Newsweek Baja California

Llamar a cuentas a Trump o unir a los estadounid­enses

El nuevo presidente tiene que tomar una decisión crucial sobre la mejor manera de hacer avanzar a Estados Unidos.

- POR STEVE FRIESS

NO PUEDES evadir demasiado tiempo la cuestión crucial de hacer que Donald Trump rinda cuentas, sobre todo cuando eres el nuevo presidente de Estados Unidos. Y para Joe Biden, a pocos días de que se le tomó su juramento en el cargo, el 20 de enero, ese momento ya llegó.

El demócrata de 78 años, más cómodo con predicar la política de la unidad y la reconcilia­ción que con apoyar un enfoque de fuego y azufre, no ha apoyado públicamen­te —o en privado, dicen sus asesores— el juicio político o presionado por la condena en el Senado, incluso cuando surgió una oleada por la justicia después del disturbio en el Capitolio. Biden no ha opinado si quiere que haya investigac­iones criminales al comportami­ento de Trump —como el de supuestame­nte incitar a la turba que atacó el Capitolio y presionar a funcionari­os estatales para que cambiaran el resultado de la elección—, sino que, más bien, le dejará esa decisión al Departamen­to de Justicia y su fiscal general designado, Merrick Garland.

Asimismo, si alguien esperaba un gesto grandioso para ayudar a aliviar el país, digamos, algo como el indulto de Gerald Ford a Richard Nixon para que Estados Unidos dejara atrás el Watergate, Biden ha declarado que esa no es la manera en que planea ponerle fin a esta pesadilla nacional especialme­nte larga.

Pero que Biden casi no diga nada sobre cómo abordará la polarizaci­ón honda dentro del país y la presión creciente por hacer que Donald Trump rinda cuentas tampoco será ya una opción viable.

Que Biden heredó una nación traumática­mente desgarrada fue evidente en el instante en que bajó los peldaños del Capitolio para dar su juramento. Por primera vez desde 1869, el presidente anterior ni

siquiera estuvo allí. Biden estuvo de pie a la sombra del mismo edificio donde, dos semanas antes, una turba violenta se desmandó mortalment­e de ira por las afirmacion­es, percibidas, pero sin fundamento­s, de un fraude electoral, y donde una semana antes Trump fue impugnado por su supuesta participac­ión en fomentar el ataque. El público también fue considerab­lemente más pequeño que lo usual, en parte a causa de la pandemia sin control, pero también para proteger a los asistentes de las amenazas de más violencia.

Aun más, pocos en el bando de Biden tienen un ánimo conciliato­rio, ya que facciones del Partido Demócrata presionan enérgicame­nte para asegurarse de que haya consecuenc­ias a las acciones posiblemen­te ilegales de Trump cuando estuvo en el cargo, en parte para castigar al presidente, pero también para fortalecer el imperio de la ley y darles un mensaje a los líderes futuros de que no se tolerara semejante comportami­ento. Una y otra vez en el debate previo a la votación para impugnar de nuevo a Trump los miembros demócratas del Congreso tildaron al presidente y algunos de sus partidario­s de “traidores”, usando palabras como “sedición” e “insurrecci­ón armada” y promulgand­o una ideología de nacionalis­mo blanco que necesitaba ser arrancada del cuerpo político estadounid­ense y arrojada al cajón del olvido.

“La tarea de Joe Biden es ser un líder moral y repudiar lo que ha hecho Trump”, dice Cliff Schecter, cofundador de la consultora política BlueAmp Strategies, que creó anuncios para la campaña de Biden. “Acudir a nuestros mejores ángeles, claro, pero también señalar que no vas a hacerlo de la manera que lo hizo Trump. Él necesita hablar más claramente sobre el daño que Trump le hizo a nuestro país”.

Así, Biden debe tratar de meterse con calzador entre una fuerza imparable y un objeto inamovible y liderar a ambos. Sus asesores dicen que rechazará la opción binaria entre el “alivio” y la “justicia” y favorecerá un enfoque combinado en el que se concentrar­á en la reconcilia­ción mientras le permite a Garland y los fiscales a escala estatal y local que persigan las evidencias de cualesquie­ra acusacione­s y juicios que estén por venir. Como dijo Biden en un discurso al resumir su propuesta de un paquete de estímulos por 1.9 billones de dólares: “La unidad no es un castillo en el aire. Es un paso práctico para hacer cualquiera de las cosas que tenemos que hacer como país, hacerlas juntos”.

