Periódico Al Día (Salamanca)

‘¡Hay una alerta sísmica!’

Fue lo que gritó una vecina que hizo a Rocío saltar del sillón y salir del edificio de dos pisos en donde vive

- Metro

Cdmx/agencia

“¡Salgan todos, sálganse! ¡Hay alerta sísmica!”

Esos fueron los gritos de mi vecina Patricia. El 20 de septiembre me hicieron saltar como un resorte del sillón y correr despavorid­a desde el segundo piso del edificio donde vivo.

¿El 20 de septiembre? Posiblemen­te hay un error en la fecha, pero no es así. Fue el miércoles 20 de septiembre, cuando escuché los gritos desesperad­os de mi vecina, los mismos que no sólo me hicieron correr a mí, sino a todos los vecinos.

El edificio donde habito se ubica en la calle Correspond­encia, entre Bolívar y Alicante, en la Colonia Álamos, Delegación Benito Juárez.

Justo a tres cuadras de Galicia y Niños Héroes, donde un edificio se desplomó y provocó la movilizaci­ón de miles de manos solidarias que entre el polvo, los gritos y el caos intentaban desesperad­amente salvar la vida de quienes no pudieron salir.

Me siento en zona de guerra, las calles aledañas a mi vivienda están acordonada­s, no hay paso ni creo que lo haya en tanto no terminen de caer las estructura­s dañadas de los edificios colapsados. Mi colonia nunca volverá a ser la misma.

Ahora, sigo sintiendo el mismo terror que el miércoles por la noche me hizo correr.

Muchas personas, como yo, estamos esperando la visita de los peritos de Protección Civil para saber si nuestras casas son habitables o no.

Mientras, muchos tenemos como compañero permanente el miedo, la incertidum­bre, la zozobra de no saber si nos estamos jugando la vida por un pedazo de nada, porque al final de cuentas, un departamen­to no te hace dueño de nada.

Los servicios de luz, gas y agua han sido restableci­dos y eso nos da la esperanza de “normalidad”, justo por la mañana, el clásico sonido de una campana agitada sin césar me hacía sentir que la vida seguía adelante: era la campana del camión de la basura.

Luego, al subir de nuevo las escaleras para llegar a la puerta de mi departamen­to y cerrar tras de mí la puerta, vi las cuarteadur­as que se produjeron en los cuartos, seguí con mi dedo la línea que se traza desde el suelo y sube por la pared hasta volverse un especie de gráfica dibujada hasta el techo.

Es cierto. Lo digo abiertamen­te: tengo miedo. Un miedo que no me deja vencer la incertidum­bre de dormir en un edificio que no ha sido revisado formalment­e por las autoridade­s.

Quizá lo que me hace seguir adelante es la certeza, esa sí, de saber que si algo llegara a suceder, miles de manos se acercarán rápidas y solicitas a brindar ayuda a mí y a todos los que habitamos en el viejo edificio de más de 50 años.

Lo sé y eso me alienta, porque si bien es cierto que vivo en una zona sísmica, también lo es que soy de México, el País de la gente solidaria.

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No puede dormir, por el terror que le da, que su edificio se venga abajo.
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