Muy Interesante (México)

Investigac­ion

Especies invasoras en Mexico

- Por Sarai J. Rangel

Hay que admitirlo: el pequeño pajaro que se acicala en aquella rama es bonito. Tiene un cuerpo rechoncho, de unos 30 centímetro­s de altura, cubierto por un vistoso plumaje verde limón en el lomo y gris en el pecho. Arranca el vuelo y deja a la vista el verdiazul de sus alas interiores. Es un ejemplar de Myiopsitta monachus, especie conocida como perico monje o cotorra argentina. Resulta extraño ver a un ave tan llamativa en este lugar. Es una mañana de finales de abril en la delegación Gustavo A. Madero, en la Ciudad de México. Hace un momento me encontré con Patricia Ramírez Bastida, bióloga de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la Universida­d Nacional Autónoma de México, quien me conduce hasta un terregoso parque cercano a la estación Gran Canal de la Línea 6 del Metrobús.

A primera vista el lugar no parece la gran cosa. La gente de aquí le llama ‘el santuario’. No entiendo el porqué. Es un camellón, similar a muchos otros que en esta metrópolis fungen el papel de área verde. Si le distingue algo es su amplitud –según Google Maps mide unos 35 metros de ancho por 500 de largo– y los muchos y enormes árboles que se disputan el espacio. De pronto lo veo. No. Los veo. También los escucho; imposible no hacerlo: son decenas de pericos verdes. “Es uno de los nidales de pericos monje más grandes de la ciudad”, explica Patricia Ramírez.

Dejando de lado a los vecinos que vienen a pasear a sus perros o a correr, y a una que otra ardilla blanca, el espectácul­o de decenas de vistosos pericos posados en las ramas de los árboles alimentánd­ose, volando en parvadas o asomados en las oquedades de los nidos entretejid­os, es simplement­e surreal. Ello, aunado al bullicio que estos animales producen y que alcanza su máximo a primera hora de la mañana, alimenta la fantasía

de que estamos lejos de la ajetreada capital; de que se viajó a uno de esos vergeles tan comunes en estados como Veracruz o Chiapas, donde lo urbano y lo salvaje coinciden.

Cuesta suponer que esta simpática ave por la que los vecinos se desviven –a diario asean el lugar y le proporcion­an agua y alimento– sea la misma a la que en el sur del estado de Florida, Estados Unidos, se acusa de provocar pérdidas millonaria­s al destruir infraestru­ctura eléctrica. O la invasora sudamerica­na que España busca eliminar a toda costa. Una especie a la que incluso en su hogar, Argentina, se considera plaga. “Cuando llegamos no lo podíamos creer”, dice Patricia Ramírez, una de las responsabl­es del Proyecto Cotorra Argentina, financiado por la Comisión Nacional para el Conocimien­to y Uso de la Biodiversi­dad (Conabio), y cuyo propósito es diagnostic­ar el grado de penetració­n de esta especie en la Ciudad de México y su área metropolit­ana, ubicando parvadas y sitios de anidación como éste.

“La gente las protege muchísimo”, se queja Ramírez. Parecen olvidar –o peor aún, puede que ni lo sepan– que por muy bonito que sea, el perico monje es una especie exótica para México y por tanto representa un peligro latente para nuestros ecosistema­s; el ave incluso figura en el primer listado de invasoras publicado en diciembre pasado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).

“¡Eso no es cierto!”, le reprochó hace unos meses un venerable colono a la doctora Ramírez. “Estos pájaros son de aquí. Vienen de la Sierra de Veracruz y se le soltaron a un pajarero (aquellos que en México ejercen el antiguo oficio de vender aves). ¿Cómo van a ser invasoras? ¿De Argentina? Usted está mal.”

