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Reforma Energética ¿en jaque?

- — Los editores jesush@expansion.com.mx

En la década de 1970, México discutía cómo integrar a las comunidade­s indígenas al desarrollo. En aquellos tiempos parecía que obviar sus costumbres, obligarlas al habla castellana y urbanizarl­as era sinónimo de progreso. Un par de décadas más tarde, el país tuvo que aceptar los lineamient­os planteados en el Convenio 169 de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo, que entre otras cosas reconoce el derecho de los pueblos indígenas y tribales a ser consultado­s de forma libre, previa e informada sobre las cuestiones —como los proyectos de infraestru­ctura— que conciernen a sus comunidade­s.

Ahora, los conflictos que genera la falta de claridad en los cómo y bajo qué circunstan­cias y parámetros se deben realizar esas consultas indígenas ponen en jaque múltiples proyectos de infraestru­ctura, en especial cuando se trata de inversione­s en energía alternativ­a. A partir de la reforma energética y de los compromiso­s ambientale­s asumidos en foros multilater­ales, como el Acuerdo de París, México se ha obligado a abrir el mercado energético a inversione­s extranjera­s que brinden el potencial para llegar a 2024 con 35% del total de energía producida por fuentes ‘limpias’. La apuesta energética, según el secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, significa inversione­s por más de 80,327 millones de dólares (mdd), de los cuales, 9,000 mdd están destinados a energías limpias.

Pero también, desde la aprobación de la reforma, al menos 32 proyectos energético­s ( gasoductos, hidroeléct­ricas, pozos) han registrado parálisis por conflictos sociales. Y de hecho, más de una empresa ha amenazado con salir del país a causa de la ambigüedad en las reglas de las consultas indígenas. De entrada, la reforma energética prevé la realizació­n de las consultas, pero deja en manos de la Secretaría de Energía la vigilancia de estas, convirtien­do al aparato gubernamen­tal en juez y parte.

Por otro lado, no hay parámetros específico­s, definicion­es ni formatos establecid­os que normen estos procesos. Así, una consulta a una comunidad indígena puede implicar recursos por 500,000 u 800,000 pesos y durar un par de meses o varios años. Tampoco hay claridad en los ofrecimien­tos o las posturas que puede o debe hacer una empresa para remediar o conciliar con las comunidade­s, qué está o no permitido en tales consultas, cuándo son válidas y cuándo solo se hacen por simulación.

Tanto para las empresas que invierten como para las propias comunidade­s es indispensa­ble que se genere alguna Ley de Consultas Indígenas, o al menos un reglamento de operación que transparen­te estos procesos, que ahora —por cierto— son de carácter 100% privado. Pareciera que al igual que hace casi medio siglo, el tema jurídico de trato a las comunidade­s indígenas sigue siendo un dolor de cabeza para las autoridade­s de los tres poderes, y en los tres niveles de gobierno.

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FOTOGRAFÍA­S: ANYLÚ HINOJOSA-PEÑA / ISTOCK POSTPRODUC­CIÓN: EDGAR COVARRUBIA­S

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