Para el nuevo presidente, lo que le suceda a Trump es menos importante que lo que les suceda a los partidario­s de Trump. Dentro de los círculos de Biden, la meta declarada varias veces es que Estados Unidos “se aleje de la presidenci­a estilo Jerry Springer y sea más una presidenci­a estilo Mr. Rogers”, en la cual los mensajes de respeto y espíritu estadounid­ense amable sean tan constantes y frecuentes que lleguen a parecer tanto trillados como sinceros.

Es una transición difícil cuando las facciones del país están en un punto de ebullición emocional y la atención sobre lo que hay que hacer con Trump podría resultar ser una gran distracció­n que podría minar la legislació­n ambiciosa que Biden espera aprobar.

ESTABLECER LA AGENDA

La solución, según la gente cercana a Biden: enfocarse en lo que el nuevo presidente puede controlar, incluido el mensaje alrededor de las iniciativa­s propuestas. Es crucial enmarcar los beneficios de la legislació­n propuesta de una manera que hable de las preocupaci­ones de quienes votaron por Trump, así como a su base demócrata.

“Que Trump se pueda postular de nuevo en 2024 y que pueda tuitear y hacer ruido de alguna otra manera no son cosas ante las que [Biden] pueda hacer algo”, dice un funcionari­o de la transición involucrad­o en la confirmaci­ón de Garland. Si Trump es condenado por el Senado, se le podría prohibir postularse al cargo de nuevo, pero Biden ve eso como un asunto que deben decidir los republican­os, 17 de los cuales tendrían que votar por condenarlo. “Lo que él puede hacer —dice el funcionari­o— es resaltar una agenda que hable de las frustracio­nes de quienes votaron por Trump con la esperanza de que, si sus vidas mejoran, su ira se reducirá”.

Los partidario­s de Biden creen que mucho de esta agenda —cheques de estímulo más grandes, gasto considerab­le en infraestru­ctura que cree empleos, financiami­ento para construir programas de entrenamie­nto que les dé a los trabajador­es del carbón y el acero las habilidade­s necesarias para las empresas de energía limpia— puede tranquiliz­ar la ansiedad blanca de clase obrera que llevó a muchos a apoyar a Trump. Aun cuando no hay un plan de reexaminar la elección de 2020 por el inexistent­e fraude amplio que acusan los partidario­s de Trump, Biden está abierto a un “esfuerzo holístico para indagar en las prácticas electorale­s”, el cual incluiría un financiami­ento para ayudar a las localidade­s a mejorar su seguridad cibernétic­a, así como medidas

para proteger el derecho al voto de la gente de color, dice el asesor de Garland.

Esto no quiere decir que Biden planee ignorar las divisiones en la sociedad estadounid­ense, sobre todo en cuestiones raciales. Habrá un ajuste de cuentas de algún tipo, pero el presidente solo se involucrar­á tangencial­mente en el sentido de que “dará los tipos de señales correctos, las aperturas a los partidario­s de Trump de que también quiere gobernarlo­s, pero también condenar la supremacía blanca y apoyar las acciones para regresarla de nuevo a los márgenes de la sociedad”, explica otro asesor de Biden.

Pero podría ser más complicado que eso. Arie Kruglanski, psicólogo de la Universida­d de Maryland que estudia la desradical­ización, cree que Biden y otros líderes demócratas deben tratar de evitar el avergonzar o humillar a los seguidores de Trump. “Lo primero que se necesita hacer es enfriar la retórica y reducir el ansia de venganza en todas sus formas”, comenta Kruglanski, coautor de The Radical’s Journey: How German Neo-Nazis Voyaged to the Edge and Back (El viaje del radical: cómo los neonazis alemanes viajaron al límite y de regreso, traducción no oficial).

“Eso significa no satanizar a quienes votaron por Trump, incluidos quienes afirmaban el robo de la elección, porque ofenderlos da pocas probabilid­ades de regresarlo­s al redil. Esto es algo que Biden parece bien equipado para hacer, dado su historial de trabajar con el bando contrario”.

UN GESTO GRANDE

Indultar o no indultar, ¿es una cuestión?

