Teodoro, la espiral cognitiva
Aprender y evolucionar es una condición de vida. Pocas semanas antes del deceso del arquitecto Teodoro González de León, Obras tuvo la fortuna de compartir con él una plática ( probablemente una de las últimas con un medio de comunicación, si no la última) y el recorrido por la que será su obra póstuma, la torre Manacar. En esos días pensábamos que sería una de varias charlas como parte del proceso de documentar el edificio de 127 metros que se alzará al sur de la capitalina avenida Insurgentes, y también para dar cuenta de los 90 años del natalicio del creador de innumerables íconos de la Ciudad de México. No fue así.
Con esta edición, Obras busca dejar un testimonio de uno de los creadores arquitectónicos más connotados, quizá no por el número de proyectos, sino por la contundencia de sus edificaciones, tan icónicas como polémicas, las que fueron evolucionando, si se quiere lento, del brutalismo a la pasión por el blanco marmoleado y el reto a la ley de gravedad de sus trabajos más recientes.
Más que un hombre de trazos, el arquitecto González de León se preocupó por ser un hombre de ideas, así lo revela su inquietud por viajar y descubrir nuevas formas de arquitectura, de espacios, de formas de construir eso que llamamos ciudad y que fue uno de los grandes motores de su pensamiento y sus diseños.
Al fin discípulo de Le Corbusier, se apegó a la idea de que, al hacer urbes, “un trazo regulador es un seguro contra lo arbitrario”, sin embargo, como dice Juan Villoro en uno de los textos que reproducimos en esta edición, González de León “sigue este principio, pero se desmarca de la funcional austeridad de su maestro con patios y ventanales que dialogan con la luz”.
Pintor y formador de nuevas generaciones de arquitectos gracias a su taller de diseño, Teodoro deja, sobre todo, una serie de reflexiones e ideas sobre la arquitectura y su deber ser respecto a la ciudad, que vale la pena retomar y considerar en las mentes de académicos y críticos para que den la justa medida a su filosofía (si determinan otorgarle tal dimensión).
Al final, sin denostar el mérito de su obra, Teodoro González de León es un eslabón destacado en el quehacer arquitectónico nacional, pero como explica Enrique Norten, “no hay antes de Teodoro ni después de él. Es uno más y todo sigue igual… La mejor manera de honrarlo será seguir haciendo nuestro trabajo, hacerlo lo mejor posible para retomar este relevo que recibimos, y seguir trabajando con los ideales que para él y para muchos otros fueron importantes”.