ME DUELE ESPAÑA
La convocatoria de un pebliscito ilegal por la independencia de Cataluña ha desencadenado una situación política y social en España nunca vista desde la transición. Me cuesta creer lo que escucho y lo que veo en los informativos españoles y más me asusto cuando desde el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, dice cosas como “No subestimen la fuerza del pueblo de Cataluña”, haciendo referencia ¿a? Y en Madrid no se quedan cortos, Mariano Rajoy fue directo al decir: “Nos van a obligar a llegar a donde no queremos llegar”.
Me queda claro que ambos están hablando de lo mismo. La tensión política podría terminar en un enfrentamiento mayor si desde ambos ejecutivos no llegan a entenderse. Si el gobierno de España suspende la autonomía de Cataluña, ésta podría presentarse como víctima de un gobierno “autoritario” y eso tampoco le conviene a Madrid, ni siquiera al rey Felipe VI, quien también ostenta el título de Conde de Barcelona. Pero a la suspensión de la autonomía, que en parte va a iniciar este lunes en el ámbito fiscal, podrían añadirse detenciones de alcaldes “rebeldes” que apoyarán en sus entidades la colocación de casillas el próximo 1 de octubre.
Parafraseando a Miguel de Unamuno, hoy exclamo “me duele España”. Y me duele porque España sin Cataluña no es España. Me duele la radicalización de las nacionalidades que viven en la Península Ibérica y me cuesta creer que pueda llegar a suceder algo similar a lo acontecido en Yugoslavia allá por la década de los 90.
Sin embargo tengo claro que esto es consecuencia de la avaricia de los políticos al querer aferrarse al poder. Fue primero Adolfo Suárez quien invitó a regresar a España a Josep Tarradellas para apaciguar a las masas en la transición y dar un golpe a los grupos de izquierdas. Después fueron Felipe González y José María Aznar quienes pactaron con Jordi Pujol y le cedieron innumerables competencias para garantizar cuatro años en La Moncloa. Más tarde, José Luis Rodríguez Zapatero apostó por dar alas a sus compañeros del PSC y permitir gobiernos tripartitos en Cataluña que han desembocado en una radicalización del Ejecutivo y de la política catalanas.
Así hemos llegado a este punto de choque de trenes. ¿Pero cómo se puede salir de este callejón sin salida? Aparte de la política, Madrid tiene que reconquistar el corazón de los catalanes y frenar el odio nacionalista que especialmente se ha agravado en los más jóvenes, en aquellos que ya no han conocido otra Cataluña que la actual, “oprimida por España” según versan sus libros de Historia —consecuencia directa del traspaso de competencias a las autonomías—. España y Cataluña deben ser transparentes, seguir los caminos de la legalidad en este un país, España, forjado y unido por la historia de sus pueblos y explicar pros y contras de la escisión que junto al Brexit volvería a cimbrar Europa.