Aravena, el cruzado de la vivienda social
Para una familia, la vivienda debe ser la oportunidad de abandonar la pobreza.
Alejandro Aravena (Santiago de Chile, 1967) es un referente cuando se trata de la arquitectura escalable, dirigida a dar calidad de vida a grupos marginales a bajo costo. Entre sus objetivos profesionales está el de transformar los asentamientos habitacionales informales, las llamadas ‘favelas’, ‘ villas miseria’ o ‘ciudades perdidas’ en lugares más habitables: “Se trata de convertir las necesidades sociales en ideas que se puedan llevar a la práctica”, dice a Obras el arquitecto chileno.
Nacido en el seno de una familia de clase media, hijo de profesores, durante el proceso para ingresar a la Universidad Católica de Chile obtuvo la matrícula de honor y con ella una beca de 50%. Aravena suele referir la anécdota de que inscribió como carreras opcionales la danza y la flauta, porque “si no era arquitectura no era nada”, recuerda.
Su contexto familiar y económico, sumado al de la dictadura, lo formaron en la escasez, así lo ha declarado en diversas ocasiones. En congruencia, ha dicho que su preocupación “es la vida diaria de las personas que lo tienen difícil”.
Pero Aravena, quien desde hace una década ya era visto como un revolucionario entre los arquitectos de su generación, no renuncia a la rentabilidad de la vivienda social, pues las personas deben tener un soporte “para hacer las cosas”.
Vivienda escalable
Pero además de la vivienda social, este arquitecto ha recorrido un camino en otros sectores. Como proyectista es autor de obras públicas y privadas, como la Escuela de Arquitectura (2004) y las llamadas Torres siamesas (2005), ambas de la Universidad Católica de Chile; del edificio de residencias de la Universidad St. Edward’s, en Austin, Texas, EU, (2008); de edificios corporativos para Novartis, en Shanghái, China (2011); del Children Workshop de Vitra, en Zúrich, Suiza (2009). Y de obras como el Mirador Las Cruces, en Jalisco, México (2010).
En medio de esos proyectos nace su interés por lo social. Mientras era profesor en Harvard (2000-2005), “en un ambiente de alta exigencia”, se preguntó: “¿Qué podía aportar yo en ese contexto?”. Para Aravena hacerse preguntas es clave, pero advierte que no hay nada más malo que contestar bien una mala pregunta.
Pensó entonces que “las reflexiones sobre diseño y construcción en condiciones de escasez eran un rubro poco estudiado”. Así comenzó el desarrollo de sus ideas en economías precarias. En 2001 las llevó a la práctica cuando el gobierno de Chile le pidió recuperar un barrio de asentamientos irregulares llamado Quinta Monroy, en la ciudad de Iquique.
“El desafío fue utilizar las mismas condiciones que ofrece el Estado, con todas sus limitantes, para construir un tipo de vivienda de mayor calidad y que se valorizara con el tiempo”, cuenta Aravena, quien tuvo un presupuesto de 7,500 dólares para cada una de las 100 familias.
Su respuesta fue un concepto de vivienda social basado en construir sólo lo esencial y dejar ‘abierto’ el espacio para que cada familia creciera a su manera; “son una especie de casas verticales que aprovechan mejor el espacio y que sus habitantes terminan de construir según sus recursos”, explica. Además tienen la capacidad de incorporar las necesidades y los rasgos culturales de cada comunidad.
Esa experiencia se ha replicado con variantes en al menos 15 comunidades de su país y es modelo de reconstrucción urbana en desastres. También ha llegado a otras naciones, como México: Santa Catarina, Monterrey, Nuevo León.
“Aunque en México se contó con más recursos de los que disponemos en Chile, para cada casa había 50,000 dólares y teníamos la infraestructura para realizar lo difícil, lo que permitió una propuesta de mejor nivel”, acota.
Pensar en el futuro
“La vivienda social es aquella cuyo costo tiene que ser principalmente absorbido por el Estado, dada la incapacidad del ahorro familiar para pagar por esa vivienda”,
“La vivienda social es el traspaso de dinero público más grande que recibe una familia en toda su vida. Sería una tragedia que se desperdicie, en cambio si ésta aumenta su valor será un capital familiar”
trabajo, e invertir el tiempo de traslados en escuchar una canción o en minutos de bicicleta. Eso es calidad de vida, dice.
De ahí su concepción en torno a las urbes: “Las ciudades no son un conjunto de casas, sino de oportunidades, por ello el diseño urbano debe enfocarse en disponer esas oportunidades (tales como educación, salud y empleo) para la mayor parte de los habitantes”.
El desafío de Aravena y de su estudio Elemental, integrado por seis socios y 40 personas, es escalar su modelo de vivienda a ciudades completas. Su primera experiencia fue un encargo oficial: una ciudad modelo en Calama, donde surge la riqueza minera del cobre, el principal producto de exportación de su país, y donde existe uno de los peores estándares en calidad de vida.
Pero los retos de Aravena son muchos. Él es el único latinoamericano que forma parte del jurado del Premio Pritzker. Le ha tocado votar para otorgar el mayor galardón de su profesión a arquitectos como Peter Zumthor (2009), Eduardo Souto de Moura (2011), Shigeru Ban (2014) e incluso a Frei Otto (2015), éste último anunciado de forma póstuma en marzo.
Con esos arquitectos comparte visiones fundamentales, como la construcción en condiciones precarias, el minimalismo y la atención a las personas como el centro de la obra arquitectónica.