Quinta Carolina
Tras pasar por un incendio y un largo abandono, esta finca resurge como un bastión cultural de Chihuahua.
Luego de ser un oasis campirano y cuartel temporal de Pancho Villa, dar telón al aclamado filme El Principio (que repasa la ocupación villista), así como sufrir un largo abandono y un incendio, la Quinta Carolina —ubicada a 15 minutos del centro de Chihuahua— resurge como un bastión cultural.
Su mentor fue Luis Terrazas Fuentes (18291923), legendario terrateniente, exgobernador y ganadero chihuahuense. El empresario dedicó este retiro campestre a su esposa, Carolina Cuilty, y lo destinó a la recreación de sus hijos, que sumaban al menos 14.
Su elegante arquitectura (con fuerte carga francesa) se debe al célebre Pedro Ignacio Irigoyen. Una arcada de nueve intercolumnios forma la larga galería frontal de acceso, flanqueada por dos torretas gemelas que completan la simetría neoclásica de su fachada.
Desde su inicio fue referente en la zona denominada Nombre de Dios, aledaña al río Sacramento, y “uno de los edificios más emblemáticos de Chihuahua, que representa la huella del Porfiriato”, aprecia el arquitecto Luis Armendáriz, quien coordinó el plan de rehabilitación desde la Oficina de Patrimonio y Gestión Cultural del Instituto Chihuahuense de Cultura ( hoy Secretaría).
Diferentes estructuras completan la finca, las más representativas: la capilla, la cochera y el boliche, primer espacio en ser remozado y asignado a la enseñanza. Reponer las bardas perimetrales también fue una preocupación primera, así como los asentamientos estructurales y agrietamientos por desecación del subsuelo.
El esfuerzo de los lugareños fue vital: “La mano de obra fue local, solo trajimos especialistas en ciertas áreas”, comenta Armendáriz.
El arquitecto Gastón Fourzan, director de restauración, planteó criterios internacionales que privilegian el respeto a vestigios originales y la reversibilidad de los elementos añadidos.
Como ejemplo, el despacho Perpetua Restauración limpió, consolidó y reintegró las pinturas murales en el pórtico y vestíbulo, capacitando incluso a artesanos rarámuris para esta tarea, utilizando técnicas pictóricas removibles y preservando algunas manchas indelebles causadas por grafiti, aves y murciélagos.
En el salón central “se buscó una mezcla de materiales, entre la madera presente y el vidrio del tragaluz”, comenta Xicoténcatl Ladrón de Guevara, diseñador acústico. Algunos salones fueron equipados con audio y video. El proyecto requirió una inversión de 63 millones de pesos.