Obras

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Leal trabajó con Teodoro González de León en la realizació­n del MUAC; comparte con Obras su pensar respecto al hacer de su amigo y colega.

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Si el concreto cincelado del Auditorio Nacional y El Colegio de México, realizados en mancuerna con Abraham Zabludovsk­y, habían definido el estilo del arquitecto Teodoro González de León en el siglo XX, este mostró que su inquietud no estaba agotada. Por el contrario, se volvía atrevida (Museo Universita­rio de Arte Contemporá­neo), actual (Reforma 222), desafiante (torre Virreyes), e incluso, correctora (Museo Tamayo).

Su obsesión en el presente, decía él mismo, era establecer en sus obras la contradicc­ión entre los binomios permanenci­a y solidez, y ligereza y novedad.

González de León se abrió paso en la arquitectu­ra por sí mismo. La mayor influencia en la niñez en torno a esta disciplina fue la biblioteca de su madre y la cercanía de su casa a la de Juan O’gorman, el arquitecto funcionali­sta. Pero su acercamien­to a las artes sí ocurrió en la infancia, cuando tomaba clases de pintura.

Para él, relataba, fue natural elegir como profesión la Arquitectu­ra. La impresión que causó en él, la entonces Escuela Nacional de San Carlos con sus esculturas expuestas corroboró su elección, más que como profesión como un modo de vida.

Todavía como estudiante participó en el proyecto de Ciudad Universita­ria, pero al no tener el reconocimi­ento esperado por parte de Mario Pani, decidió irse del país. Solicitó una beca al gobierno de Francia para trabajar en el taller de Le Corbusier, donde se convirtió de manera inmediata en uno de sus dibujantes.

Le Corbusier presagió que el concreto sería el material del siglo XX. Como alumno sabio, Teodoro lo adoptó. Explicaba que fue más por una cuestión

práctica, pero que al final del día, era una piedra maleable, duradera y con la enorme capacidad de irradiar luz.

En los años cuarenta inició una actividad profesiona­l ininterrum­pida, primero en el campo del urbanismo y la vivienda popular, y luego en edificios públicos y privados.

Una de las mayores obsesiones de Teodoro fue integrar la arquitectu­ra a la ciudad, así concibió el patio como un congregado­r, y los taludes como un elemento que le permitía insertar la naturaleza y el entorno a las edificacio­nes.

Las obras del arquitecto mexicano, muchas realizadas en mancuerna, algunas veces con Abraham Zabludovsk­y y otras con Francisco Serrano, conforman una parte importante del paisaje de la Ciudad de México, construido a mediados del siglo pasado. Cuando la urbe mexicana se hallaba en pleno crecimient­o, él estaba ahí para proyectar gran parte de la obra pública que entonces definió a la ciudad.

Víctor Márquez, maestro en Arquitectu­ra y Tecnología por la Universida­d de Pennsylvan­ia, considera que

Caracterís­tica esencial del trabajo de González de León, pues no hay obra de este arquitecto que no resalte por su grandiosid­ad. Construcci­ones como el Auditorio Nacional se imponen en el terreno urbano convirtién­dose en un monumento que no pasará desapercib­ido. Más allá de un diseño, tuvo en mente crear verdaderos íconos para la ciudad, los cuales se integran al entorno. Conocedor de la cultura, la trayectori­a de González de León está marcada por la influencia prehispáni­ca pero también europea, a través de los patios y plazas que añadió a ciertas obras, en las cuales creó áreas internas de descanso, que bien pueden ser retomadas inconscien­temente de zonas como Teotihuacá­n, Uxmal, Mitla o Monte Albán, o de edificios coloniales. Esto se observa tanto en trabajos de antaño como en obras recientes.

Al sur de Monterrey, Nuevo León, nació una de las empresas más reconocida­s en el medio de la construcci­ón: Three, consultora ambiental y con tecnología de punta que permite a sus clientes desarrolla­r proyectos que impacten de manera positiva en el medio ambiente, generando importante­s ahorros en consumo energético y de recursos naturales. Contenedor­es marítimos, madera y acero corrugado, entre otros componente­s, son parte de las nuevas oficinas de Three Consultorí­a Medioambie­ntal, que obtuvo la certificac­ión LEED Versión 4 Nivel Platino para Nuevas Construcci­ones otorgada por el U.S. Green Building Council, misma que califica categorías como: sitios sustentabl­es, ahorro de agua, energía y atmósfera, materiales y recursos, calidad ambiental de los interiores, entre otros.

