Pásala!

Sexo con protección

- Por Mario Manterola @mariomante­rola

Sonaba a cliché, a meme, a algo que se inventa en redes sociales para crear una tendencia pero, cuando se vieron a los ojos, supieron que el amor surgido en la fila para la vacuna era algo verdadero, tangible y más real que cualquier aplicación de citas pedorras en la que uno tiene que pagar para que te salgan los prospectos chidos.

Estando ahí, esperando a que los pasaran adentro a bailar alguna mamada de OV7, Kabah o cualquier cosa que añoren los treintones además de un salario mediocre para seguir construyen­do vidas sin sentido, se sonrieron a la distancia por debajo del cubrebocas, pero con los ojos se dijeron todo, expresando las ganas que se tenían el uno al otro sólo con el movimiento de sus mejillas.

Ya adentro, se aventaron un cumbión bien loco y, pese a que existió entre ellos la sana distancia y sus cuerpos apenas se tocaron, el ligue ya estaba hecho. Ella era una diosa treintañer­a con el cuerpo de una de 19, con unas nalguitas erguidas e imponentes como barda de casa rica, con unas tetas que desafiaban todas las leyes de la física, mientras que él era un chacalón curtido, moreno mamado, culón de toscas formas pero galán el desgraciad­o.

El cabrón ya la traía bien parada desde que la vio en la fila y ya se saboreaba sus dulces labios en los suyos. Apenas salieran de ahí la iba a trepar a su coche y se iban a enfilar al primer hotel que encontrara­n para clavarla como lo haría la aguja en su hombro, con la confianza de que ese piquete estaría protegido contra el coronaviru­s y de lo único que debía preocupars­e es de agarrar un sida, porque pensaba rifarse a pelo, como los campeones de la salsa.

Piquete blandito

En la repartició­n de lugares les tocó sentarse juntos. Ahí intercambi­aron sus primeras palabras, nombres, procedenci­as y, con una breve plática, supieron que lo demás era mero trámite. Rieron juntos de cosas que habían observado y se mostraron interesado­s en sus antecedent­es para saber si aquello que se estaba dando ahí iba a dar más que una simple calentura como efecto secundario del fármaco experiment­al que estaban a punto de inocularle­s, con el que podrían implantarl­es un chip para controlar su mente.

Este güey ya se sentía dentro de ella; podía saborearse el olor que quedaría impregnado en sus dedos, con el que presumiría a sus amigos que consiguió ligar en la vacunación de los treintones, cuando una enfermera lo llamó a ocupar su lugar en la silla de la verdad, donde después de un piquetito cualquiera tendría luz verde para bucear en aquel estanque de placer vestido de shortcito de jeans y blusa blanca entallada.

Ahí fue cuando todo se fue a la chingada porque muy chacalón, muy tosco, pero bien puto, porque desde morro le daban culo las inyeccione­s. Todavía no veía la aguja y ya estaba sudando el muy joto; incluso hasta le preguntó a la enfermera si no había mejor pastillas que se pudiera tomar, a lo cual la de la batita blanca le contestó con un sentencios­o “¡No mame, joven!”.

Con el fierrito cerca de su musculoso brazo, se le empezaron a aflojar las de cocodrilo. Trató de contener el pánico lo más que pudo porque sabía que ella lo estaba viendo y que de su comportami­ento dependía el que podría ser el mejor palo de toda su vida, pero al final terminó por ceder ante sus puterías, con gritos de nena cagada pidiendo que se la metieran despacito, que no le doliera, que no le gustaba.

Déjese querer

Y todo el mundo así de ¡chale!, viendo cómo al cabrón hasta lo tenían que agarrar entre tres porque nomás no dejaba de retorcerse entre lágrimas, gritando como si lo estuvieran violando con la de Zague. Cuando menos se dio cuenta, ya había pasado la prueba, pero también había perdido su oportunida­d, pues ella prefirió evitar la pena de verlo y ya no estaba en su silla. Al buscarla, ya estaba con su bracito descubiert­o, totalmente calmada, enseñándol­e que es un piquetito y nada más. Todas sus esperanzas de retomar ese ligue se perdieron cuando vio cómo observaba al enfermero que le sostenía gentilment­e la mano mientras la inyectaba, mostrándol­e el pecho con el escote, como ofreciéndo­selo a manera de recompensa por la salvación a esta maldita pandemia.

Pinche doctorcito estaba todo chaqueto, flaco y de lentes, pero, al chile, la destreza y la preparació­n pueden más que un mamado culón pues, al despedirse de él, ella le plantó un pinche besote con agarrón de chile incluido, otorgándol­e su número de teléfono con la promesa de que el siguiente piquete que le pusiera sería con la aguja de carne.

Todo guango y humillado, el moreno se fue a su casa ya con los primeros efectos secundario­s de la vacuna.

¡Cha!

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