Votan en medio de una crisis social y política
La gente busca comida en bolsas de basura cerca de una pared pintada con aerosol en apoyo de Henri Falcón, un candidato presidencial de la oposición, en Caracas
Venezuela vivirá hoy las elecciones presidenciales más extrañas y atípicas de su historia, desconocidas por buena parte de la comunidad internacional en medio de la mayor crisis social, económica y política del último siglo en América Latina.
El opositor El Frente Amplio Venezuela Libre, conformado por la Unidad, la Iglesia Católica, disidentes chavistas, el Movimiento Estudiantil y organizaciones sociales y civiles, ha invitado a la población a no asistir a lo que calificó como la farsa organizada por la dictadura.
“El resultado está totalmente cantado. Hay una estafa en Venezuela que tiene el único objetivo de decirle al mundo que sin votos (Nicolás) Maduro sigue siendo Presidente de la República”, resumió su dirigente Juan Pablo Guanipa.
Una campaña electoral que se ha vivido sin pena ni gloria, aplastada por la realidad de un país que posee las mayores reservas de petróleo del planeta, pero que va a la deriva y que tiene hambre.
El mismo país donde el 60 por ciento de la gente perdió una media de 11 kilogramos durante 2017, pulverizados sus bolsillos por la hiperinflación (los precios han subido más del 13 mil por ciento en el último año) y angustiados por la escasez de alimentos y medicinas.
Con la comida como leitmotiv electoral, la revolución regaló en campaña millones de bonos y miles de panes como si fueran limosnas; el evangélico Javier Bertucci cocinó sopas en calderos gigantes y el disidente opositor Henri Falcón repartió billetes falsos de 100 dólares para promocionar su idea de dolarizar el país, como si fueran cromos del Monopoly.
La gran paradoja es que los mítines no han podido opacar la mayor concentración que ha vivido Caracas esta semana frente a las puertas del Abastos Bicentenario en la céntrica Plaza de Venezuela.
Esa cadena de supermercados, expropiada por Hugo Chávez, ha comenzado de nuevo a vender comida regulada, algo que no sucedía desde la implantación hace dos años de las bolsas CLAP, adaptación bolivariana de la cartilla cubana de racionamiento.
La hiperinflación obliga a la gente a estos maratones desesperados para sobrevivir en el país donde el salario mínimo mensual es de 2 millones 550 mil bolívares.
Dos kilos de harina para cocinar arepas, dos kilos de pasta, uno de arroz y dos de azúcar, más una mantequilla le costaron 570 mil bolívares a Carmen Miranda, de 43 años, que tiene un puesto ambulante al principio de la carretera Panamericana.
“Esta vaina es terrorífica, una locura. He estado ocho horas en la cola. Y si estoy aquí no puedo trabajar para comprar los alimentos de mi familia”, protestó la mujer.
Carmen ha probado las sopas del pastor Bertucci, quien gracias a sus limosnas crece día a día en las encuestas. Y es que en la Venezuela revolucionaria, marcada por el hambre, hasta un plato de sopa pesa en el estómago.