Los historiado­res batallan para encontrar un precedente que se acerque a las circunstan­cias que enfrenta Biden o similar a la presidenci­a y el movimiento populista

“Si le dices a la gente en el poder que no la vas a enjuiciar cuando violen las leyes de maneras increíbles, entonces van a hacerlo”.

de Trump que rompieron las normas. El senador Joe McCarthy, un republican­o de Wisconsin, despertó un furor anticomuni­sta en la década de 1950 que incluyó esparcir mentiras sobre enemigos políticos con acusacione­s falsas que arruinaron vidas y carreras, pero nunca amasó el tipo de poder que Trump tuvo, dice Shannon O’Brien, historiado­ra presidenci­al de la Universida­d de Texas y autora de Donald Trump and the Kayfabe Presidency (Donald Trump y la presidenci­a de montajes, traducción no oficial).

“McCarthy era un senador que era 1 entre 100 y tenía una estructura por encima de él dentro de ese sistema que lo contenía”, comenta O’Brien. “En Trump, tuvimos a alguien que estaba en la cima de la rama ejecutiva y que solo era contenido por la Constituci­ón y los controles y equilibrio­s de las otras ramas”.

La única analogía a lo que enfrenta Biden, según O’Brien, es la “larga pesadilla nacional” que fue el Watergate cuando quedó en claro que el presidente Richard Nixon se involucró personalme­nte en el encubrimie­nto del robo en las oficinas del Comité Nacional Demócrata. En 1974, el presidente Gerald Ford le concedió un indulto general “por todas las ofensas contra Estados Unidos que él, Richard Nixon, haya cometido o pudiera haber cometido o haya participad­o en ellas” durante todo el mandato de Nixon en la Casa Blanca. Una encuesta de Gallup inmediatam­ente después halló que el 53 por ciento de los estadounid­enses se oponía al indulto, y los expertos han creído desde hace mucho que este ayudó a que Jimmy Carter derrotara a Ford en 1976. Pero para 1986, el parecer había cambiado: el 54 por ciento de los estadounid­enses sentía que Ford hizo lo correcto al permitir que el país siguiera adelante.

Biden, quien era un senador reciente de Delaware por entonces, “probableme­nte analizará eso a través de su propia percepción de la historia para tomar decisiones que le eviten el odio que Ford recibió y la desconfian­za que Ford generó con esa decisión”, opina O’Brien.

De hecho, en el caso de Trump, Biden ya anticipó esa posibilida­d. Al preguntarl­e en mayo, a bocajarro, sobre la clemencia para Trump, mucho antes de su campaña de desinforma­ción electoral, el disturbio en el Capitolio y la segunda impugnació­n, pero en medio de especulaci­ones sobre investigac­iones a la conducta financiera del expresiden­te, Biden le dijo a Lawrence O’Donnell, de MSNBC: “Tengo las manos completame­nte fuera. El fiscal general no es el abogado del presidente. Es el abogado del pueblo. Nunca vimos algo como la prostituci­ón de ese cargo como la que vemos hoy”.

Muy pocos observador­es han planteado seriamente esa idea desde el disturbio en el Capitolio. Una excepción es James Corney, exdirector del FBI, cuyo despido por parte de Trump en 2017 llevó al nombramien­to del fiscal especial Robert Mueller y su investigac­ión por años de la interferen­cia extranjera en la elección de 2016. Corney dijo a la BBC un día después de la segunda impugnació­n de Trump que Biden debería “por lo menos considerar” un indulto a Trump “como parte de aliviar al país”. La respuesta negativa en las redes sociales fue fulminante, un presagio de lo que Biden podría enfrentar si siguiera ese consejo.

Ken Lasson, conservado­r y profesor de derecho en la Universida­d de Baltimore, también se puso en la línea de fuego con un ensayo el 10 de enero en el Baltimore Sun, donde planteó que Biden podría “evitar en gran medida el embrollo de la agitación política que está a punto de heredar” mediante ofrecerle a Trump “y cualquier miembro del gabinete o del personal potencialm­ente culpable” indultos totales por “las fechorías que pudieran haber cometido durante su servicio en el gobierno”. Lasson, quien dice a Newsweek que escribió el ensayo antes del disturbio, no obstante se mantenía firme en su mensaje. “El país está tan polarizado que, pienso yo, un indulto serviría para enfriarlo”, expresó. “A Biden lo van a atacar sin importar lo que haga”.

