa por encima de lo considerado respirable. Se trata de un problema de salud pública grave que si bien afecta con más intensidad a niños, ancianos y personas con enfermedades como la de Rosa Emilia, todos los que viven en la región resultan afectados en mayor o menor medida. “Aquí en la Ciudad de México no hay niños que no padezcan algún tipo de alergia provocada por la contaminación”, dicen médicos del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER).
Pero no es una problemática local. De acuerdo con la OMS, 92% de la población mundial vive en lugares donde los niveles de calidad del aire exceden los límites de contaminantes permitidos, lo cual podría estar relacionado con 6.5 millones de muertes anuales. Ninguna ciudad en el planeta está a salvo. A Londres, por ejemplo, le bastaron sólo los primeros cinco días de 2017 para sobrepasar el tope de todo el año de cierto tipo de contaminante (dióxido de nitrógeno). En China, por su parte, el miedo a vivir pegado a una mascarilla se hizo realidad en 2016, cuando una sexta parte de su territorio –1.4 millones de km2– se vio cubierta por una nube tóxica. Durante la peor etapa de la crisis la polución en el país asiático rebasó casi 20 veces los índices recomendados por la OMS.
En Francia, a pesar de ser uno de los principales impulsores de energías limpias, la contaminación atmosférica es la tercera causa de muerte luego del tabaco y el alcohol. Una investigación de la agencia de Salud Pública de ese país, publicada a mediados del año pasado, determinó que este factor reduce hasta en 15 meses la esperanza de vida de la población. Y es que el humo no conoce fronteras: muchos de los contaminantes que afectan a ciertos países o lugares no se originan ahí. De acuerdo con el informe “Europe’s Dark Cloud” (2016), los agentes tóxicos pueden viajar miles de kilómetros desde las centrales térmicas de carbón situadas en ciudades o naciones vecinas hasta nosotros.
Asesino invisible
Que algo tan elemental como el oxígeno pueda ser perjudicial para la salud resulta preocupante. “Podemos elegir qué comer y beber, pero para respirar no se puede decidir qué ni cuándo hacerlo”, dice Martha Patricia Sierra Vargas, médico e investigador del INER. De esta manera todo lo que contiene el aire entra a través de nuestras vías respiratorias sin que podamos hacer gran cosa para evitarlo. “El tamaño y toxicidad del contaminante determina el grado de penetración dentro del organismo –explica Sierra–, y en este caso la barrera principal es la membrana alvéolo capilar del pulmón. Una vez que él o los contaminantes logran atravesarla, pueden dirigirse a otros órganos”.
Hay una gran cantidad de elementos que corrompen el ambiente, seis en particular se consideran de especial importancia: “Se les conoce como ‘contaminantes criterio’ y son monitoreados para determinar la calidad del aire de una región”, refiere Sierra. Son gases y partículas que al sobrepasar la concentración establecida en los estándares mundiales, incrementan el riesgo de daño a la salud. Hablamos del ozono (O ), dióxido de nitrógeno (NO ), monóxido de carbono (CO), dióxido de azufre (SO ), plomo (Pb) y material particulado (PM). Este último es una mezcla compleja de gases y partículas de origen orgánico e inorgánico; afectan en mayor medida al organismo y han sido objeto de estudio de diferentes laboratorios y universidades en todo el mundo. Las más grandes son las de 10 micras (PM10), consideradas gruesas; le siguen las finas, de 2.5 micras (PM2.5), que tienen la capacidad
Más de 100 millones de latinos están expuestos a la contaminación del aire.
de entrar al organismo. Las menores de 0.1 micras, del tamaño de una molécula o virus, son las ultrafinas. Las PM producen alteraciones a nivel del epitelio respiratorio, es decir, atraviesan directamente la división aire-sangre y causan efectos en otros órganos. Son los ‘culpables’ de que el mundo se ahogue. “Dependiendo de la concentración de estos contaminantes será la afectación a la salud”, advierte la investigadora. Por ejemplo, el dióxido de azufre y el ozono suelen provocar irritación en las vías respiratorias; el plomo, alteraciones en la conducta, y el monóxido de carbono, si se presenta en altas concentraciones, puede inhabilitar el transporte de oxígeno hacia las células.
