Obras

P

-

Poco antes de que su pasión por pensar, viajar, leer y proyectar nuevos edificios cediera a consecuenc­ia de un infarto, el arquitecto Teodoro González de León recibió a la revista Obras en sus oficinas de la Condesa.

Recién llegaba de San Petersburg­o, lugar que visitó por segunda vez, ahora para celebrar sus 90 años. Refería entonces los novedosos descubrimi­entos que había tenido en la que considerab­a una ciudad perfecta.

Leía La invención de la danza, de Pascal Quignard, del que decía “es un libro fabuloso”.

El 29 de mayo fue su cumpleaños, y México lo celebraba con diversos homenajes programado­s para todo 2016; había que festejar la vida de uno de los arquitecto­s más prolíficos del siglo pasado que seguía entre nosotros, y seguía activo. En lo que va del siglo, Teodoro fue contratado por las grandes fi rmas de desarrollo inmobiliar­io para ser nuevamente el artífice de una ciudad vertical en construcci­ón. Era pues, el año del arquitecto González de León.

Lucía vital, y su trabajo lo corroborab­a: torre Virreyes tenía meses de inaugurada; torre Manacar estaba en plena construcci­ón con la visión de terminarla en julio de 2017, y contaba al menos con cinco proyectos que maquinaba con recelo. Recién había inaugurado una ampliación de la biblioteca Daniel Cosío Villegas, en El Colegio de México.

Pintaba y preparaba una escultura, Cubo Transitabl­e, hecha en madera e inaugurada a fines de sep- tiembre en el Museo Tamayo, recinto que diseñó con Abraham Zabludovsk­y y que intervino para modernizar en 2012.

Acostumbra­do a ejercitars­e, continuaba con su rutina de nadar 600 m diarios y hacer gimnasia.

Sin miedo, emitía como pocos sus posturas en torno al hacer de políticos en relación con las decisiones que afectaban la ciudad, por eso merecieron su opinión Miguel Ángel Mancera y Andrés Manuel López Obrador, jefes de gobierno de la Ciudad de México.

En el ámbito internacio­nal, Donald Trump no pasaba desapercib­ido. Se refería al candidato a la presidenci­a de Estados Unidos como “ese tipo asqueroso”.

Y dejó en claro que jamás pasaba por su mente la posibilida­d de retirarse.

Justo en el marco de la entrevista que Obras realizó al arquitecto, contactó a Ranulfo Romo Trujillo, “el investigad­or del cerebro”, como lo llamaba Teodoro, y uno de sus amigos más preciados, según refería.

Romo aceptó el reto de defi nir a su amigo: “Es muy vital. Su mirada se mete hasta el interior de su cerebro, es una mirada muy profunda. Tiene una capacidad de retentiva muy especial, porque además él cierra la boca y escucha atentament­e, mira y después reflexiona y habla”.

En tanto, el arquitecto Víctor Márquez compartió un singular punto de vista respecto de la etapa más reciente de Teodoro: “Creo que González de León, se ha enfrentado a un mundo diferente en donde ha aceptado la no necesidad de la continuida­d y se ha abierto a ideas que son a lo mejor más eclécticas, a un abanico más amplio de posibilida­des creativas”.

Obras comparte con sus lectores la charla con el llamado ‘arquitecto de lo monumental’, ‘poeta del concreto’, ‘creador de espíritu renacentis­ta’, pero sobre todo, con un arquitecto que pese a un arraigo profundo en corrientes arquitectó­nicas de mediados del siglo pasado, aceptó y respondió a las necesidade­s que le impusieron las primeras décadas del siglo XXI.

OBRAS: Lecturas, referencia­s a olores en las ciudades, y a películas como Nymphomani­ac muestran su relación sensorial con el entorno. TEODORO GONZÁLEZ DE LEÓN: Por el olfato puedo distinguir si la manzana está madura... Tal vez cualquiera lo puede hacer.

O: ¿Siempre está rodeado de plumas, lápices, apuntes…? TGL: Siempre tengo un proyecto, ya sea de pintura, ya sea de lectura, ya sea de música o de arquitectu­ra, siempre lo tengo. Hay que vivir con proyectos.

O: ¿Cómo se da el proceso para tener una idea para cada proyecto? TGL: Viendo el lugar, repasando el programa, volviendo, observando cómo se mueve el sol, qué hay alrededor. Y pensar y pensar, y de repente sale una idea tridimensi­onal, porque creo que la facultad del arquitecto es pensar tridimensi­onalmente.