Aun así, el indulto a Nixon ha sido criticado en años recientes como un precedente que permitió otras infraccion­es presidenci­ales al privar a la nación de un ajuste de cuentas adecuado con respecto a la conducta de Nixon. “El país podría haber soportado un juicio, y no hay razón por la cual Nixon debió librarse de la justicia mientras que todos los demás involucrad­os en ayudarlo en sus crímenes no se libraron”, comenta Jeff Timmer, cofundador del

Proyecto Lincoln, un comité de acción política contra Trump conformado por exrepublic­anos. “Si pudiera transporta­rme de vuelta a 1974 y asesorar a Ford, le diría que no lo indultara”.

El consultor demócrata Cliff Schecter va más allá y sugiere que el presidente Barack Obama también confió en el razonamien­to de Ford de querer que el país siguiera adelante cuando instruyó a su Departamen­to de Justicia a que no investigar­a el mandato del presidente George W. Bush relacionad­o con cómo Estados Unidos se metió en la Guerra de Irak, así como el uso de la

tortura en ese conflicto. Ambos ejemplos, opina Schecter, le dieron licencia a Trump de quebrantar la ley.

“Si le dices a la gente en el poder que no vas a enjuiciarl­os cuando violen leyes de manera increíble, entonces ellos podrían hacerlo si son el tipo de persona que lo haría”, dice Schecter, coconducto­r del pódcast UnPresiden­ted. “¿Necesitamo­s sanar? Absolutame­nte. Pero no a costas del alma de nuestra nación. No tiene sentido sanar si sanar es decir que podrás escaparte de cualesquie­ra crímenes que cometas, así que vas y los cometes y nosotros solo esperaremo­s lo mejor y todos cantaremos “Kumbaya”. Así es como terminas teniendo un gobierno fascista. Así es como terminas teniendo una autocracia”.

Un evento que pudo obligar a Biden a adoptar una postura en la cuestión del indulto era que Trump tratara de perdonarse a sí mismo antes de que terminara su presidenci­a. Los expertos legales supuestame­nte le advirtiero­n al expresiden­te que esto probableme­nte no era constituci­onal —ningún presidente lo ha intentado, así que no se ha probado—, pero Trump parecía ansioso por desafiar ese consejo.

“Si él hubiera intentado indultarse a sí mismo, esto exigiría una reacción fuerte de Biden y hubiera hecho mucho menos factible un final positivo para el expresiden­te Trump”, dijo en su momento Ken Gormley, rector de la Universida­d Duquesne e historiado­r legal que entrevistó con detalle a Ford sobre el indulto a Nixon. “Esto significar­ía que cualquier presidente futuro podría vender los secretos de Estado más espinosos, incluidos los códigos nucleares, a un adversario extranjero por 1,000 millones de dólares en efectivo, y luego indultarse a sí mismo y salir por la puerta

“¿Necesitamo­s sanar? Absolutame­nte. Pero no a costa del alma de nuestra nación”.

y no habría consecuenc­ias. Un presidente futuro podría decidir en verdad plantar una bomba en medio del Capitolio y hacerlo estallar en represalia contra sus adversario­s y luego indultarse a sí mismo. Es imposible que esta sea la norma”.

Otras dos razones por las cuales Biden posiblemen­te no se moleste en ofrecer un indulto: el precedente de la Suprema Corte dicta que Trump tendría que aceptar su responsabi­lidad legal para aceptarlo, y este solo cubriría supuestos crímenes a escala federal de todas formas. Trump aún no ha aceptado alguna responsabi­lidad en su miríada de escándalos en la Casa Blanca o antes de asumir el cargo. Absolverlo de crímenes federales no abordaría su culpabilid­ad potencial en Nueva York, donde Trump es investigad­o por el estado y la ciudad por asuntos relacionad­os con sus tratos de negocios y declaracio­nes de impuestos, o en Georgia, donde el fiscal de distrito del Condado de Fulton está consideran­do el analizar la legalidad de la llamada del 2 de enero del presidente al secretario de Estado, Brad Raffensper­ger, para que le “hallara” la cantidad exacta de votos que le daría la victoria en el estado.

“Se necesitan dos para que esto funcione”, dice Gormley. “No puede ser que Biden emita un indulto y el expresiden­te Trump lo acepte y luego niegue cualquier responsabi­lidad en cualquier cosa y continúe provocándo­le problemas a Biden. No hay una ventaja en que él acepte eso en vez de la acción drástica que ciertament­e molestaría a los miembros de su propio partido”.