Crisis en el aire
En 2016, cuando entre los meses de abril y julio se presentaron nueve contingencias ambientales –el conjunto de medidas aplicadas ante episodios de contaminación severa– Rosa Emilia ingresó a urgencias en tres ocasiones. Durante esa primera parte del año únicamente hubo 26 ‘días limpios’ en la ciudad. Una de sus crisis, la más grave, ocurrió a mediados de mayo, después de estar expuesta al aire libre en Xochimilco, en el sur de la capital mexicana.
“Fuimos a una boda y me sentí mal porque había mucha contaminación y pasto.” Tuvo que regresar a su casa, donde se realizó una serie de nebulizaciones (respiró vapor con medicamentos para que se le abrieran los bronquios); sin embargo, el aparato portátil que tiene le detuvo los síntomas sólo momentáneamente. “Al lunes siguiente fui a dar a urgencias. Empecé con la tos, traía mi nebulizador y, aunque lo usé, no funcionó”, relata.
De acuerdo con un reporte del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) lo que originó la crisis del año pasado fue una combinación atípica de factores que dieron origen a esta “tormenta perfecta”: rayos ultravioleta, poca nubosidad y vientos casi nulos que despejaran la polución en una ciudad que tiende a encerrarla debido a sus condiciones geográficas (la CDMX está asentada en un valle). Los ‘atacantes’ más agresivos fueron el ozono y el material particulado. Pero a situaciones desesperadas, medidas desesperadas: el gobierno local aplicó de manera provisional el programa “Doble hoy no circula”, haciendo que los vehículos dejaran de transitar un día a la semana y un sábado al mes sin importar su antigüedad o cantidad de emisiones contaminantes.
El costo de la contaminación, según datos del IMCO, asciende a más de 1,669 millones de pesos anuales, entre tratamientos médicos y pérdidas en productividad por muerte prematura y ausentismo en el trabajo. “Esa semana fue un caos. Por lo menos tres días fui a trabajar pero me tuve que ir porque empezaba a estornudar y estornudar como si me picara la nariz. A pesar de que me ponía los medicamentos no me hacían efecto”, recuerda Rosa Emilia. En urgencias le prohibieron ir a trabajar al día siguiente: “No puedes respirar y tenemos que evitar que te pase algo peor”.
Sutil relación
Aunque difícilmente un certificado de defunción señalará a la “contaminación atmosférica” como causa de muerte –ni siquiera durante la Gran Niebla de Londres de 1952, cuando una densa capa de esmog engulló a la capital inglesa y mató a unas 12,000 personas, se llegó a tal punto–, siguen emergiendo evidencias que sugieren que lo que diariamente inhalamos nos enferma e incluso nos mata.
“Sin duda se trata de un tema de salud pública que impacta en todo el mundo”, afirma Patricia Sierra Vargas, quien dirige el Departamento de Investigación en Inmunología y Medicina Ambiental del INER. La complejidad de la atmósfera urbana hace que sea muy difícil establecer una asociación directa de efectos en la salud con contaminantes específicos, pero desde su trinchera ella y su equipo intentan responder cómo la polución del aire afecta a la salud de los mexicanos.
Para ello, su principal herramienta son los estudios clínicoepidemiológicos: “Llevamos un registro de la prevalencia de ciertas enfermedades en una población. Los datos que recopilamos se depositan en una base y se hacen correlaciones para asociar la exposición a los agentes tóxicos con la frecuencia de una enfermedad”, refiere Sierra mientras revisa algunos datos en su computadora.
