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MANUEL FELGUÉREZ

EL ARTISTA NOS HABLA SOBRE SU BÚSQUEDA CREATIVA

- POR JOSÉ QUEZADA | FOTO: LULÚ URDAPILLET­A

Reconocido con la Beca Guggenheim y el Premio Nacional de Ciencias y Artes, Manuel Felguérez Barra es uno de los principale­s exponentes de la Generación de la Ruptura y una de las figuras más relevantes en la plástica de nuestro país de la segunda mitad del siglo pasado.

Su exhibición más reciente, “Los Felguérez de Felguérez”, se integra por esculturas, óleos y grabados de la última década y se exhibe en la Galería 526 del Seminario de Cultura Mexicana (Presidente Masaryk 526, col. Polanco). La entrada es libre y podrá visitarse hasta el próximo 8 de octubre.

“Los Felguérez de Felguérez” reúne obras de los últimos 10 años, ¿qué caracteriz­a a la exploració­n creativa de dicho periodo?

Desde el principio, al artista se le muestran dos caminos: ir sobre la repetición de la obra con el objetivo de hacerla mejor cada vez o buscar la manera de hacer siempre algo distinto. Como ejemplo del primer caso, está la vida del pintor japonés Hokusai, quien afirmaba que a los 110 años habría logrado que sus dibujos poseyeran vida propia. Sin embargo, al analizar la historia del arte, se pueden encontrar muchas anécdotas de estas dos vertientes.

En el arte occidental siempre se ha buscado que la creación por sí misma sea el punto principal. Puedo citar a Picasso —por tratarse de un pintor a quien todos conocen— como el caso ejemplar: desde el periodo español hasta el azul y el rosa; desde el cubismo analítico y Guernica, él siempre inventó nuevos caminos.

¿Qué sustenta la invención de nuevos caminos en una exploració­n creativa?

El sentido detrás de dicha invención está en nunca perder la personalid­ad. Una buena señal es que el público vea un cuadro e identifiqu­e, de inmediato, quién es su autor. Se trata de cambiar siempre bajo parámetros en los que el propio estilo no se pierda.

En mi caso, durante la última década, no he hecho más que continuar, en cierto sentido, con el trabajo de hace 20 años (y si nos remontamos un poco más en el pasado, en esa época, mi arte realmente era una continuaci­ón de lo que hice 30 años atrás); también es una ruta cuya retórica o punto de partida contiene todo lo que he visto, aunado a todo lo que he hecho.

¿Cómo funciona esa retórica?

Siempre, desde el comienzo de mi carrera, me ha encantado ver arte. Voy a un museo, por ejemplo, y observo un cuadro con tonalidade­s naranja que me gustan mucho. Entonces, veo el color, pienso en cómo está hecho y lo pongo en una especie de embudo hacia mi mente. Guardo cada cosa que me gusta o emociona, y ese cúmulo de informació­n tan diferente me da el conocimien­to y la materia prima para pintar.

Aunque se dice que el arte proviene del arte, podría afirmar que mi retórica es distinta: mi trabajo se origina en mi propia obra y siempre es una evolución que no sucede a partir de cero, sino de los pequeños ajustes aplicados a lo que se ha hecho en el pasado.

El arte se caracteriz­a por ser siempre diacrónico y pertenecer a un momento de la vida y la historia. Si viajo a Azcapotzal­co, por ejemplo, y encuentro un pequeño ídolo después de una excavación, puedo decir “es un Tlatilco y data de 1,500 años antes de Cristo”. Pero si excavo en Grecia, tal vez pueda decir “esto es de Creta”. El arte siempre está relacionad­o con la época y la sociedad en que se produce, y eso lo convierte en un espejo de su tiempo. El arte es una huella que va quedando y a través de él se puede conocer el pasado de la humanidad.

Si se viaja a Italia a conocer la ciudad de Pompeya, la cual fue enterrada por el Vesubio, se puede tener una estampa fiel de la época (cómo dormían o cómo eran físicament­e sus habitantes, por ejemplo); caracterís­ticas que se pueden conocer a través del arte y que no necesariam­ente se revelan al estudiar el oficio.

¿Cuál es, para usted, la diferencia más contrastan­te entre arte y oficio?

Entre el arte y el oficio hay una gran diferencia. Yo digo, por ejemplo, que todo el mundo en la escuela aprende a escribir, pero muy pocos llegan a ser como Marcel Proust. Un niño tiene la capacidad de pintar muy bien y, sin embargo, a su trabajo, en muchos casos, le faltaría estilo y visión. Alguien que estudie pintura, un oficio relativame­nte fácil e incluso más accesible que la zapatería o la carpinterí­a, puede hacer paisajes o retratos excelentes, sin que su trabajo sea arte.

Entre muchas de las caracterís­ticas del arte, destaca una: el arte inventa, el arte crea. Además de trabajar a partir del oficio, el artista inventa algo que la humanidad no había visto antes; algo que solo pudo existir hasta que ese pintor o escritor vivió y lo hizo. Un ejemplo que la mayoría de la gente entenderá, de una forma sencilla, es el uso que se le da a la cámara que incluyen los teléfonos. Allá afuera, todos toman fotos, pero ninguno es como Manuel Álvarez Bravo. No porque alguien tome fotos o pinte se convertirá en artista.

Entre el arte y el oficio hay una gran diferencia (…). Todo el mundo en la escuela aprende a escribir, pero muy pocos llegan a ser como Marcel Proust” Manuel Felguérez

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