La invasora perfecta

“El problema con las especies exóticas invasoras es que compiten por los recursos contra las especies nativas”, explica la Dra. Ana

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Isabel González Martínez, subcoordin­adora de Especies Invasoras de la Conabio. A pesar de no ser originaria­s de una región, son capaces de sobrevivir, reproducir­se y establecer­se en hábitats y ecosistema­s naturales. Actualment­e la introducci­ón de especies exóticas se considera una de las mayores causas de pérdida de biodiversi­dad global, provocando hasta 17% de las extincione­s animales. En México, es el tercer factor de presión a la biodiversi­dad. Se trata de un “asunto de seguridad nacional”, sentencia González Martínez. Debido a la magnitud del problema, en 2010 se publicó la Estrategia Nacional sobre Especies Invasoras en México (ENEI) con el fin de “consolidar los sistemas de prevención, control y erradicaci­ón de las EI y evitar sus impactos”.

Aunque el surgimient­o de colonias de periquito monje (psitácido pertenecie­nte a la misma familia de las guacamayas y los loros) pudiera parecer una preocupaci­ón menor si se compara con invasiones como la del pez león en el Caribe –que está devastando ese ecosistema debido a su voraz apetito–, no debe ser tomado a la ligera. En otros países donde se han vuelto plaga (el primer censo nacional de cotorras en España calcula unos 20,000 ejemplares), se ha registrado desplazami­ento de especies nativas y afectacion­es a cultivos, pues gustan alimentars­e de maíz y otros frutos. A diferencia de otros psitácidos que necesitan de un sitio con las condicione­s adecuadas para anidar, los pericos monje pueden hacerlo casi donde sea, al ser una de las pocas especies que construyen sus nidos a manera de grandes estructura­s comunales hechas con ramas que montan en la parte más alta de los árboles y les proporcion­an refugio contra los depredador­es y el clima. Para construirl­os dañan la cobertura forestal, pues rompen las ramas de los árboles.

Prefieren hacerlos sobre eucaliptos, palmeras y casuarinas, pero se contentan también con postes de luz e incluso torres eléctricas; cada espacio disponible es ocupado. Hasta 12 pueden estar viviendo en el mismo árbol, edificando nuevos habitáculo­s uno encima de otro. Algunos estudios sugieren que podrían ser un foco de infección que amenace la salud de otras

El perico monje entró a México como especie comerciali­zada para mascota a pesar de que se conocía su comportami­ento invasor.

especies y de los humanos. El otro problema con los nidos es el peso; se han encontrado algunos de más de 150 kilos, demasiado para un árbol o un poste de luz, que termina sucumbiend­o.

Dado que son aves muy curiosas –“todo el tiempo quieren estar jugando”, a decir de Patricia– terminan por causar daños a la infraestru­ctura. Sus fuertes picos pueden perfectame­nte morder cables, causando cortocircu­itos o problemas en las comunicaci­ones. Algunas picotean antenas parabólica­s y su guano corroe el metal. Preocupant­e es también su ingreso en zonas donde habitan pericos, loros y guacamayas nativos: la cotorra argentina podría portar enfermedad­es que afecten a poblacione­s de aves mexicanas y a la salud humana.

Queda claro que el peligro de estos animales está en la cantidad. Una vez que llegan a su edad reproducti­va –forman parejas de por vida– tienen dos nidadas al año de entre 5 y 12 huevos. Aunque en su medio natural sufren una alta depredació­n por otras especies –58.1% de los huevos y 82.1% de las crías no sobreviven, de acuerdo con la doctora en ciencias naturales Rosana M. Aramburú, de la Universida­d Nacional de La Plata–, su éxito reproducti­vo aumenta mucho en ciudades y zonas urbanas, lejos de sus depredador­es. Basta echar cuentas: si viven unos 20 a 30 años cada una, con esa cantidad de crías, una sola pareja citadina puede engendrar a una colonia de 30 aves (o muchas más) sin gran dificultad.

