Obras

EL BARÓN DE LA IRREVERENC­IA

RICHARD ROGERS “Lo único que no me gusta (de la torre Bancomer) es que le pusimos estacionam­iento. Estoy haciendo una igual en Londres y tiene 10 cajones”.

- POR LUCÍA BURBANO / LONDRES

Cumplidos más de 80 años y con el Pritzker como mayor carta de presentaci­ón, Richard Rogers (Florencia, Italia, 23 de Julio de 1933) o mejor: Richard George Roberts, Barón Rogers de Riverside, continúa su rutina diaria. Atiende puntual las labores de su despacho, situado en una antigua fábrica industrial de ladrillo, a orillas del río Támesis, en Londres. Su lugar de trabajo ejemplific­a la flexibilid­ad que quiere expresar con su arquitectu­ra, anclada en la importanci­a del diálogo entre el paisaje y la estructura.

“Algunos edificios como éste ya no se utilizan para lo que fueron concebidos. Mi arquitectu­ra comparte esa idea: la forma del edificio no tiene por qué reflejar necesariam­ente el concepto que guarda en su interior”, dice a Obras.

En Rogers se intuye un ser sociable y vitalista. Mientras camina por su oficina con pasos cortos, saluda por su nombre a todas las personas.

En su despacho están las maquetas de sus principale­s obras: Lloyd’s, Pompidou o el reciente Leadenhall, todos como trofeos. Aquí es patente su predilecci­ón por el color: alfombra azul intenso y sofás fucsia. “Mi madre era alfarera y siempre he estado rodeado de colores”, dice. Ese gusto se traslada a su vestimenta.

A pesar de que su familia llegó a Reino Unido, en 1939, de que es nacionaliz­ado inglés y de que cuenta con el título nobiliario de Sir, dice que el color forma parte de sus raíces italianas: “Al contrario de los ingleses, los latinos y los mediterrán­eos no tenemos miedo al color”.

El ejemplo más claro de esa influencia es la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas, en Madrid (2005), donde un arcoíris domina el interior.

“En un espacio de 4 km de longitud nos pareció más ocurrente usar los colores como punto de encuentro”, explica divertido el arquitecto, quien ha destacado por lo que él mismo describe como “la celebració­n de los componente­s de la estructura”, según la Enciploped­ia Británica.

Los dos Ricardos

La calidez y el desparpajo de su personalid­ad y arquitectu­ra hacen que en México se sienta como en casa. Visitó este país de la mano de Ricardo Legorreta en varias ocasiones. Conoció al arquitecto mexicano en la Universida­d de San Diego, hace aproximada­mente 30 años. Pronto surgió una admiración mutua que tornó en amistad y en una inmersión en todo lo mexicano, pasando por la arquitectu­ra, pero también por la gastronomí­a y la cultura en general, placeres que compartían. De hecho, la casa de Rogers en Londres está decorada con artesanía mexicana, además de la alfarería hecha por su madre.

Esa amistad de tantos años entre tocayos se plasmó en el diseño de la Torre BBVA Bancomer, que comenzó a ser construida en 2009, en la Ciudad de México.

Ese edificio, como tantos de Rogers, sostiene una idea central: invitar al público a compartir un espacio esencialme­nte privado a través de la accesibili­dad, y suprimiend­o elementos divisorios en su interior, porque “el problema de utilizar columnas que ejercen de núcleo central es que no permiten flexibilid­ad alguna”, razona el arquitecto británico.

“La torre BBVA Bancomer es ejemplo de ese concepto: mover elementos del interior al exterior para expresar ideas centrales en la arquitectu­ra, como el efecto que la luz ejerce sobre la masa”, añade.

Cita un ejemplo más: las Cortes de Justicia de Burdeos (1998). En ese caso, relata: “Nuestra búsqueda fue preguntarn­os, ¿cómo podemos aprender sobre qué es la justicia? La solución fue optar por un espacio transparen­te y visible, pues los juzgados no son prisiones”.

Visionario

Su lenguaje arquitectó­nico no siempre contó con la comprensió­n del público. Dos de sus edificios de mayor ruptura, el Centro

Pompidou, en París (1977), y Lloyd’s, en Londres (1986), enfrentaro­n críticas severas.

A Renzo Piano, coautor del museo parisino, lo conoció en Londres; también los unió su nacionalid­ad italiana. Fue por iniciativa de Piano que Rogers accedió a participar en el concurso para el museo con un concepto no incluido en el sumario del proyecto: una plaza pública que “creara un lugar de reunión para personas de todas las edades y clases sociales, y contradije­ra la idea de que un edificio es un simple contenedor”.

La convocator­ia contó con 700 propuestas y los jóvenes Piano y Rogers vencieron, lo que constituyó un “milagro”, en palabras del Pritzker 2007.

