In Situ
Ángela Posada platica con el nieto de Jacques Cousteau.
Mirándose en el espejo retrovisor de un auto estacionado en la orilla del Parque Nacional Everglades, en Florida, Philippe Cousteau Jr. se cubre por segunda vez la cara con crema antisolar. El Sol es agresivo y el calor memorable, pero nada de esto parece detener el ímpetu del nieto de 34 años del legendario capitán Jacques-Ives Cousteau, cuyo compromiso con el medio ambiente es hoy tan sincero como lo fueran en su momento el de su abuelo y el de su padre, Philippe Sr.
No es fácil ser nieto del icónico, controvertido e idealizado capitán del barco de investigación oceanográfica Calypso, cuya personalidad impregnaba todo el ecosistema familiar como el halo de un dios mayor. “La gente asume que porque mi padre era hijo de Jacques Cousteau la fama y la fortuna vendrían fácilmente. Pero nada puede estar más lejos de la verdad. Mi hermana Alexandra y yo heredamos muy poco, excepto el indomable espíritu de nuestros padres”, me dice mientras salta ágilmente a bordo de una lancha inflable y extiende la mano para ayudarme a subir.
En 2000 Philippe fundó EarthEcho International, organización orientada a brindar a los jóvenes herramientas para proteger y restaurar los recursos acuáticos del planeta; pero hacerlo de manera práctica y presencial. De ahí esta invitación a un tour por los Everglades. En la playa hay una docena de estudiantes de varios países latinoamericanos, esperando ávidamente el turno de acompañar a Philippe a bordo.
“Colombia, Perú y Ecuador tienen muchos de los mismos problemas ambientales que tenemos aquí”, le dice Cousteau al grupo, haciendo un gesto con el brazo en dirección a la orilla del famoso “río de hierba” que inmortalizara la ambientalista Marjory Stoneman Douglas. “Los Everglades son como una lección porque vemos el efecto que los fertilizantes provenientes de la caña de azúcar tienen: están contaminando el agua y matando a las algas.”
Para evitar que avance el deterioro del ecosistema, un grupo de científicos está plantando juncos gigantes en el agua, a fin de que absorban los químicos. Acto seguido, Cousteau enseña a los estudiantes cómo plantar los juncos ellos mismos. Los tres días de excursión han estado saturados de actividades sobre el terreno, el microscopio y la computadora. Todo un minicurso de ciencia ambiental.
“Todos éstos son problemas globales, y ustedes son los líderes del futuro”, les dice el explorador con tono apremiante. “No acepten tener que hacer las cosas como se venían haciendo. Por eso tenemos tantos problemas en el mundo: porque no hay gente suficiente que se levante y diga ‘podemos cambiar esta situación’. Podemos hacer dinero y ser exitosos, podemos construir cosas y tener trabajos, pero no tenemos que hacerlo destruyéndolo todo. Porque al final de cuentas nos va a salir más caro.”
Más tarde, acudo con Philippe a refugiarme bajo el único trozo de techo en millas a la redonda. La sed es un trasfondo simbólico de la conversación. Hablamos de cómo los problemas del mundo actual requieren la tecnología y un pensamiento de negocios moderno; y de sus interesantes iniciativas de desarrollo sostenible en la Bolsa de Valores de Nueva York.
También hablamos de sus expectativas en Latinoamérica.
“Como mi padre y mi abuelo, somos contadores de historias, y ésa es la forma en que enganchamos a la gente. El objetivo con EarthEcho entonces es usar la tecnología para llegar a cientos de miles de personas. Y hacerlo en español. En el futuro, la idea es llevar las expediciones educativas de EarthEcho a Latinoamérica, para tener sesiones in situ en cada país. Porque éstos son problemas mundiales.”
Le pregunto si es optimista en cuanto a nuestro futuro.
“Sí lo soy. Por esto”, dice y señala a la docena de estudiantes que han descubierto el mismo trozo de techo que cubre el mirador. Algunos toman notas con avidez.
“Y soy optimista porque hay gente que sí hace algo. Hasta hace poco los Everglades estaban muriendo. Ahora la gente está haciendo un mejor trabajo con los fertilizantes de la caña de azúcar. Aún hay muchos retos para desenredar la maraña de errores que cometimos en el pasado cuando no sabíamos lo que hacíamos. Pero vamos mejorando. Y el público está algo mejor informado.”
Philippe hace una pausa para consultar su celular. A la distancia, los pastos verde claro se extienden hasta perderse de vista interrumpidos aquí y allá por islotes de árboles. Una fina capa de agua fluye lenta y constantemente península abajo, acariciando las raíces de los altos juncales. “El río fluye y el pasto permanece”, escribió Stoneman Douglas. Eso son los Everglades.