En este momento Sierra Vargas y su equipo analizan cómo influye la contaminación de la Ciudad de México sobre personas con obesidad y diabetes. Su grupo de investigadores ha seleccionado, entre los pacientes asmáticos que llegan al instituto, a los que tengan una o ambas enfermedades crónico-degenerativas, las cuales son
Aspiramos entre 5 y 8 litros de aire por minuto, con cualquier partícula en él.
prevalentes entre los mexicanos. El asma es un padecimiento del sistema respiratorio caracterizado por una inflamación de las vías aéreas que se agrava al exponerse a elevados niveles de polución; su estudio da una buena referencia sobre cómo este elemento puede influir en ciertas enfermedades.
Los participantes son sometidos a pruebas de función pulmonar, sangre y composición corporal. Al final, toda la información recabada se compara con las concentraciones de contaminantes obtenidas de la base de datos de la red de monitoreo atmosférico. “A través de los algoritmos matemáticos podemos relacionar los niveles de contaminantes a los que estuvieron expuestos los pacientes, con su función respiratoria y el resto de parámetros medidos”, explica Patricia Sierra.
Como los estudios de ella y otros especialistas demuestran, la polución atmosférica ha resultado ser un enemigo discreto, capaz de actuar de manera indirecta y a largo plazo. Como los últimos hallazgos apuntan, los problemas respiratorios y alergias que afectan a millones de personas podrían ser sólo la punta del iceberg. Por ejemplo, se ha detectado que la acumulación de sustancias nocivas en el cuerpo podría estar relacionada con el agravamiento de enfermedades cardiovasculares, como la hipertensión arterial. Incluso hay quienes la han vinculado al envejecimiento prematuro de los pulmones y al cáncer pulmonar.
Es por eso que la Organización Mundial de la Salud la cataloga como el más importante factor de riesgo ambiental para la salud humana. Se estima que unos tres millones de decesos ocurridos en 2012 están relacionados con la polución del aire. Una de cada nueve muertes a nivel mundial. Sin embargo, aceptan los especialistas, “aún desconocemos a cabalidad todas las posibles implicaciones que este problema causa en la salud”.
Quizá una de las posibilidades menos conocidas entre la población, pero de las más preocupantes, es que la exposición a altos niveles de contaminantes, además de reducir el tiempo de vida, podría provocar daños neurológicos. Es decir, deja severos rastros en el cerebro. Algunos estudios sugieren que podría influir en una reducción del coeficiente intelectual en los niños o, peor aún, estar ampliamente relacionada con enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson.
En tu cabeza
Todos los días a las 8:30 de la mañana Rosa Emilia sale de su casa a unas cuadras de la concurrida avenida Insurgentes (la cual cruza la ciudad de norte a sur) rumbo a su oficina, ubicada en la zona Centro. Ella no lo sabe pero transita por un área de riesgo. Aunque vivir cerca de una arteria principal puede resultar muy cómodo, en una metrópoli como la Ciudad de México
donde el parque vehícular asciende a unos cinco millones de autos, representa un severo riesgo para la salud. Lo anterior, de acuerdo con un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Toronto, Canadá, quienes han descubierto que el habitar cerca de una calle de afluencia vehicular intensa, es decir, donde pasan más de 2,000 carros al día, podría ser un factor que aumente el riesgo de padecer algún tipo de demencia.
“Lo que vieron es que mientras más cercano un individuo vive de una calle de alto tráfico, el riesgo de demencia se incrementa, y mientras más lejos está, disminuye”, explica la doctora Lilian Calderón-Garcidueñas, directora del Programa Nacional de Investigación en Salud, de la Universidad del Valle de México, durante una conferencia dictada a finales de enero pasado. Esta médico cirujano, que comparte su tiempo entre la Universidad de Montana (EUA) y México, realizó un comentario sobre el estudio realizado por los investigadores canadienses para la revista médica británica The Lancet. Dado que el tráfico es uno de los principales contribuyentes de la contaminación atmosférica, los ciudadanos que permanecen cerca de zonas con gran carga vehicular están expuestos durante prolongados periodos a niveles relativamente altos de contaminantes: “Hay una asociación directa entre la exposición a áreas de alto tráfico y el riesgo de cada uno de nosotros de desarrollar una enfermedad del tipo de la demencia”, aseguró en el evento, que curiosamente se realizó en un hotel de avenida Reforma, otra de las vías más transitadas en la Ciudad de México.