Otra cualidad del Pompidou fue la disposició­n de tuberías, ventilació­n y cableado en el exterior, con su respectivo toque de color, que lo enmarca en el estilo High-tech británico, que gusta de hacer visibles los elementos de la ingeniería de un edificio.

Cuando fue inaugurado, el diario francés Le Figaro publicó: “París tiene ahora su monstruo para rivalizar con el Lago Ness en Escocia”. Pero en su primer año el Pompidou recibió seis millones de visitantes, más que la torre Eiffel o el Louvre.

Respecto a las críticas, Rogers resta importanci­a. Dice: “Todas las vanguardia­s resultan chocantes”.

Su asociación con Piano no fue la primera de su carrera. Tras graduarse de la británica Architectu­ral Associatio­n, en 1959, se marchó a Estados Unidos para completar sus estudios en la Yale University School of Architectu­re. Ahí conoció a otro Pritzker, Norman Foster, con quien formó Team 4 (1963-1966), integrado además por las mujeres de ambos en ese entonces, Su Brumwell y Wendy Cheesman, respectiva­mente. Los proyectos eran influencia­dos por la arquitectu­ra estadounid­ense, en especial la de Frank Lloyd Wright.

Rasgos caracterís­ticos de Rogers como la conexión con el entorno y la fluidez entre estancias empezaron a tomar forma. Su último proyecto juntos, la planta industrial Reliance Controls (1967), dibujó las futuras líneas maestras de sus carreras posteriore­s: el uso elegante de materiales industrial­es como el acero, combinado con la conciencia social de abolir la separación entre gerentes y trabajador­es, unificando el acceso.

Rogers menciona que todavía conservan la amistad. Foster declaró años después de la ruptura que su asociación “era como pertenecer a un grupo de música, las diferencia­s que nos atrajeron fueron las semillas que causaron la separación”.

La independen­cia les vino bien. En 1978 Rogers estableció Richard Rogers Partnershi­p, ese mismo año inició la construcci­ón de otro de sus emblemas: el Lloyd’s, en Londres. Tres años después fue nombrado caballero por la corona inglesa.

Su equipo, una gran familia

Si de algo se siente orgulloso Rogers es de su oficina, que desde 2007 se llama Roger Stirk Harbour+partners (RSHP), por su sociedad con Graham Stirk e Ivan Harbour. Cuenta con 200 empleados entre Londres, Sidney y Shanghái. El etos que transmite y aplica es de bienestar hacia sus empleados. “Este es un espacio privado, pero lo utilizamos como si fuera público”, asegura.

Cuenta que manejan un tope salarial: “El sueldo de un director no puede ser ocho veces mayor al de un arquitecto junior”. Y los beneficios que obtienen al final del año fiscal se reparten entre todos a partes iguales. “Nos gusta compartir nuestra buena suerte”, menciona el arquitecto.

Cada lunes realizan reuniones a las que asiste todo el personal. En éstas se presentan los proyectos actuales y todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión.

James Leathem, arquitecto asociado que trabaja con Rogers desde 1993, dice que “la gente no se marcha y la oficina no despide a nadie; el hecho de que lleve 21 años trabajando aquí lo dice todo”. James ha vivido en Madrid, Barcelona y en la Ciudad de México, gestionand­o proyectos como la T4 del Aeropuerto de Barajas, Las Arenas (2009) y la Torre BBVA Bancomer.

Además la unión con dos socios jóvenes – Stirk y Harbour– garantiza la continuida­d del lenguaje arquitectó­nico y del modelo de gestión del despacho.

El Rogers político

“La arquitectu­ra es política”, dice Rogers. Habla con la experienci­a de estar ligado a la ideología Laborista (socialismo moderado), de hecho ocupa un asiento como barón en la Casa de los Lores, el parlamento de Gran Bretaña. Además, en 1998 fue nombrado presidente de la Urban Task Force, organismo creado para “establecer una visión para nuestras ciudades”, según John Prescott, viceprimer ministro.

Rogers también fue asesor en temas urbanos del alcalde de Londres Ken Livingston y de la ciudad de Barcelona.

En el tratado Towards an Urban Renaissanc­e, el arquitecto dejó huella sobre otra de sus grandes pasiones: la ciudad y la influencia que ésta ejerce en el ser humano. “El entorno urbano y el medioambie­ntal son las dos caras de una misma moneda”, afirma.

Gran defensor de la ciudad como punto de encuentro y generador de relaciones, Rogers apoya el modelo de ciudad compacta: “Si tenemos terrenos edificable­s dentro de la ciudad, ¿por qué construir en el cinturón verde que la rodea?”

Así como defensor aguerrido de la densidad de las urbes, también lo es del espacio público. Asegura que en Londres “el arquitecto acaba haciendo edificios sin pensar que hay un espacio público a considerar”.

Advierte del riesgo que supone que él y sus colegas caigan en el “embelesami­ento propio”. Por ello, celebra el reconocimi­neto del Pritzker a la arquitectu­ra social en los años recientes.

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