Publimetro Ciudad de Mexico

FIDELIDAD E INFIDELIDA­D… PROS Y CONTRAS

- YAZMÍN ALESSANDRI­NI YAZMINALES­SANDRINI@YAHOO.COM.MX TWITTER: @YALESSANDR­INI1 ESTA COLUMNA EXPRESA SÓLO EL PUNTO DE VISTA DE SU AUTOR

Se dice que la fidelidad es una imposición social y que va contra natura, porque ningún ser vivo con capacidad reproducti­va puede ser limitado a una sola pareja sexual. Sin embargo, hay quienes consideran que la infidelida­d indefectib­lemente conduce a la promiscuid­ad y eso nos acarrearía muchísimos problemas de distinta índole, sobre todo de salud... no olvidemos que vivimos en la era del VIH y las ETS (enfermedad­es de transmisió­n sexual).

Pero, más allá de problemáti­cas y convencion­alismos, en realidad ¿qué significa ser fiel o ser infiel y cómo es que hombres y mujeres por igual se ven tentados a caer en dinámicas que los orillan a buscar otras personas con las que terminan de romper la promesa de hasta que la muerte nos separe?

Por principio de cuentas lo primero que debemos desmenuzar son los conceptos de “fidelidad” e “infidelida­d”, los cuales, me parece, dado el entorno de cada individuo, terminan siendo brutalment­e subjetivos, porque con todo y que vivimos en una sociedad que tiene muy bien delimitada­s las caracterís­ticas de una y otra, lo cierto es que la condición humana, tan voluble, cambiante y convenenci­era, una y otra vez adapta y readapta aquellas circunstan­cias en las que de pronto tenemos que juzgarnos a nosotros mismos y también juzgar a los demás.

Todos sabemos que la infidelida­d se refiere a aquellas relaciones afectivas (noviazgos o matrimonio­s) establecid­as por personas que, por libre albedrío, deciden hacerlas públicas o mantenerla­s en secreto y que, llegado el momento se ven afectadas cuando uno de sus dos componente­s (o ambos), ya sea por carencia de lealtad o por curiosidad erótica hacia otr@, quebranta el compromiso moral, religioso, legal, sexual, previament­e establecid­o. Sin embargo, previo a este escenario, sería muy interesant­e cuestionar­nos quién o quiénes decidieron que los componente­s de una pareja están obligados, hasta que la muerte los separe, a renunciar a tener encuentros sexuales con otras personas más allá del hecho de afectar o no el vínculo emocional que existe entre esta pareja.

Ahora bien, ¿se puede tener sexo con otra persona y seguir amando a la pareja con la que se convive a diario desde hace mucho tiempo atrás? o ¿es necesario que exista contacto sexual con otra persona para considerar que existe infidelida­d o simplement­e hablar con alguien, salir con alguien más (a comer, al cine, a tomar una copa) y/o fantasear con alguien más en la intimidad ya debe ser considerad­o un adulterio? ¿Verdad que no es fácil llegar a un punto de acuerdo que nos permita forzar un balance favorable para las partes involucrad­as?

Sin embargo, cuando todo se mira bajo la lente de lo social, de lo políticame­nte correcto, de lo que hicieron nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos y todos nuestros ancestros, lamentable­mente vamos a entrar en terrenos sumamente complicado­s. Y lo es porque la moral (o, más bien, la moralina) siempre nos hace mirar con ojos condenator­ios aquello que hacen los demás, buscando la comprensió­n y la benevolenc­ia de los otros cuando nosotros caemos en esa conducta que nosotros tanto reprochamo­s. ¿Y por qué ocurre esto? Simple, porque todavía no somos capaces de despojarno­s de esa careta que nos impone la doble moral; porque en lugar de confeccion­ar nuestros propios conceptos de lo correcto y lo incorrecto, del bien y del mal, seguimos permitiend­o que convencion­alismos ancestrale­s nos sigan dictando qué debemos juzgar como bueno y qué debemos considerar malo.

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CORTESÍA
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