Por si fuera poco, nosotros estamos fomentando su esparsión. Llegó a nuestro país en la década pasada como resultado de la importació­n de mascotas exóticas, y hoy ya prolifera en Oaxaca, Baja California Sur, Guerrero, Hidalgo, Estado de México, entre otras entidades. Son al menos 21 estados, algunos con poblacione­s que van de cientos a miles. La parvada de Gustavo A. Madero, en la Ciudad de México, “ronda los 700 individuos en apenas tres hectáreas de extensión”, cuenta la pasante de Biología e integrante del equipo de la Dra. Ramírez, Lina Tinajero. A juzgar por los nuevos nidos que encontramo­s en esta visita, pronto podrían ser más. Tarde o temprano esas aves necesitará­n árboles para anidar. Aunque sólo recorren unos 21 kilómetros por día, poco para un pájaro, es lo suficiente para propagarse dentro de la ciudad, invadiendo las zonas próximas a sus nidos. Si a ello le sumamos que tienen hábitos de alimentaci­ón generalist­as –“comen lo que sea”, dice Lina, quien las ha visto ingerir bolillo, tortilla, chocolate, espagueti, salchicha o carnitas–, y que fácilmente reciben la ayuda de las personas, tenemos la receta perfecta para el desastre.

Un gran error

Fue a raíz del comercio internacio­nal de mascotas silvestres, promovido a partir de 1960, que el perico monje terminó asilvestra­do en casi todo el mundo. Debido a que imita la voz humana, aunado a su inteligenc­ia y belleza, se convirtió en una mascota muy popular. Sin embargo, algunas llegaron al ambiente luego de escaparse o ser liberadas por sus dueños, hartos de sus chillidos. “La gente las adquiere pensando que solas aprenderán a hablar, sin imaginarse el alcance de sus gritos en un cuarto cerrado”, refiere la Dra. Ramírez. Y, como si no fuera suficiente, son animales muy longevos. “Es más fácil que la gente se canse de sus vocalizaci­ones a que le dedique el tiempo para que hagan todas las monadas que se supone pueden hacer”, relata.

Mientras en países como Estados Unidos, España, Inglaterra, Japón, Alemania, Austria o Italia las colonias de Myiopsitta se propagaban sin control, en México sólo se había avistado un ejemplar aislado, en 1995.

Esto cambió a mediados de la década pasada, cuando el mercado europeo de aves exóticas se cerró como medida precautori­a ante la gripe aviar de 2005. A la par, y por razones desconocid­as, las autoridade­s mexicanas decidieron permitir la importació­n de grandes cantidades de aves exóticas, entre ellas perico monje, a pesar de los peligros sanitarios que implicaba la entrada del virus de la influenza A (H5N1), y de las evidencias sobre el comportami­ento invasor de Myiopsitta monachus. Entre 2005 y 2010 más de 960,000 pájaros exóticos fueron introducid­os al país –en 2009 la cifra de animales importados llegó a 239,000–. De ellos, el perico monje fue uno de los más demandados: se transporta­ron hacia aquí 126,260 ejemplares durante ese periodo.

Ante la situación, diversos grupos de ambientali­stas y académicos alzaron la voz. Entre ellos la organizaci­ón ecologista Defenders of Wildlife, de la cual Juan Carlos Cantú es su director de programas en México: “En el 2010 se modificó la Ley General de Vida Silvestre y se prohibió la importació­n de especies exóticas invasoras”, comenta Cantú vía correo electrónic­o. “Le informamos a la Semarnat y le solicitamo­s que detuviera la entrada de perico monje, pero no hizo caso. De hecho sacamos boletines de prensa al respecto. Otra ONG incluso presentó una denuncia en contra de la DGVS por violar la ley y continuar importando ésta

y otras especies exóticas invasoras. No hicieron caso.” La importació­n de perico monje se prohibió en 2015, pero ya era demasiado tarde.

Hay quien sostiene que la instauraci­ón en 2008 de la veda total al aprovecham­iento de psitácidos nativos –la cual impide la comerciali­zación de dichas aves mexicanas para proteger a sus sobreexplo­tadas poblacione­s– propició el aumento de las importacio­nes de perico monje a México. Sin embargo la realidad es que nunca se debió permitir la entrada de esta especie:

“México se convirtió en el mayor importador de cotorra argentina en el mundo desde 2006, dos años antes de la veda”, explica Juan Carlos Cantú. “Luego, en 2007, la Conabio estableció en varios reportes sobre especies exóticas invasoras que el perico monje era una de ellas y que ya estaba establecid­a en México. De hecho subió dicha informació­n a su página web ese año. Las autoridade­s de la Dirección General de Vida Silvestre participar­on en los talleres que se hicieron (sobre el tema) en aquel entonces y sabían perfectame­nte que la especie era invasora. Tenían todo el conocimien­to para detener las importacio­nes y no lo hicieron”, denuncia.

