50 AÑOS DEL MONTEREY POP FESTIVAL: LA PRIMERA FIESTA DEL CONSUMO JUVENIL
Decir solamente que el Monterey Pop Festival de 1967 inauguró el llamado Verano del Amor, sería reducir su importancia dentro de su propia época. Además de dar a conocer el “último movimiento que quiso cambiar al mundo” a un público más amplio, el alcance histórico de este festival repercute hasta nuestros días. Los valores promovidos por el hippismo, es decir, amor y paz, permitieron que los jóvenes tuvieran un mayor sentido de comunidad e inclusión. Si bien la vida en comuna era la práctica de dichos valores en el día a día, éstos se consolidaron dentro de los festivales de música, donde una amplia aglomeración de personas coincidía en la forma de pensamiento y conducta.
Con Monterey, se inicia una idea de cómo es ser joven y en dónde está permitido serlo. El festival se convirtió en un espacio ritual, incluso carnavalesco, donde la fraternidad, las actividades lúdicas y los excesos emergen del escenario, como un centro que se expande gracias a la música y actúa en cada uno de los asistentes. La necesidad de esta fiesta se hizo patente en la juventud a grado de que, el día de hoy, las bandas participantes han pasado a un segundo plano y la venta de boletos inicia antes de que se revele el cartel, pues lo importante es asistir.
A pesar de que se trata de tiempos y espacios ideales del sueño juvenil, la industria siempre ha estado detrás moviendo los hilos y montando la escenografía. En el caso de Monterey, la idea original era crear un medio donde las disqueras pudieran descubrir a las siguientes estrellas pop, ya que la primera fila estuvo reservada para empresarios dispuestos a firmar el mejor espectáculo. Un contrato discográfico y la eterna experiencia del festival significó la muerte para los más grandes actos de 1967: Jimi Hendrix, Janis Joplin y Keith Moon de The Who.
Queda la música y la fiesta, pero falta la libertad.