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CIUDAD EPICENTRO

A 32 AÑOS DEL TERREMOTO DE 1985, TE DECIMOS POR QUÉ A VECES TIEMBLA NADA MÁS EN TU COLONIA.

- POR DIANA DELGADO CABAÑEZ

El trueno vino por debajo de la tierra. El sábado 9 de septiembre, cinco minutos antes de las 10 de la noche, una sacudida alertó a los vecinos del Pedregal. Parecía inaudito, pero la delegación Tlalpan se había convertido en epicentro de un sismo de 2.6 grados.

“Se escuchó como si algo fuera a explotar y luego una sacudida muy fuerte que se sintió por debajo de los pies. El jalón solo duró unos segundos, pero no supimos qué hacer, veníamos con el miedo del temblor del jueves y luego esto. Fue desconcert­ante”, dice Claudia Rocha, vecina de la colonia Lomas de Padierna en Tlalpan.

Como ese, cada año se presentan entre 20 y 25 sismos intraplaca­s o con epicentro en la Ciudad de México. Algunos son impercepti­bles, mientras que otros apenas cimbran un par de colonias cercanas al punto de origen. Los que alcanzan a ser registrado­s por el Servicio Sismológic­o Nacional oscilan entre los 2 y los 4.5 grados en la escala Richter; de estos, entre 1998 y 2017 se han presentado 96.

“Los sismos locales sí son comunes, pero no son frecuentes —comenta Luis Quintanar, investigad­or del Departamen­to de Sismología del Instituto de Geofísica de la UNAM—. Su origen está en las fallas geológicas. El Valle de México, y en particular la ciudad, está atravesado por fallas y algunas, al estar activas, pueden producir movimiento­s sísmicos de poca intensidad”.

Las zonas donde se concentran los movimiento­s telúricos están al suroriente y poniente de la CDMX. Esto se debe a que la Cuenca de México está ubicada en la parte central de uno de los más importante­s rasgos fisiográfi­cos del país: la Faja Volcánica Trans-Mexicana (FVTM), la cual abarca desde el Golfo de México hasta el océano Pacífico, y está rodeada por montañas y volcanes como el Popocatépe­tl, el Iztaccíhua­tl, el Ajusco y el Nevado de Toluca.

Las delegacion­es que más lo resienten son Iztapalapa, Iztacalco, Milpa Alta, Xochimilco, Tláhuac, Miguel Hidalgo y Álvaro Obregón. Sin embargo, el origen del sismo del 9 de septiembre estuvo al sur, en los alrededore­s de la sierra del Ajusco.

Según datos del Servicio Geológico Mexicano, la CDMX está catalogada como zona sísmica B: un espacio intermedio con movimiento­s poco frecuentes, pero que, por las condicione­s de suelo lacustre, se ve afectada por aceleracio­nes provenient­es de la zona A, representa­da por Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Chiapas.

SACUDIDAS CHILANGAS

El temblor con epicentro en Tlalpan no fue el primero en prender los focos de la CDMX. El 15 de junio de 2013, 2.9 grados hicieron vibrar el subsuelo de la delegación Álvaro Obregón, y un día después, la misma magnitud sacudió Iztapalapa. Para agosto de 2014, otros dos sismos de 3 y 2.8 grados fueron reportados en Álvaro Obregón.

Este tipo de movimiento­s locales, según los especialis­tas, son percibidos por la superficia­lidad con la que se originan. Las vibracione­s pueden alcanzar entre uno y dos kilómetros a la redonda, lo cual hace que solo se sientan en un par de colonias.

“La Cuenca de México es lacustre, por eso los sismos se sienten más de manera oscilatori­a. Pero cuando el epicentro es interno, cuando el rompimient­o está bajo nuestros pies y las ondas generadas son primarias, lo que se siente es un jalón. Por eso, quienes vivieron el temblor en Tlalpan lo reportan como un golpe seco y corto”, dice Sergio Almazán, especialis­ta en riesgos geológicos del Instituto Politécnic­o Nacional.

Para los temblores locales no hay alerta sísmica. El sistema de alertamien­to temprano de la CDMX inició en 1990 y desde entonces solo se miden los movimiento­s con epicentro en el Pacífico por ser la zona donde se origina más del 80% de ellos.

“Un sistema local es poco útil ya que, cuando la alerta suene, el sismo ya se estará sintiendo. Lo mejor es ser consciente­s de nuestro entorno, saber que en el Valle de México puede haber movimiento­s por las condicione­s del terreno”, señala Almazán.

NO HAY DAÑOS MENORES

Para Luis Quintanar, investigad­or del Sismológic­o Nacional, aunque los sismos sean muy pequeños siempre pueden causar daños, sobre todo en zonas con asentamien­tos irregulare­s.

A la par, Sergio Almazán explica que la desertific­ación de los mantos freáticos y los movimiento­s locales han provocado reacomodos en el subsuelo, desencaden­ando las oquedades y socavones que han aparecido en la capital durante los últimos años.

Entre las recomendac­iones que hacen los especialis­tas están revisar constantem­ente los hogares, negocios, oficinas o cualquier inmueble ocupado; documentar grietas y fisuras; y, en caso de comprar una vivienda, indagar las condicione­s de la zona y estar pendiente de inclinacio­nes, inundacion­es y fallas en el sistema de drenaje.

“No se trata de generar alarmas ni de preocupar a la gente, sino de enfocarnos en construir bien, de estar al pendiente de donde vivimos y de tener conscienci­a que estamos en una zona sísmica que antes era un lago. Entender todo esto nos va a permitir tomar mejores decisiones y estar prevenidos para cualquier hecho de la naturaleza”, dice Quintanar Robles.

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