Lilian Calderón-Garcidueñas ha estudiado los efectos de la polución desde hace más de 20 años. Se interesó en este tema desde que era estudiante de doctorado en toxicología ambiental por la Universidad de Carolina del Norte, EUA. Su grupo fue el primero en descubrir el que tal vez sea uno de los efectos menos conocidos y estudiados de las partículas suspendidas: son capaces de alojarse y modificar el cerebro.
Las primeras pistas sobre esta impactante relación las descubrió durante una serie de estudios epidemiológicos en niños y canes del antes llamado Distrito Federal y otras ciudades contaminadas, las cuales fueron comparadas con metrópolis de menores
Vivir cerca de una calle de alta afluencia vehicular –más de 2,000 automóviles al día– podría ser factor de riesgo para padecer algún tipo de demencia, advierten investigadores.
índices de contaminación. Durante el proyecto observó cómo las partículas afectaban los tejidos de más de un centenar de perros sanos que fueron expuestos al aire de la urbe de manera natural. Los órganos de los caninos, en especial su cerebro, presentaban diferencias con respecto al lugar donde vivían y, por supuesto, a la polución a la que estaban expuestos. “El deterioro en las barreras olfatorias y respiratorias de los perros del DF era extraordinario comparado con las ciudades limpias”, comenta. También hallaron daños como neuroinflamación, disfunción endotelial, ruptura de la barrera hematoencefálica, deterioro neuronal, estrés oxidativo y daño del ARN y ADN y evidencia de la patología del Alzheimer en varias regiones del cerebro.
“Si es así, estas alteraciones podrían dar una idea de los mecanismos y principios fisiopatológicos subyacentes responsables de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson”, escribió Calderón-Garcidueñas en un estudio de 2002. Estos resultados, alertó, pueden extrapolarse a humanos. Ello fue confirmado cuando, en 2004 y 2008, analizó el impacto de la contaminación en adultos y niños procedentes de diversas zonas de la Ciudad de México. Sus estudios también revelaron niveles elevados de marcadores neuroinflamatorios en la masa cerebral de los menores, así como déficits cognitivos. Los daños, de acuerdo con los investigadores, eran más severos en aquellos muchachos expuestos a mayores índices de contaminación.
¿De qué quieres morir?
“Siempre que me cuestionan dónde deben vivir en la Ciudad de México, yo les pregunto: ¿de qué se quieren morir?, porque los daños varían con la residencia del individuo”, bromea Lilian. La razón es que, sin importar en qué parte de la urbe esté la persona, siempre está expuesta a los contaminantes atmosféricos. De acuerdo con ella, las personas que viven en el norte tienen un mayor riesgo de sufrir un infarto al miocardio o un infarto cerebral, debido a la inhalación de una cantidad extrema de metales. Por su parte, las endotoxinas pueden provocar un proceso inflamatorio cerebral muy severo en los habitantes del sur.
“Ustedes no pueden parar esas partículas ultrafinas que atraviesan todas las barreras del organismo, incluyendo la nasal, la olfatoria, la del aparato gastrointestinal, la barrera hematoencefálica en el cerebro, hasta la placentaria. Es decir, nosotros estamos exponiendo a los bebés aun dentro del útero a las partículas más finas.” En su opinión, de nada sirve usar un cubrebocas.
Uno de sus últimos hallazgos que ha dado la vuelta al mundo lo realizó en colaboración con la doctora Barbara Maher, de la Universidad de Lancaster, Reino Unido. Recolectaron muestras de tejido cerebral de habitantes de la Ciudad de México y de Manchester. Al analizar la corteza frontal encontraron “cantidades significativas de material particulado ultrafino con magnetita y otros metales (níquel, platino y cobalto)”, explica CalderónGarcidueñas. En el cerebro hay pequeñas partículas de esta última sustancia, la magnetita, que se derivan naturalmente de la función cerebral. Las investigadoras decidieron analizar su forma y tamaño para determinar su origen.
