Mitos y leyendas
En el Ártico sobrevive una antigua cultura que, a pesar de estar inmersa en la modernidad, ha preservado las creencias de sus antepasados.
Los inuit: el pueblo de los espíritus.
Procedentes de Siberia, los ancestros del pueblo inuit cruzaron el estrecho de Bering, llegaron a Norteamérica y se distribuyeron por Groenlandia, Alaska y Canadá. En esas inhóspitas tierras del Ártico, donde abunda el hielo y escasea la vegetación, sus descendientes han desarrollado una vida nómada basada en la caza y la pesca como principales fuentes de sustento. Organizados en clanes familiares y adaptados a las condiciones extremas del gélido entorno, construyen sus iglús, tiendas, kayaks y trineos; confeccionan su indumentaria, siempre invernal, y elaboran las herramientas, armas y demás utensilios que les han permitido sobrevivir en tan difíciles circunstancias.
Actualmente los inuit (“el pueblo” o “la gente”, en su lengua) se han incorporado a la vida occidental de los países a los cuales sus territorios pertenecen, pero conservan muchas de sus costumbres y tradiciones, entre ellas los relatos que conforman su mitología. Una de esas narraciones se refiere al cuervo ( Corvus corax) como creador del mundo: cuenta la leyenda que esta ave volaba por el cielo sin tener dónde posarse, por lo que arrojó piedras al mar, creando así la tierra firme. Sobre ella hizo crecer algo de vegetación y la pobló con animales, para luego formar al hombre y, por último, a la mujer. Después enseñó a los seres humanos todo aquello que necesitaban para sobrevivir. Y una vez cumplida su misión, volvió al cielo, desde donde envía a la tierra buen tiempo, si se lo piden, y mal tiempo, si se mata a un cuervo.
Este relato confirma la hipótesis de que “el ave lleva a cabo un papel importante en los mitos de creación”, planteada por el historiador de la Universidad Central de Venezuela, Julio López Saco. En el caso de la leyenda inuit, este autor explica que el cuervo se concibe no solamente como un “creador personificado”, sino también como un animal de “carácter espiritual” y un “héroe civilizador”.
Regalo del cielo
Otra narración inuit acerca de los orígenes tiene asimismo como protagonista a un animal de carácter espiritual, el lobo ( Canis lupus); se trata de Amarok, “el espíritu del lobo”. Según la tradición, recogida por el escritor y ecologista canadiense Farley Mowat en su libro Los lobos no lloran (1963), en el principio los únicos habitantes de la Tierra eran los primeros hombre y mujer. Ante tal desolación, ella imploró a Kaila, el espíritu del cielo, la existencia de otras criaturas. El ser supremo atendió su plegaria ordenándole que cavara un agujero en el hielo; de ahí fueron emergiendo uno a uno los animales que poblarían el mundo. El último en salir fue el caribú ( Rangifer tarandus, mejor conocido como reno), considerado por Kaila “el mejor regalo que podía hacerles”, pues se alimentarían de su carne y con su piel harían sus tiendas y ropa.
Una vez liberado, el animal se reprodujo exponencialmente y se distribuyó como especie por todas partes. Sin embargo, los descendientes de aquella primera pareja humana se dedicaron a cazar sólo a los ejemplares más fuertes y sanos, al grado de que éstos empezaron a escasear y a quedar disponibles únicamente ejemplares débiles y enfermos. De cara al inminente problema de subsistencia, la mujer apeló de nuevo al espíritu del cielo, quien lo solucionó enviando al “espíritu del lobo”. Las encarnaciones de éste se encargaron de devorar a los caribús más enclenques y
enfermizos, gracias a lo cual la disponibilidad de ejemplares saludables para la caza aumentó.
A decir de los expertos, esta leyenda plantea una “teoría de la selección natural” por parte de los inuit, quienes no ven en el lobo a un depredador perjudicial al que deben combatir –como se le suele percibir en Occidente–; por el contrario, lo consideran un aliado en la lucha por la supervivencia, un ‘regalo del cielo’ que agradecen.