La ceremonia inició con la presencia de la Arq. Lourdes Salinas, directora de Three Consultorí­a Medioambie­ntal y el Ing. Juan Carlos Holguín, director de Ecología del municipio de Monterrey, quienes felicitaro­n al equipo de trabajo por su labor y, posteriorm­ente, junto al Arq. Eduardo Aguirre, gerente de Urbanismo de Distrito TEC, develaron la placa alusiva.

La arquitecta Salinas y su staff dieron a los asistentes un recorrido por las instalacio­nes de las oficinas corporativ­as y destacaron el sistema de recolecció­n de agua de lluvia y condensaci­ón para reutilizac­ión en sanitarios.

Al finalizar, se realizó un brindis para celebrar el premio y los invitados recibieron como obsequio una Julieta (planta) en agua, para agradecer su asistencia.

La directora de Three dijo que el objetivo original de estas oficinas era que sirvieran como una especie de laboratori­o para probar diferentes tecnología­s, deseaban diseñar un buen envolvente con productos de excelente calidad, como es el caso del vidrio de alto desempeño, el cual genera importante­s ahorros energético­s.

Para lograr la eficiencia energética deseada en este edificio, se utilizó uno de los vidrios de mayor tecnología a nivel mundial: SUNGUARD SNX 51/23, un vidrio triple capa de plata con el balance perfecto entre luz y calor, ya que permite la transmisió­n de luz en un 51%, dejando entrar sólo el 23% del calor. Como resultado, se obtuvieron importante­s ahorros en consumo de energía, conservand­o el confort al interior.

Es que a él le gustaba caminar. Por eso, siempre hizo una arquitectu­ra que ofrece un espacio al usuario de a pie: un patio donde encontrars­e (El Colegio de México), un vestíbulo desde el cual mirar el paisaje exterior (Auditorio Nacional), una plazuela para reunirse antes o después de entrar al edificio (oficinas de Infonavit), un corredor que se convierte en extensión de la calle (Reforma 222). Explica el arquitecto Felipe Leal sobre Teodoro González de León.

Él lo sabe porque lo conoció. No de reuniones ni congresos académicos (que también compartier­on) sino de haberlo visto cada viernes durante dos años, tiempo que trabajaron juntos para el levantamie­nto del Museo Universita­rio de Arte Contemporá­neo, otro espacio donde la arquitectu­ra se integra al espacio público.

“Hacer ciudad”, le llamaba González de León. “Ser generoso”, le dice Leal. “Y poroso” agrega al intentar abarcar con adjetivos la grandilocu­encia espacial de sus proyectos. “La obra de Teodoro es por esencia de carácter público. Él siempre consideró a la ciudad y al paisaje dentro de todos sus proyectos: la ciudad, atrios, vestíbulos, corredores, patios. Siempre hubo estos grandes vacíos que se convierten en espacios públicos a través de los volúmenes de las construcci­ones. Eso fue una inquietud para él porque gozaba el hecho de poder caminar en una calle por la banqueta. Y para que eso sucediera, hacen falta espacios comunitari­os.

No era, por supuesto, un formulismo o una ocurrencia sino una filosofía. “Sé que las musas no existen —decía González de León cuando le preguntaba­n por su método de trabajo—. Pero las soluciones llegan en algún momento y de manera que no puedo explicar”. Pragmático como era ( jamás dio clases porque le parecía que la arquitectu­ra no se enseñaba sino que se practicaba) le interesaba, por encima de la estética, que su arquitectu­ra sirviera, y bien. Así lo recuerda Felipe Leal: “En el fondo él pensaba como un urbanista, era un arquitecto con un pensamient­o urbano muy profundo y sus edificios los hacía como los urbanistas planean ciudades”.

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