Los resultados fueron publicados en septiembre pasado y demuestran que en los cerebros estudiados existían dos tipos de nanoparticulas: unas con forma esférica y otras con forma angular: “Empezamos por preguntarnos si acaso la magnetita ‘extra’ encontrada en los cerebros de personas con Alzheimer podría venir de la exposición a las nanopartículas de magnetita que eran producto de la contaminación en el aire”, indica Barbara Maher vía correo electrónico. “¿Qué tal que tenía un origen externo y podía entrar en el cerebro?” De ser así, refiere la investigadora, “podía tener una relación causal con la enfermedad neurodegenerativa”.
No se equivocaban. Mientras que las nanopartículas de hierro que se hallan ‘de manera natural’ en nuestra cabeza tienen una morfología muy irregular, los provenientes de la contaminación son esféricos. La diferencia entre ambas se debe a la temperatura a la que se generan. Las partículas esféricas requieren calor por arriba de los 2,000 grados Celsius para formarse (el cual proviene de la combustión de vehículos, industrias e incluso chimeneas), no obstante el cerebro no alcanza rangos mayores a 40ºC. Conclusión: “87% de las partículas encontradas en los cerebros de los residentes en la Ciudad de México eran producto de la combustión”, afirma Lilian Calderón.
“Dada la escala y el costo de la incidencia de la enfermedad de Alzheimer y otros padecimientos neurodegenerativos en todo el mundo, es esencial comprender si la exposición a las partículas tóxicas de contaminación por magnetita contribuye significativamente a la aparición de este mal”, refiere la doctora Maher.
Estos resultados concuerdan con otro estudio realizado por Lilian en 2002, pero en aquella ocasión su deducción apuntaba a que los niños de la Ciudad de México tienen mayores concentraciones de una sustancia llamada endotelina (un péptido vasoconstrictor), que los hace más propensos al desarrollo de enfermedades cardiovasculares.
Aquella investigación también sugiere que los contaminantes podrían provocar una reducción de la irrigación en la sustancia blanca del lóbulo parietal derecho y con ello afectar el desarrollo cognitivo. Esto daña la memoria y trae consigo deficiencias en el rendimiento escolar, en la capacidad para prestar atención, y para bloquear conductas antisociales y agresivas. “Cuando hicimos las pruebas cognitivas vimos que existe una relación de deficiencia cognitiva en relación con la residencia. La diferencia entre los niños de la CDMX versus los chiquitos que viven en áreas no contaminadas es extremadamente importante”.
Toda esta nueva camada de investigaciones que dejan por un lado los problemas respiratorios y se concentran en cómo la contaminación afecta el cerebro, aún tiene mucho camino por delante. “Una combinación de estudios epidemiológicos más detallados y una comprensión específica de la toxicidad de los diferentes componentes de la contaminación pueden ser algunas maneras de progresar”, considera Maher. En ellos, podría estar la base para entender enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson que padecen millones de personas en todas partes del mundo. También son una señal de alarma que los gobiernos y los ciudadanos deben atender con el fin de bajar los niveles de contaminación.
En metrópolis como la Ciudad de México, donde los límites material partículado fino (PM2.5), sobrepasan los recomendados por la OMS, cada ciudadano debe tomar sus propias medidas para que la polución no afecte su salud ni su rutina de vida. En el caso de Rosa Emilia, se las ha ingeniado para evitar le descuenten sus faltas en el trabajo, negociándolas como si fueran días de vacaciones. “El problema es que no se nos considera una enfermedad de riesgo, sino un mal común. Nos llegan a dar uno o dos días de incapacidad pero no los cuenta la empresa más que para justificar que no hayas ido a trabajar. Te lo descuentan y no te lo pagan”, refiere. Y aunque el neumólogo le ha recomendado irse a vivir a la playa, es una sugerencia que no puede seguir porque su vida, su familia y su trabajo están aquí, en la contaminada Ciudad de México.
Se ha descubierto que los desechos tóxicos que se desprenden de los gases de escape de la combustión pueden introducirse hasta el cerebro humano.