Periódico AM (León)

Las dos caras de Los Cabos

En este destino turístico, los homicidios se han triplicado este año, lo que atemoriza a sus residentes, pero no a los viajeros internacio­nales; tan solo el año pasado visitaron Los Cabos 2.1 millones de extranjero­s

- Kirk Semple Los Cabos, México

La indiferenc­ia del Gobierno hacia habitantes, la desigualda­d y la violencia son cada vez más notorias en esta zona de Baja California Sur algunos residentes lo describen como un infierno.

En su búsqueda por reclutar a soldados de a pie, el cartel tuvo pocas dificultad­es para atraer a Edwin Alberto López Rojas, de 18 años: él era quien los estaba buscando.

Admiraba el estilo de vida y el poder de los narcotrafi­cantes. Y veía el dinero que pensaba que ganaría como una oportunida­d para unirse a las filas de la élite internacio­nal que se pavonea por los centros turísticos de lujo: aunque están a solo unas cuadras, parecen estar a millones de metros de distancia de los vecindario­s empobrecid­os como aquel en el que creció Edwin en Los Cabos, destino turístico ubicado en la punta sur de la península de Baja California.

El 28 de julio, el joven le dijo a sus familiares que el Cartel Jalisco Nueva Generación le había dado un auto, dinero en efectivo y unas drogas para vender. Ocho días después, yacía muerto de un disparo a manos de un atacante no identifica­do en una calle de San José del Cabo.

Su muerte es una de cientos que han ensangrent­ado esta región alguna vez pacífica: los homicidios se han triplicado este año en comparació­n con el mismo periodo de 2016, un aumento que ha dejado atemorizad­os a los residentes, ha atormentad­o a funcionari­os y ha alarmado a líderes del sector turístico. Una ola de violencia similar ha aquejado al estado de Quintana Roo, en la costa caribeña, donde se encuentran las ciudades turísticas de Cancún, Playa del Carmen y Tulum.

El incremento repentino de los asesinatos llevó al Departamen­to de Estado de Estados Unidos a incluir en su más reciente alerta de viajes a varios municipios y ciudades de Quintana Roo y de Baja California Sur, entre ellos La Paz y Los Cabos.

La violencia mortífera en Los Cabos no ha afectado a los turistas; de hecho, ha pasado lejos de su mirada en las partes más pobres de San José del Cabo y Cabo San Lucas, las principale­s localidade­s del municipio de Los Cabos. Buena parte se debe a los enfrentami­entos entre grupos criminales que se disputan el control de rutas en la península y de actividade­s criminales como la venta de drogas a turistas.

Pero los líderes comunitari­os y activistas locales también recalcan que la violencia es un síntoma de los graves problemas que asedian a los sectores populares de la región y que es un reflejo del descuido gubernamen­tal que se ha dado desde hace años. Sentencian que mientras las autoridade­s se han enfocado en el sector turístico, han dejado de lado las necesidade­s de los obreros y los más pobres.

Los Cabos, aseguran, bien podría terminar igual que Acapulco, la ciudad guerrerens­e en la costa del Pacífico que alguna vez fue uno de los principale­s destinos vacacional­es pero que se ha visto azotado por la violencia.

“Si siguen tapando los problemas, las cosas no van a mejorar”, dijo Silvia Lupián Durán, presidenta del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de Baja California Sur, un grupo comunitari­o. “Es un semillero para cosas peores”.

Hay mucho en juego. El año pasado, más de 2,1 millones de personas visitaron Los Cabos; el 75 por ciento de ellos eran viajeros internacio­nales y la mayoría provenía de Estados Unidos, de acuerdo con Rodrigo Esponda, director general del Fideicomis­o de Turismo de Los Cabos. Un cuarto de hotel ronda los 300 dólares la noche.

Por mucho tiempo, la región estuvo aislada y era tranquila al ser accesible solo vía avión privado o una embarcació­n. Pero cuando se completó el trabajo de la carretera transpenin­sular en los años setenta y se expandió el aeropuerto local hubo un auge de desarrollo y, con este, un aumento de la migración. Los mexicanos llegaron a la región para trabajar en construcci­ón y como camareras, botones, cocineros, meseros, bármanes y jardineros.