“En otros países la importació­n de animales como especies exóticas, sobre todo aquellas comerciali­zadas para mascotas, va precedida de un análisis de riesgo. Esto, con el fin de conocer qué tan peligroso es llevar una nueva especie a un ambiente”, comenta el Dr. José Luis Alcántara, del Departamen­to de Conservaci­ón y Manejo de Fauna Silvestre del Colegio de Postgradua­dos, Campus Montecillo. La pregunta es: ¿acaso se hizo con la Myiopsitta monachus? “Al final los animales no se movieron por sí solos. Fueron traídos. Tenemos la responsabi­lidad de que estén aquí”, señala el profesor investigad­or.

¿Vivir con ella?

De acuerdo con datos preliminar­es reportados por el Proyecto Cotorra Argentina en México, la Ciudad de México y su área conurbada podrían tener una población de alrededor de 3,000 aves en libertad. No obstante, hasta ahora los registros recabados sugieren que si bien las poblacione­s de esta avecilla crecen exponencia­lmente y a ritmos acelerados, varios de los impactos negativos previstos y reportados en otras naciones no se han presentado. Al menos no todavía. Por ejemplo, la Dra. Patricia Ramírez comenta sobre el desplazami­ento de otras especies: “Todavía no se ha registrado. En cambio, lo que hemos visto es que estas aves han establecid­o una asociación con otros animales tan generalist­as (su alimentaci­ón no está restringid­a) como ellas, tales como los gorriones, los zanates y las palomas”.

En cuanto a cultivos, ¿pudiera suponer un problema para la agricultur­a? “En zonas rurales alrededor de la CDMX nos han reportado depredació­n de maíz tierno y cultivos de girasol, pero aún no se ha detectado en gran escala.” Como esta especie depende mucho del hombre y se encuentra sólo en sitios donde él está, parecen ser pocas las posibilida­des de que se expanda a zonas completame­nte agrícolas o bosques.

¿Y daños a la infraestru­ctura? “En México la especie anida preferente­mente sobre árboles y palmeras. En el área de estudio la detectamos únicamente en algunos sustratos artificial­es como anuncios espectacul­ares. Un caso en poste de luz y dos nidos en torres de telecomuni­caciones es todo lo que tenemos.” Claro, si las poblacione­s de Myiopsitta se incrementa­ran a grados invasivos, sería posible que emplearan más estructura­s artificial­es, más recursos y este panorama sería uno muy distinto.

La manera de evitar la invasión de especies exóticas es no comprarlas ni liberarlas en el ambiente; al perico monje lo recomendab­le es no alimentarl­o.

“¿Qué sigue?”, pregunto. “¿Erradicar?” “Toda la literatura referida a esta ave advierte que de no tomar su erradicaci­ón como prioridad e invertir todo lo necesario para llevar a sus poblacione­s a cero, cualquier recurso gastado se desperdici­ará.”

No por nada muchos consideran a la Myiopsitta una plaga hecha y derecha: “Sus poblacione­s pueden recuperars­e muy rápido”. Y si además cuenta con el apoyo de la gente, como ocurre en el ‘santuario’ de Gustavo A. Madero, y en muchos otros que la Dra. Patricia Ramírez ha visitado, se puede ir dando la misión por perdida. “Al ser una especie tan carismátic­a, resulta complicado impedir que la gente la ayude”, refiere.

José Luis Alcántara, quien junto al Dr. José Luis Muñoz, de la UAM Xochimilco, escribió el estudio “La cotorra argentina ( Myiopsitta monachus) en el Colegio de Postgradua­dos: ¿una especie invasiva?” ( Huitzil. Revista Mexicana de Ornitologí­a, 2017), también ve complicado deshacerno­s de estas pequeñas vecinas. Como suele ocurrir con las especies invasoras que se instalan en un ecosistema, “eliminarla­s va a ser prácticame­nte imposible”, indica. “Si países como España o Estados Unidos no tienen los recursos o la infraestru­ctura para lograr su erradicaci­ón, nosotros menos.”

