Casas en Santa Rosalía
A 132 años, la arquitectura de este puerto, en Baja California Sur, conjunta tradición y modernidad.
Santa Rosalía, puerto y cabecera del municipio Mulegé, Baja California Sur, es un lugar discreto en el mapa pero insospechadamente relevante en el México moderno. Fue el primero en contar con telégrafo inalámbrico en América Latina y el segundo en gozar de alumbrado eléctrico en el país, detrás de la capital mexicana. En octubre celebró 132 años de su fundación.
Sus casas originarias, dispuestas en unas cuantas calles de barrios utilitarios, aportan un sabor urbano irrepetible. La dinastía Rothschild impulsó en 1885 la fundación de un enclave europeizado con raíces en la extracción del cobre, razón de ser de la localidad que se convirtió en la más rentable del mundo. Un contrato por derechos de explotación por 50 años imponía el desarrollo de la ciudad a la Compañía de El Boleo.
“Con la construcción de las casas para los obreros y administrativos de las minas, comenzó desde cero esta población”, relata Elia Cardona López, directora de Turismo de Mulegé. Algunas propiedades poseen todavía apagadores y mobiliario de baño que data de la primera época, detalla Cardona.
La madera de pino blanco —traída por barco de Estados Unidos— tanto de edificios como del hotel y oficinas centrales de El Boleo (hoy museo en restauración), como de las viviendas para los franceses y los obreros, “fue cortada y armada en Santa Rosalía”, relata Enrique González, arquitecto perito de la delegación Baja California Sur del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
La morfología típica es de corte francés, con un solo nivel y su pronunciado techo a dos y cuatro aguas sobre altos muros formados con tablones machihembrados. La parroquia de Santa Bárbara fue diseñada por Gustave Eiffel, cuyas piezas se trajeron para su ensamble. En las viviendas conservadas y que mayormente se encuentran en la zona llamada Mesa Francia, hasta “95% de sus elementos estructurales originales todavía está ahí y es visible”, precisa González.
Se estima que llegaron a edificarse unas 2,500 casas que ya poseían instalación eléctrica y que eran “verdaderas residencias, nunca les faltaba agua y contaban con suficiente patio […] tenían tres habitaciones: sala, recámara y cocina. El piso de muchas de ellas era de tierra. El baño se encontraba en una esquina, adosado. Las cubiertas estaban construidas con tejamanil y láminas de cinc, y se extendían para formar un porche”, describe.
Incendios y huracanes (como Odile en 2014) han sido más severos que el tiempo. En el trayecto de su existencia, se hicieron adaptaciones y algunas se ampliaron a dos niveles. Aparecieron balcones, antenas, equipos de aire acondicionado, tinacos y hasta sustitución; se ha reemplazado madera por block, al cual se procura dar apariencia de tablones. Algunas casas alojan negocios de bajo impacto.
Diferentes obras en la zona central han mejorado su condición urbana. En 2007 Fonatur rehabilitó banquetas y vialidades y, para 2015, los gobiernos estatal y municipal efectuaron trabajos para elevar la presencia de por lo menos 100 casas y homologarlas sin que perdieran su individualidad. Aunque “los procesos de pintura no fueron los originales”, comenta González, una paleta de tonalidades arena y pastel con las techumbres pintadas en rojo le dan una nueva imagen.