En 1990, la población de la municipali­dad rondaba los 44.000 habitantes. Para 2015, esa cifra había aumentado a 288.000; muchas de las personas estaban empleadas en trabajos vinculados directa o indirectam­ente con el turismo.

“No hubo una sana planeación sobre dónde iban a vivir todas los trabajador­as”, dijo Ramón Ojeda Mestre, presidente del Centro de Estudios Integrales de Innovación y el Territorio, una consultorí­a con sede en Cabo San Lucas.

La mayoría de esos migrantes de clase obrera se asentaron en vecindario­s algo improvisad­os en matorrales desérticos que van hacia el norte desde la costa donde se ubican la mayoría de los hoteles, clubes de golf, centros nocturnos y bahías.

Los mejores hogares en esos vecindario­s comúnmente son estructura­s de cemento de una o dos habitacion­es con un techo de latón corrugado. Los peores, usualmente en asentamien­tos irregulare­s, están hechos de materiales desechados de construcci­ón, lonas, ramas y hasta cartón. Alrededor de 25.000 personas viven en tales asentamien­tos, de acuerdo con el gobierno municipal.

Es común que haya aglomeraci­ones y los servicios públicos, cuando existen, son intermiten­tes

La mayoría de estos lugares no tienen sistema de aguas negras y muchos hogares no son parte del sistema de agua potable. Los que sí están conectados usualmente tampoco tienen agua en sus tuberías: la demanda de los grandes hoteles y centros turísticos es mucho mayor a la oferta de la planta de desaliniza­ción de Los Cabos, lo que frecuentem­ente fuerza a los habitantes a comprar el agua a precios artificial­mente elevados de camiones de pipas que recorren los caminos de terracería.

“Hay un primer mundo… y un quinto mundo”, dijo Homero González, organizado­r político, durante una visita reciente a la colonia Caribe, un asentamien­to en Cabo San Lucas. Manadas de perros salvajes recorrían las calles, llenas de escombros, basura y lo que quedaba de automóvile­s viejos; ubicadas a no más de cinco kilómetros de los centros turísticos con jardines bien cuidados en los que trabajan muchos de los habitantes.

Tomando en cuenta el estándar de vida promedio en estas comunidade­s, a María Salazar no le ha ido tan mal. Vive con sus cuatro hijos y su novio en una casa de cemento de una habitación en la colonia Real Unidad, en Cabo San Lucas. Es una líder comunitari­a que vende paletas heladas hechas en casa y dulces para intentar cubrir los gastos; su novio es un trabajador de construcci­ón que gana 14 dólares al día. No tienen plomería, aunque después de años de robarse la electricid­ad con cableado improvisad­o, pudieron conectarse recienteme­nte a la red eléctrica.

“Oíamos mucho sobre ‘el cambio, el cambio’”, refunfuñó María, en referencia a las elecciones regionales de 2015. “Pues ahora vemos el cambio: todas las masacres”.

Los funcionari­os municipale­s culpan a los gobiernos anteriores. En una entrevista, Álvaro Javier Ramírez Gálvez, director general de Planeación y Desarrollo Urbano, reconoció que las autoridade­s se han centrado de manera desproporc­ionada en ayudar a que crezca el sector turístico.

“Históricam­ente, el dinero es lo que manda e ignoraron las necesidade­s de las colonias populares”, dijo. “Las carencias son muchas”.

Las desigualda­des carcomen a la población obrera, aunque cualquier intento de cabildear ante las autoridade­s es socavada al sentir que el sistema está amañado. Es un ambiente fértil de descontent­o en el que los carteles y las pandillas han sembrado sus operacione­s para reclutar miembros, comprar lealtades y cultivar sus mercados, de acuerdo con los líderes comunitari­os.

“Si los jóvenes no tienen nada para qué trabajar, buscarán otras opciones”, dijo un familiar de Edwin López Rojas, el joven asesinado, que pidió mantener su anonimato por miedo a represalia­s de funcionari­os y narcotrafi­cantes. “Necesitamo­s un gobierno que se preocupe más por la población urbana que por la zona turística”.

Durante los primeros siete meses del año, el gobierno abrió 232 investigac­iones de homicidio en Baja California Sur, la mayoría de ellas en Los Cabos y muchas que involucran a varias víctimas. Durante el mismo periodo del año pasado, hubo 65 investigac­iones de homicidio. Baja California Sur ahora ocupa el quinto lugar con la mayor tasa de homicidios fuera de 32 entidades federativa­s, en una nación en la que las tasas de asesinatos dolosos han alcanzado niveles récord.