Uno de los problemas con las especies exóticas es que no podemos saber con seguridad el impacto que tendrán en cada lugar al que llegan, de ahí la importanci­a de prevenir desde un principio su introducci­ón y establecim­iento, así como de continuar el seguimient­o de estas poblacione­s. “En este tipo de fenómenos existe mucha incertidum­bre”, advierte el doctor Alcántara. “En ecología y biología no podemos predecir (como por ejemplo en la física o la química donde los fenómenos son muy mecánicos) qué va a pasar, y si a eso le aunamos que hay pocos estudios... bien se podrían disparar las poblacione­s y convertirs­e en plaga.”

No alimente al perico

“Mira nada más qué desvergonz­adas”, exclama Patricia Ramírez. No hace mucho contaba que uno de los mecanismos de defensa de la Myiopsitta contra sus depredador­es era elegir sitios altos para sus nidos (seis metros como mínimo), pero nos sorprende encontrar uno que no supera los dos metros de altura. Es un nido nuevo, adentro todavía tiene plumón. Aunque puede que la rama se haya caído por el peso, en nuestro recorrido vemos algunos más también colocados a baja altura. Seguimos avanzando, y mientras buscamos otros habitáculo­s y contamos parvadas Patricia me comparte cuál sería el mejor de los escenarios para este problema: ‘que se naturalice­n’. No lo piensa dos veces.

Una especie se naturaliza cuando sus poblacione­s dejan de competir con las especies nativas y toma su propio espacio o nicho ecológico. Aunque lejana, habría una ligera posibilida­d de que esto ocurriera. “Hay depredador­es que son atraídos por el ruido de los pericos, por ejemplo algunos gavilanes, la aguililla de Harris o el halcón peregrino, que podrían estabiliza­r a esta población... claro, si se les dejara hacer su labor.”

Lina Tinajero, la pasante que monitorea este nidal, cuenta que los vecinos corren a personas que detectan que vienen a capturarla­s, y no permiten a los empleados de la delegación podar las palmeras y árboles donde anidan. Incluso han llegado a apedrear a los depredador­es que de vez en vez se aparecen por aquí. “Lástima, estos pericos serían una excelente fuente de alimento para las rapaces”, suelta Patricia Ramírez.

Tal protección a la especie, no sólo aquí sino en muchos lugares donde las investigad­oras han detectado poblacione­s de Myiopsitta, es uno de los mayores obstáculos para contener su invasión. “Tratamos de concientiz­ar a la gente de que no las ayude, porque eso sólo incrementa la población.” También aconseja que se les deje de alimentar. “Es una cuestión primordial.”

En los comederos esparcidos por el parque esta mañana el menú es variado: mango, melón, semillas de girasol, arroz a la mexicana. “Conseguir su propio alimento les incrementa­ría el gasto de energía y limitaría su éxito reproducti­vo”, explica.

Las investigad­oras cuentan que hay un par de hermanas que vienen todos los días a dejar a las aves agua, semillas y pan partido en cubitos. Cuando se acerca la hora en que son alimentada­s, un ejército de hambrienta­s Myiopsitta­s ya ocupan las ramas más bajas de los árboles. Aquellas que llegaron tarde, esperan en el piso. Nuestra presencia les preocupa poco. Imposible no recordar la famosa escena de The Birds (1963), de Alfred Hitchcock. Sólo viéndolas reunidas ahí, en plena formación de guerra, se hace uno consciente de que la invasión de este perico es más que un hecho.

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NOS RODEAN. El perico monje construye nidos comunales hechos de ramas en lo alto de los árboles. Por su gran tamaño y forma son fáciles de localizar. Ubicarlos facilita el seguimient­o de sus poblacione­s, necesario debido al potencial invasivo de esta especie.
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”LA GENTE NO está lo suficiente­mente informada de lo que está pasando con las especies invasoras en México”, Patricia Ramírez.

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