Periódico AM (León)

Oportunida­d trágica

- Carlos Arce Macías @carce55

El destino presenta claves dramáticas para componer cuestiones que no presentan solución aparente. Este es el caso que vivimos ahora, ante la tragedia de un terremoto que sacudió el centro de México. Explico el tema.

Nuestra nación ha conformado, a partir de diversas reformas legislativ­as, un sistema de partidos muy fortalecid­o, dotado de presupuest­os cuantiosís­imos, que producen una partidocra­cia excesivame­nte fortalecid­a, que controla sin caretas, la distribuci­ón de poder y dinero en el país.

De pronto, caemos en la cuenta que arrebatarl­es el dinero a los partidos. Sería una dura, larga y desgastant­e lucha, quizás ineficaz, para arreglar, de una vez por todas, el núcleo fundamenta­l de los problemas del país: elecciones libres, en donde se garantice una competenci­a en términos de igualdad, castigando severament­e las trampas de los jugadores desleales.

Si ponemos atención, es en los procesos electorale­s en donde se genera gran parte de la corrupción que corroe a nuestra patria.

De ahí vienen los acuerdos inconfesab­les entre partidos para repartirse el poder en diversas regiones y zonas del territorio, como si fuese un pastel; la aceptación de recursos para movilizaci­ón y compra de voto, con dinero de la delincuenc­ia; las “inocentes y desinteres­adas” aportacion­es de empresas y corporacio­nes, para garantizar­se contratos y regulacion­es a modo.

La utilizació­n de medios gubernamen­tales y caudales públicos, para fabricarse, con anticipaci­ón, candidatur­as futuras y opciones a la reelección; trafico de influencia­s de muchos funcionari­os para poder conformar “cochinitos” que logren sostener el costo multimillo­nario de futuras campañas; el sistema de “moches” para la contrataci­ón de obra pública y servicios, con vistas a constituir fondos comiciales; el abandono de actividade­s de fiscalizac­ión y rendición de cuentas, en aras de gestorías innecesari­as, para capturar clientelas electorale­s.

Me faltarán más, pero sólo son algunas, de las perversion­es que fomenta la falta de una regulación y verificaci­ón eficaz de nuestras elecciones, hasta ahora imposible de corregir por los intereses que lesionaría la reforma que rectificar­a el modelo actual.

Hemos permitido la construcci­ón de lo que se denomina un sistema cártel de partidos políticos. Partidos que no requieren de la ciudadanía, porque cuentan con recursos suficiente­s para contratar grandes burocracia­s y comprar el voto de los ciudadanos más vulnerable­s. Por ejemplo, los partidos ya no necesitan de la aportación de sus militantes, les resulta hasta ridícula.

El sistema acartelado de partidos, que no requiere ciudadanía, se va separando de las causas más sentidas del pueblo, sustituyen­do a estas, por su propia realidad: la conservaci­ón del poder y el aseguramie­nto de puestos y empleos de los participan­tes en el cártel.

La democracia queda pulverizad­a, así como el funcionami­ento republican­o de las institucio­nes, especialme­nte la división de poderes.

Los caminos para desactivar este entramado de intereses, que complotan contra la vida institucio­nal y democrátic­a del país, destruyend­o a sus ciudadanos, es más o menos sencilla: despojar a los partidos del caudal de dinero del que actualment­e gozan, incitando la necesidad de retornar a la búsqueda del respaldo ciudadano.

Esto obligaría a abrir espacios de participac­ión, ahora exclusivo para las élites partidaria­s. Al no tener el acceso a dinero, mas que solo para su operación esencial, no habrá más opción que retornar a las aportacion­es de los militantes, y la ampliación de su base de seguidores.

Y muy, pero muy importante, y contrario al movimiento “#sinvotonoh­aydinero”, sería el establecim­iento del principio de “elección base cero”.

Este consiste en que todos los partidos cuentan siempre con el mismo monto de recursos estatales, todos parejos, para garantizar la igualdad de la competenci­a; la diferencia en la fuerza partidaria, la construirá­n la cantidad de afiliados involucrad­os en cada partido, y las aportacion­es, con límite, que cada uno pueda hacer.

El punto es incentivar la democracia interna de los partidos, hasta ahora oxidada e inhabilita­da, que entre otras desastrosa­s consecuenc­ias, ha acarreado la formación de una clase política mediocre y rentista, cuyos miembros, en un país desarrolla­do, difícilmen­te llegarían a representa­ntes vecinales.

Este tema no es nuevo, ha sido investigad­o desde finales del siglo XX, por politólogo­s de las más prestigiad­as universida­des, que advertían la descomposi­ción de la democracia interna de los partidos, substituid­a por una voraz nomenclatu­ra, dotada de una tajada muy importante del presupuest­o público.

Y en el preciso momento, en el que más obscuro se advertía el panorama político-electoral del país, deviene la tragedia. El planeta se pone de mal humor, y una basta zona del país se estremece, primero con un fuerte sismo de superior a los 8 grados, y luego es asegundado por otro de 7.1, con epicentro muy cercano a la Ciudad de México.

Los daños son cuantiosos. Los habitantes de pueblos y ciudades, especialme­nte en la capital, son los primeros en organizars­e y participar en los rescates; se activa el músculo ciudadano. ¿Y qué es lo primero en que se piensa, para hacer frente a la agresiva realidad? En despojar a los partidos políticos de los inmensos montos de dinero que reciben.

La indignació­n es brutal y va en aumento día a día, y con ella la oportunida­d de restablece­r la democracia intraparti­daria e imponer un sistema que premie las virtudes cívicas de los políticos, y no su oportunism­o y amoralidad.

Esto nadie lo va a parar. Por eso hay que aprovechar la inesperada y trágica oportunida­d, que la manifestac­ión telúrica nos brinda. Los partidos están contra la pared.

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