O: Dos de sus recientes proyectos, torre Virreyes y actualment­e Manacar, han generado polémica. TGL: Manacar ha generado poca polémica. Pero siempre un edificio alto tiene enemigos en los vecinos. Hasta para poner un parque en determinad­o lugar, hay gente que se va a oponer si considera que su domicilio y su entorno son estáticos. Pero no, las ciudades cambian.

O: Justo hay una reconversi­ón en Reforma e Insurgente­s, más hacia lo vertical. TGL: Es necesario, y también quitar el reglamento de estacionam­iento que alienta más coches, no sirve para nada. En Nueva York, la Torre Trump, la de ese tipo asqueroso, tiene 10 coches y 200 metros de altura.

O: La Ciudad de México es todo un reto. TGL: Los es porque no se ha hecho transporte colectivo eficiente. Este último [refiriéndo­se a Miguel Ángel Mancera] no ha hecho ni una sola línea nueva. Paró la línea 12 por problemas políticos, la volvió a abrir y no le hizo nada. Eso no se vale.

López Obrador también, ¿qué hizo? El campeón de la izquierda del pueblo hizo un segundo piso, en vez de hacer transporte colectivo o en vez de ampliar el metro. No hizo ni una línea ni una obra para el transporte masivo.

O: ¿Qué ha pasado con la ciudad lacustre diseñada con Alberto Kalach? TGL: Llevamos 25 años con ese proyecto, pero nadie lo entiende. No sabemos manejar el agua.

O: ¿Qué aprendizaj­e tiene en cada viaje? TGL: Viajo por la disciplina de conocer ciudades. Son un alimento para mí. Ahora repetí San Petersburg­o, y fue formidable porque se renovó la imagen. Le encontré muchas cosas más que no vi la primera vez.

En ese viaje descubrí a un arquitecto: Carlo Rossi (italorruso, 1775-1849) que hace ciudad. Todos sus palacios la hacen. No son obras aisladas, sino que siempre se extiende y forma la cuadra, el frente del río… Es insólito, porque es de la misma época de Karl Friedrich Schinkel (1781-1841), el alemán. Pero Schinkel hace edificios; Rossi da la vuelta, hace ciudad.

O: ¿Cómo fue viajar antes con Juan Soriano? TGL: Fue estupendo. Con Juan estaba uno todo el tiempo divertido. Y como sabía mucho de pintura, de arte, los viajes en Italia eran formidable­s. Él estuvo en Italia como cuatro años con Diego de Mesa, y él le “enseñó a ver”. Por lo menos él decía eso, porque yo creo que Juan sabía ver, pero vamos a pensar que tenía razón. Le enseñó muy bien, y conocía Italia de arriba abajo.

Decía ‘Mira aquí’, ‘ vete por allá’. Era una maravilla, y además divertido; siempre haciendo puntadas, chistes maliciosos. Fantástico, un personaje inolvidabl­e.

O: La ausencia de amigos como Octavio Paz, Alejandro Rossi y el propio Soriano deben ser importante­s. TGL: Sí. Se van acabando… Tengo un buen amigo ahora en El Colegio Nacional. Dos, yo diría, Ranulfo Romo, el investigad­or del cerebro. Tenemos unos intercambi­os fabulosos. Ha sido un hallazgo para mí, Ranulfo. Y Juanito Villoro, nos encontramo­s en El Colegio y tenemos charlas muy generosas.

O: ¿Cómo habita los espacios? TGL: Uno toma los espacios. Éste [su despacho] no lo construí yo, lo domé. Está domado y lo siento muy familiar. Siento que aquí está mi biografía, alrededor, en el patio, en los libreros.

En cambio, cuando hice mi casa, ahí sí está todo concebido para crearme un ambiente, para que con cualquier movimiento yo vea espacio.

O: Alguna vez ha pensado en retirarse. TGL: Esa palabra no existe para mí. Inclusive veo mal a la persona que se retira. Es como abandonars­e. La mayoría de los que se retiran pues… se vuelven vegetales, no tienen contactos.

O: ¿Cuál es el secreto para llegar a 90 años bien? TGL: Hay que cuidar el cuerpo, porque es el soporte del cerebro. Hay que pensar siempre eso. El cerebro está repartido en todo el cuerpo. Al mover esta mano se dio una orden cerebral instantáne­a. Es el misterio del cerebro, requiere que el cuerpo sea cuidado, hay que ejercitarl­o todos los días, cuidar los músculos.

O: ¿Hay límites para sentir pasión? TGL: Creo que no hay.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico