LO QUE CALIENTA
Los que no debieron morir. Jesse Tafero, quien fue ejecutado en mayo de 1990 (en la silla eléctrica) en Florida después de ser acusado de asesinar a dos policías. Todo ocurrió cuando los oficiales Phillip Black y Donald Irwin registraron el coche de Tafero y su amigo, Walter Rhodes, encontrando varios kilos de droga y armas. Los oficiales recibieron un disparo cada uno y los delincuentes escaparon; los arrestaron, pero Tafero fue el único condenado a muerte. Ahora bien, durante la ejecución en la silla algo falló y Jesse perdió la vida después de más de quince minutos, por lo que el sufrimiento fue aún mayor. Unos años más tarde se descubrió que quien en realidad realizó los disparos fue el compañero de Tafero, Walter Rhodes, convirtiéndose este caso en uno de los más sonados en materia de ejecución por pena de muerte en Estados Unidos. Y ese es el temor de querer imponer una pena de muerte en el país, imagínense con el tipo de justicia (o debería decir injusticia que aquí padecemos) ¿Cuántos inocentes no serían ejecutados?
El de Carlos de Luna es otro caso indignante. Acusado de asesinar a puñaladas a Wanda López, una joven empleada de una gasolinera en la ciudad de Corpus Christi... Él siempre sostuvo su inocencia y hasta decía conocer al asesino, pero se negó a revelar su identidad por miedo a una venganza; y aunque las pruebas contra él nunca fueron concluyentes, su parecido físico con el auténtico culpable, Carlos Hernández, no permitieron que fuese salvado a tiempo. Fue ejecutado con una inyección letal en 1989, seis años después de ocurrido el crimen.