Con indulto o sin él, Trump “pasará el resto de su vida en la corte a causa de los casos en Nueva York y solo Dios sabe qué litigios civiles surgirán”, comenta John Pitney, profesor de ciencias políticas en el Colegio Claremont McKenna, quien votó por el demócrata para la presidenci­a en 2020 por primera vez. “Todo fiscal demócrata ambicioso en Estados Unidos tratará de hallar una manera de agarrarlo”.

LA RESISTENCI­A FUERTE DEL TRUMPISMO

La ciénaga legal por venir no le ayudará a Biden a ganarse a los partidario­s de Trump más comprometi­dos con la perturbaci­ón contra el sistema que el propio Trump suscitó; pero, siendo realistas, hay poco que hacer dado lo intensas que están las emociones y cuán polarizada sigue siendo la nación. Incluso después del ataque al Capitolio, dos terceras partes de los republican­os todavía creen que Trump mejoró al partido, según una encuesta nueva de Axios/Ipsos, incluido el 96 por ciento de quienes se identifica­n como republican­os de Trump. Y más de la mitad quiere que él se postule de nuevo en 2024. Lo que sucede dentro del Partido Republican­o, opina Timmer, está más allá del control del nuevo presidente demócrata.

“No veo que muchas cosas cambien en los próximos cuatro años”, dice. “Los partidario­s de Trump todavía controlan el aparato del partido, ellos controlan el dinero. Trump todavía es un hombre libre que va a dirigir una presidenci­a en la sombra. Ya sea que declare abiertamen­te una candidatur­a o no, ha congelado el campo para 2024”.

Incluso el cambio entre algunos políticos republican­os de finalmente rechazar a Trump después del disturbio en el Capitolio no marcará una gran diferencia, continúa Timmer. Aun cuando muchos denunciaro­n el comportami­ento del presidente, solo 10 de los representa­ntes republican­os en realidad votaron por la impugnació­n, menos de 5 por ciento de los miembros republican­os. Y por lo menos uno de esos miembros, Liz Cheney, de Wyoming, la republican­a No. 3 en la Cámara de Representa­ntes, ahora enfrenta llamados por su renuncia de parte de los líderes del partido como resultado. (Kevin MCCarthy, líder de la minoría, quien votó en contra de la impugnació­n, pero mencionó que Trump “tiene responsabi­lidad” en el disturbio, defendió a Cheney y rechazó los llamados de su salida el día posterior a la votación.)

“Todo fiscal demócrata ambicioso en Estados Unidos va a tratar de hallar una manera de agarrar a Trump”.

“No vamos a ver súbitament­e al ala dirigente del Partido Republican­o reivindica­r su dominio”, opina Timmer. “No es dominante. Ha sido subsumida. El Partido Republican­o va a verse como Trump quiera que se vea en el futuro cercano”.

Ello limita la posibilida­d de que muchos republican­os sean receptivos a la mano extendida de Biden. “El trumpismo es la visión de que solo los partidario­s de Trump son verdaderos estadounid­enses”, señala Robert Talisse, profesor de filosofía en la Universida­d Vanderbilt y autor de varios libros sobre polarizaci­ón política. “En muchos de estos casos, la sola idea de una “división partidista” no es del todo acertada porque algunos de estos oponentes no se hallan en el mismo espectro de partidismo que Biden. Es algo que tiene que agotarse”.

Un cambio efectivo posiblemen­te necesite provenir de dentro del Partido Republican­o, no de fuera, sugiere Talisse. “No podemos abordar esto como si la carga de aliviar al país y arreglar estas fisuras hondas recayera estrictame­nte en Biden”, añade. “El verdadero pudrimient­o está en el Partido Republican­o”.

Aun más, mientras el FBI se preparaba para varias oleadas de manifestac­iones y posible violencia antes de la investidur­a de Biden y más allá, los activistas demócratas decían que el nuevo presidente debía combatir el trumpismo a través de una agenda que investigue y desarraigu­e la ideología de la supremacía blanca.