Eterna persecución
A decir del antropólogo Carlos Moral-García, de la Universidad Complutense de Madrid, “en la tradición inuit se consideraba que existían diversos seres que desde una perspectiva occidental pueden entenderse como ‘sobrenaturales’ y que conviven con los seres humanos. Algunos eran las potencias espirituales de los fenómenos celestes”. Tal es el caso de la protagonista y el antagonista del relato que explica el origen mitológico del sol ( siqiniq) y la luna ( tatqiq).
Aunque hay varias versiones de esta leyenda, básicamente se trata de dos hermanos, Malina y Anningan, que vivían en la misma casa. Él la asediaba tanto, que ella se vio obligada a huir con una antorcha en la mano para iluminar su camino hacia el cielo, donde se convirtió en el sol. Anningan la persiguió convirtiéndose en la luna. La huida y la persecución se hicieron eternas, apareciendo cada uno en la bóveda celeste, en horarios distintos del día. Sólo de vez en vez él consigue darle alcance, que es cuando ocurren los eclipses; sin embargo, Malina logra escapar inmediatamente. En su constante acoso, el hermano luna se olvida de comer y periódicamente adelgaza hasta desaparecer del firmamento, lo cual corresponde con las distintas fases lunares. Su ocultamiento se atribuye al tiempo que se toma para alimentarse y recobrar fuerzas.
Para eliminar a Anningan y cesar su hostigamiento, el guerrero de nombre Tulock ascendió al cielo. Al intentar aniquilarlo, no tuvo éxito, debido a que la propia Malina lo impidió. Atrapado en las alturas, a Tulock no le quedó otra opción que pulverizarse, dando origen a las estrellas.
Castigo o recompensa
Sedna es un planeta menor descubierto en 2003 más allá de la órbita de Neptuno, en los confines del Sistema Solar. Su nombre, que significa “la de ahí abajo”, hace honor al espíritu de las profundidades marinas, de acuerdo con la mitología inuit.
Sedna era una bella joven que vivía a orillas del mar con su padre viudo. De alma rebelde, para disgusto de su progenitor, se negaba a casarse, rechazando a numerosos pretendientes. Entonces, impaciente por tener descendencia, el viejo la obligó a contraer nupcias con un perro. Ambos procrearon una gran familia de la cual surgieron dos pueblos: el de los habitantes originarios ( irqigdlit) y el de los hombres blancos ( qavdlunait), es decir, “los diferentes”, quienes viven del otro lado del océano, en alusión a los pueblos de origen europeo. Pero, advirtiendo que su hija no era feliz en aquel matrimonio, el padre decidió matar al perro, ahogándolo.
Sedna era de nuevo libre, pero sin recursos para satisfacer las necesidades de su familia. Por ello, tras rechazar innumerables propuestas matrimoniales –como era su costumbre– debió aceptar la de un apuesto forastero que le prometió ser un buen proveedor y darle una excelente vida. La llevó a vivir con él a una isla, donde la ambiciosa mujer descubrió que las promesas eran engaños. Para empezar, su esposo no era un ser humano sino un horripilante pájaro (según otras versiones, un cuervo) con poderes sobrenaturales. Además la tenía viviendo en aquel lejano lugar, en medio de incomodidades y precariedad. Lloró tanto por su situación que su padre la escuchó y presuroso acudió a rescatarla. Se embarcaron de regreso a casa, pero el despechado marido utilizó sus poderes para provocar una gran tormenta que se los impediría.
Asustado ante el inminente naufragio, el viejo lanzó a su hija a las aguas para calmar la ira de la feroz criatura. Pero Sedna pudo aferrarse a la embarcación y el padre cercenó sus dedos. Éstos se transformaron en las diferentes especies de la fauna marina polar y ella se hundió en las profundidades convirtiéndose en el gran espíritu del mar, que castiga o recompensa el comportamiento del pueblo inuit.