COCOMBUSTIBLE EL FRUTO HOLÍSTICO
En las selvas amazónicas de Perú, el coco representa una nueva oportunidad para la conservación y el progreso sostenible de las comunidades locales.
Refrescante, nutritivo, sabroso y hasta embriagante. El fruto de la planta costera por excelencia también es uno de los más polifacéticos. Por ello, en la Amazonía peruana, el coco se ha convertido en motor de desarrollo económico para decenas de familias, gracias a la iniciativa de una de sus comunidades la cual creó un modelo económico sostenible y ecológico alrededor de esta bondadosa fruta tropical.
Según la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana, desde que empezó este siglo se han deforestado entre 125 000 y 250 000 hectáreas de los bosques de Perú cada año, 75 % por el exceso de monocultivos. Plantaciones como el cacao y la palma de aceite han ocasionado una grave reducción del sistema forestal en el departamento de San Martín; sin embargo, la comunidad de Pucacaca se ha organizado para fundar asociaciones que promueven un producto sostenible y ecológico, el cual puede disminuir la presión humana en estos ecosistemas.
El carbón a base de cáscara de coco es una artesanía elaborada por algunos pobladores de la localidad desde hace más de 10 años. “Es una iniciativa innovadora que comenzó para que la gente dejara de talar el bosque. Entre menos árboles teníamos, menos agua y madera había para el hogar”, dice William Rodríguez, miembro de la comunidad y vicepresidente de la Asociación
Bosque del Futuro Ojos de Agua, que ha recibido una concesión para proteger más de 2 400 hectáreas de selva amazónica en una de las regiones con mayor tasa de deforestación nacional.
Hoy, William ha logrado perfeccionar y comercializar este producto en varias ciudades del país. “Este es nuestro resultado, un carbón vegetal que genera significativamente menos humo, no contamina como el de madera, dura más y arde por más tiempo”, refiere.
El proceso comienza con la recolección del coco, que es pelado con machete por jóvenes que acuden a alguna de las cinco plantas deshidratadoras de la comunidad. La pulpa se seca en frío y se convierte en polvo, el cual se traslada a Lima para su uso en repostería, productos cosméticos y tratamientos para la salud. Mientras tanto, las cáscaras y la fibra van a los hornos para obtener pilas de carbonilla; luego, esta se filtra para extraer las piezas con mayor cantidad de biomasa, que se trituran y mezclan con goma de yuca para comprimirse y formar briquetas.
Tras unas horas de secado, el carbón de coco está listo: sin llama, de alta temperatura, larga combustión, limpio y ecológico. Todos los residuos que se obtienen por la producción de este biocombustible se usan como abono, debido a la gran cantidad de nutrientes en ellos, o bien pueden servir para dar energía a los hornos donde se produce carbón.
Cada una de las plantas deshidratantes alcanza a procesar hasta 5 000 cocos para producir 500 kilogramos de carbón al día. Aun así, este fruto playero todavía no se aprovecha en su totalidad: “Estamos por incorporar la venta de agua, pulpa y aceite de coco, uno de los más demandados del mundo e incluso se puede usar en algunos tratamientos médicos”, señala William.
La estructura microporosa del carbón puede absorber una amplia variedad de sustancias, incluyendo olores y contaminantes. Más aún, el carbón puede incrementar esta propiedad a través de un proceso llamado activación (física o química) y usarse para el tratamiento y purificación
de agua y aire (máscaras antigás), filtros, recuperación de solventes, abono natural, etcétera.
“La idea es reemplazar la leña. Es una forma de proteger los bosques para evitar la deforestación. No formamos una empresa solo para tener ingresos, queremos motivar el cuidado del medio ambiente y cumplir con una responsabilidad social”, reitera William. Así, otras organizaciones locales, como Ecoguerreros, compiten en el mercado nacional con estos productos y brindan un trabajo en pro de la conservación a muchas personas que solían subsistir de la tala ilegal.
Hoy, unas 75 familias viven de la aún pequeña industria cocotera de Pucacaca. Además, parte de las utilidades se destina a proteger el bosque circundante; los lugareños se ofrecen como voluntarios para hacer patrullajes. Esta alternativa para evitar la deforestación y obtener energía renovable también demuestra que la Amazonía puede desarrollarse por sus propios pobladores.
Perú es uno de los 10 países con más biodiversidad en el mundo y el segundo con mayor extensión forestal en América Latina. Reducir la demanda de madera es indispensable para conservar los bosques, mermar el mercado ilegal que violenta la integridad de los habitantes locales y asegurar el hábitat de especies en peligro –como el helecho corona de los ángeles o el mono tocón de San Martín, ambos endémicos–. Además, el manejo de los cultivos de palma permite delimitarlos para que no invadan más bosque.
Coco deshidratado, harina de coco, aceite, ácidos y alcoholes grasos, éter metílico, carbón vegetal y activado, productos de fibra –colchones, sogas, asientos–, crema, leche, polvo, nata, vinagre, azúcar, mermelada, jabón, cera, papel, textiles y hasta biodiésel, la lista de sus usos es extensa; no por nada es el fruto principal que te ayudaría a sobrevivir en una isla desierta.
¿Podrá esta ser la base para el desarrollo rural de los países productores de coco? El aprovechamiento de estas bondades tiene el potencial para convertirse en el combustible óptimo que nos enseñe cómo volver a vivir de la naturaleza.