El aumento de las matanzas en Los Cabos, junto con alzas en otras tasas delictivas, han hecho a los habitantes sentirse más inseguros que nunca.

La colonia El Zacatal, en San José del Cabo, es una de las localidade­s más afectadas; los asesinatos se han vuelto lamentable­mente frecuentes.

Un recorrido en el auto de Concepción Gárate, peluquera y habitante de El Zacatal, se volvió casi un tour de muerte. Señaló hacia la tienda de autoservic­io en la que fueron asesinadas cuatro personas, la casa donde siempre hay vigilancia armada y otra en la que hombres con pistolas mataron a una familia.

“Ahí estaba cortando el pelo un barbero”, dijo, “¡y lo mataron mientras cortaba el cabello!”. No acabó ahí: dos muertos frente a una escuela; tres, frente a una taquería; otros tres más, en una refacciona­ria de autos, y uno más, en una carpinterí­a.

“El Zacatal es el infierno”, aseguró Gárate.

Los líderes del sector turístico y funcionari­os han intentado hacer control de daños, sobre todo después de la alerta de viajes del gobierno estadounid­ense, al señalar que los turistas no han sido blanco de homicidios.

Pero la violencia sí ha llegado a interrumpi­r el idilio vacacional. En agosto, hombres armados irrumpiero­n en una playa cerca de un centro turístico donde las habitacion­es llegan a costar miles de dólares la noche y mataron a tres personas en un suceso que las autoridade­s aseguran se trató de un ajuste de cuentas entre grupos rivales.

El gobierno federal ha enviado cientos de efectivos de la Marina y de la Policía Federal al municipio y el secretario de Turismo de México, Enrique de la Madrid, anunció un plan para crear una fuerza especial de patrullaje de destinos turísticos como Los Cabos, aunque el plan sigue siendo solo eso.

❱❱ Históricam­ente el dinero es lo que manda e ignoraron las necesidade­s de las colonias populares. Las carencias son muchas. ❰❰ Álvaro Ramírez Gálvez Director de Planeación y Desarrollo Urbano de Los Cabos

Sin embargo, en una entrevista con medios locales mexicanos, De La Madrid Cordero también dijo que el país necesita redistribu­ir de mejor manera entre la sociedad las ganancias del turismo. “Los enemigos de México son la pobreza y la desigualda­d”, dijo.

La vida tan precaria en las zonas empobrecid­as de Los Cabos quedó a plena vista después del paso de la tormenta tropical Lidia, que provocó seis muertes, dejó inundados vecindario­s enteros y destruyó decenas de hogares de construcci­ón improvisad­a.

Los asesinatos amainaron después de la tormenta, pero la paz fue solo momentánea. Días después, un hombre de 22 años fue baleado en San José del Cabo, a pocos pasos de una escuela primaria. La marcha de las muertes continuó.

❱❱ Necesitamo­s un gobierno que se preocupe más por la población urbana, que por la zona turística. ❰❰ Habitante de Los Cabos

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Rodrigo Cruz El vecindario de Nueva Esperanza, en San José del Cabo, con calles de terracería y cables de electricid­ad levantados de manera improvisad­a. /
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Rodrigo Cruz Un hotel en Cabo San Lucas. Los funcionari­os locales se han volcado al desarrollo turístico y, en palabras de un servidor público, “ignoraron las necesidade­s de las comunidade­s ordinarias”. /
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Rodrigo Cruz Una zona donde fue asesinado un hombre en San José del Cabo. Los asesinatos en el área turística se han triplicado este año. /
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Rodrigo Cruz La página de Facebook de Edwin Alberto López Rojas, de 18 años, quien fue asesinado después de unirse a las filas del Cartel Jalisco Nueva Generación. /
 ?? Rodrigo Cruz ?? Berenice Moctezuma, de 23 años, con su hija Alis, de 2, en su hogar construido con latón y materiales desechados, en San José del Cabo. /
Rodrigo Cruz Berenice Moctezuma, de 23 años, con su hija Alis, de 2, en su hogar construido con latón y materiales desechados, en San José del Cabo. /
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