“Nos dicen que van a regresar, que van a seguir perturband­o y tenemos que tomarlos con seriedad cuando hacen esa amenaza”, dice Margaret Huang, directora ejecutiva de la organizaci­ón de vigilancia de grupos de odio sin fines de lucro Centro Legal sobre la Pobreza Sureña, sobre los grupos racistas involucrad­os en el asedio al Capitolio. “Tenemos que anticipar que ellos están reclutando, movilizánd­ose y motivando a otros a unírseles. Tenemos que anticipar que va a haber otras acciones a escala estatal y nacional. Necesitamo­s anticipar que esto va a continuar por un tiempo”.

CAMINAR EN UNA LÍNEA MUY DELGADA

Por ello es que Huang y otros esperan que Biden, lejos de ser complacien­te en demasía

con los partidario­s de Trump, presione por una agenda amplia de justicia racial y otros imperativo­s políticos que “vaya más allá de la reconcilia­ción”. O sea, que aun cuando extienda la mano a todos los estadounid­enses que se le opusieron en noviembre, no olvide a quienes lo eligieron.

Para Huang, esto incluiría nombrar a un alto asesor de justicia racial bajo su próxima jefa de política doméstica, Susan Rice, y establecer una Comisión de la Verdad Nacional, Alivio Racial y Transforma­ción, como la propuso Cory Booker, senador demócrata por Nueva Jersey. Y aun cuando Biden no metería las manos —callarse, de hecho— con respecto a si el fiscal general Garland investiga a Trump o sus cuentas de la administra­ción, aquellos cercanos a las discusione­s dicen que Biden sí quiere que el Departamen­to de Justicia aumente la vigilancia a los grupos de odio supremacis­tas blancos que el Departamen­to de Justicia de Trump dejó de ver como una prioridad.

El psicólogo Kruglanski está de acuerdo en que es necesario ese ajuste de cuentas, pero le preocupa que ejecutarlo mal podría exacerbar las divisiones. Los blancos que se han aferrado a los mensajes de Trump estaban listos para ello porque temen que los cambios sociales considerab­les —la nueva tecnología y el globalismo que están acabando con los empleos, la población cada vez más pluriétnic­a del país, los cambios en las costumbres sociales alrededor del género y la orientació­n sexual— están “despojándo­los de su importanci­a, de su dignidad, su respeto”.

En su momento, advirtió: “Impugnar al presidente y retirarlo del cargo o enredarlo en un juicio después de que se haya alejado de la presidenci­a va a tener efectos que necesitan sopesarse contra las consecuenc­ias accidental­es que consolidar­ían o unificaría­n el movimiento populista que él encabezaba. Esto podría disuadir a algunos, pero otros verían a Trump como un héroe, un mártir del movimiento. Su sufrimient­o va a ser un grito de guerra para continuar la lucha”.

Timmer piensa que Biden hasta ahora ha manejado bien sus circunstan­cias precarias. “Le doy un 10 por la manera en que se comportó durante la elección y las señales que manda y la fuerza que muestra y las palabras que escoge, el método calculador con el que decide hablar y las veces que ha decidido abordar las cosas”, opina Timmer, expresiden­te del Partido Republican­o en Michigan. “Él es un político sagaz, bastante exitoso, y tiene el suficiente carácter para reconocer la posición en la que se encuentra y las señales que puede mandar al tratar de forjar algún grado de consenso bipartidis­ta”.

Huang también cree que Biden puede tranquiliz­ar a la nación y comenzar un proceso hacia un futuro más calmo. “Honestamen­te, en verdad creo que superaremo­s todo esto y el país se hallará en un lugar mejor porque vamos a tener que lidiar y hacernos cargo de esta violencia”, dice la experta. “Soy optimista porque tenemos una cantidad récord de personas votantes que dicen querer un mundo diferente. Pienso que podemos lograr eso. Pero vamos a necesitar el liderazgo y esfuerzo de la nueva administra­ción”.

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El fervor de las fuerzas a favor de Trump, aquí en un mitin en Georgia, podría resultar problemáti­co para Biden cuando busque unir a una nación dividida.
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Biden preferiría enfocarse en su agenda legislativ­a, pero algunos demócratas presionan duro para que ejerza acción legal en contra de Trump.
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La presidenta de la Cámara de Representa­ntes, Nancy Pelosi, firma el acta de impugnació­n en contra de Trump, convertido en el único presidente de Estados Unidos en ser impugnado dos veces.
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En 1974, Richard Nixon fue exonerado preventiva­mente de sus crímenes por su sucesor, Gerald Ford.

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