Una verdad análoga
Cuando estaba en primaria, mi generación era la de las que tenía que ir a la papelería y comprar una lámina de los niños héroes. Luego llegábamos a clase y teníamos que copiar todo el texto. Estaba tan harta del copy paste analógico que fue una gran novedad la llegada del uso de internet para temas tan importantes como: dibuja las capas de una célula en vez del uso que por ejemplo la NASA hacía.
La cuestión aquí es que nunca ponías en duda lo que decía la lámina, o intenté porque te pensabas que el mismísimo Amstrong de la NASA había aprobado la fiabilidad de la biografía de Fernando Montes de Oca. Porque lo que decía tu maestra, las láminas, el libro de la SEP e Internet era cien por ciento verdad.
Luego, vino la cultura colaborativa, los blogs, los foros y todo comenzó a tener un tinte tendencioso. La prensa vivió momentos obscuros y la tele comenzó a transmitir programas de chismes y opiniones. Creo que una parte de mí, digna hija de los noventas, seguía pensando que algo de allí era verdad.
Pero el momento culmine fue cuando las redes sociales convirtieron una opinión en un hecho. Inició la auténtica campaña virtual del “deber ser”, de lo que quieres mostrar, cada día, cada hora, cada story...
Actualmente la línea que divide una publicación verídica de una falacia es lo que tarde una persona en conectarse al Wifi.
Y así con más de unas cuan- tas generaciones creyendo que si está en internet es verdad se toman decisiones tan importantes como las elecciones, las posturas en temas polémicos, cómo te relacionas con tu entorno y si te gustan los pandas bebés.
Publicamos en Facebook nuestros intereses como cuando llevábamos esa pulsera de plástico amarilla para mostrar que apoyábamos una causa. Hoy por hoy, importa más que tu opinión se asemeje a la de tus conocidos que la búsqueda por los matices, las contradicciones, las pruebas, los grises.
Al final, descubrí que esas historias de los niños Héroes que tanto tuve que copiar no existieron de verdad; que una bandera en la luna no podía hondear; y que incluso los periodistas, los que deberíamos buscar la verdad sin mesura, nos dejamos llevar por un arranque personal.
Y para ya acabar de aburrirlos sólo puedo decir que creo que el día que me tope con una persona lo suficientemente sincera que me diga “todavía no sé qué opinar sobre x o y”... ese día admiraré la natural belleza de una casi verdad.