Periódico AM Express (San Francisco del Ricón)

Sorpresa en el cabaret

- CATÓN

No quisiera yo hablar tanto de López Obrador, pero sucede que López Obrador da todos los días de qué hablar. Aún no es Presidente y ya actúa como si lo fuera. No es que tengamos dos presidente­s; tenemos uno solo; el otro quién sabe dónde está. Y el electo quién sabe a veces dónde anda. En un berenjenal se metió con eso de someter a consulta popular el asunto del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Hasta los más cercanos colaborado­res de AMLO están de acuerdo, aunque por obvias razones no lo digan, en que todo lo concernien­te a esa obra entraña cuestiones técnicas y de orden financiero muy complejas que el pueblo -dicho sea con todo respeto para él- no está en aptitud de discernir. El anuncio de la tal consulta tiene ahora atado de pies y manos a López Obrador, que no puede ya desdecirse y dejar de aplicar ese plebiscito a todas luces demagógico y populista, que si se lleva a cabo terminará en mera simulación para salvar la cara. Si fuera yo apostador -apuesto a que no lo soy- apostaría doble contra sencillo a que la construcci­ón del nuevo aeropuerto seguirá adelante pese a todas las manchicuep­as -maromas, en hablar plebeo- de los nuevos señores del poder. El licenciado Antolín Borras era pilar de su comunidad. Consejero del Banco Agrícola y Agrario (BAYA), era también secretario perpetuo de la Venerable Asociación y Archicofra­día (VAYA); presidente honorario de la Benemérita Agrupación Llanera del Altiplano (BALLA) y vocal Z de la Vinícola, Aceitera, Llantera y Atunera (VALLA). Precisamen­te por ser pilar de la comunidad el licenciado Borras se azaró grandement­e cuando su esposa Pumaleona le dijo que tenía deseos de conocer el Cabaret Hucho, pues cierta amiga suya le había hablado de él y de sus muchos y variados atractivos. “Mujer -le dijo consternad­o-, yo nunca he ido a ese lugar, pero según he oído es un sitio de mal tono, infecto antro al que concurren solamente personas de baja condición social; cueva de reunión de hombres y mujeres de mal vivir y peor actuar. ¿Y pretendes que vayamos a semejante zahúrda y cochiquera?”. “No sé que sean ‘zahúrda’ y ‘cochiquera’ -replicó doña Pumaleona-, pero quiero conocer el citado cabaret. Hoy mismo iremos. Y es mi última palabra. Si quieres, di tú la penúltima”. Ya no puso reparos el licenciado Borras. Apechugó, y llevó a su esposa al mentado Cabaret Hucho. Al entrar lo saludó el portero: “Buenas noches, licenciado Porras”. La señora enarcó las cejas, pero no dijo nada. Los recibió el capitán de meseros. “Licenciado Porras -se inclinó obsequioso-, es un gusto volver a saludarlo”. Cuando el hombre se retiró doña Pumaleona, suspicaz, le preguntó a su esposo: “¿Por qué te saludó como si te viera con frecuencia? ¿No dices que nunca has venido aquí?”. “Y jamás he venido -contestó, nervioso, el licenciado-. Ha de ser algún antiguo cliente”. Llegó el mesero. “Licenciado Borras, bienvenido. ¿Le traigo lo de siempre?”. Doña Pumaleona se encrespó. Y balbuceó el abogado: “Te juro que no me explico esto. Segurament­e me confundió con otra persona”. En eso empezó la variedad. Salieron seis exuberante­s chicas cubiertas sólo por exiguas ropas y comenzaron a bailar al son de alegre música. De pronto interrumpi­eron la danza, se volvieron de espaldas para mostrar al mundo su derriére y gritaron a coro: “¿De quién son estas nalguitas?”. Se volvieron al público y respondier­on a toda voz señalando al aludido: “¡Del licenciado Borritas!”. No aguantó más doña Pumaleona. Entre las risas de la concurrenc­ia salió de ahí empujando con violencia a su marido. Al cruzarse con el portero éste le dijo al infeliz señor: “¿Qué pasó, licenciado? ¡Vaya que esta noche se agarró a la más vieja, brava y fea!”. FIN.

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